Un testimonio
no por tardío menos subversivo
Tamina S. Cué
LA HABANA, febrero (www.cubanet.org) - Cuatro décadas después
de los eventos que narra con no poco entusiasmo todavía, "Otros
pasos del gobierno revolucionario cubano" (Ed. Ciencias Sociales, Col. Política,
2002), libro póstumo de Luis María Buch Rodríguez (Santiago
de Cuba 1913 - La Habana 2000), resulta ser, antes que ese "largo, complejo
y hermoso documental histórico" que nos propone la nota de
contracubierta, un testimonio no por tardío menos subversivo de ese mismo
"largo, complejo y hermoso proceso histórico" que fue, ha sido
y será la Revolución Cubana.
Escrito en colaboración con Reinaldo Suárez Suárez
(Holguín 1967), las 320 páginas de este volumen son un recorrido
personal por los tres primeros años del Gobierno Revolucionario cubano,
constituido en fecha tan temprana como Enero 4 de 1959. En dicho gabinete -cuyos
miembros juraron en la biblioteca de la Universidad de Oriente- Buch Rodríguez
fue Ministro de la Presidencia y Secretario del Consejo de Ministros, cargo que
ocupara hasta marzo de 1962, cuando Celia Sánchez Manduley asumió
el mismo con carácter a la postre vitalicio.
Salpicado de anécdotas más o menos olvidadas por las nuevas
generaciones, de omisiones más o menos recordables por las viejas
generaciones, y de la atemporal retórica tercermundista y
antiimperialista, "Otros pasos del gobierno revolucionario cubano"
deja una impresión indeleble al concluir su prosa grácil si bien
no exenta de lugares comunes y giros oficiales. Y es que, ya adentrándonos
en pleno siglo XXI cubano, cualquier lector no demasiado inteligente pero sí
demasiado joven es casi seguro que dejará escapar un suspiro de alivio al
cerrar el libro: "Por fin ahora empiezo a entenderlo todo: ¡gracias,
Buch!"
En efecto, el testimonio es un género peligroso más allá
de la intención de su testimoniante. Sin entrar en disquisiciones de
corte político y menos aún ideológico, considero que este
libro consigue bocetar la esencia de un período de muerte institucional
sumaria: La República -o lo que quedaba de ella en la memoria y la rabia
de sus inquilinos- diríase que huyó despavorida en el mismo C-46
que catapultó al dictador Fulgencio Batista aquella feliz madrugada del
primero de enero de 1959.
Recién trasplantada la facultad legislativa de la Cámara de
Representantes y el Senado hacia el Consejo de Ministros del Gobierno
Revolucionario, ya en las primeras páginas es posible intuir -y no sólo
entre líneas- desde dónde emanó siempre el poder omnímodo
real. Con una división inicial entre supuestos "reformistas" y "conservadores",
Buch Rodríguez nos relata las tragicómicas sesiones de un Consejo
de Ministros que continuamente tendrá que autofagocitarse -incluidas no sólo
la fundación y abolición de fugaces ministerios, sino también
la aprobación de leyes y modificaciones constitucionales en "silencio
estratégico"- hasta lograr finalmente una composición
considerada por el autor como "radical y revolucionaria", donde ya no
habrá cupo más que para el monólogo y esa estela que deja
en quienes han de escucharlo: la unanimidad a ultranza.
Escenario teatral explotado al máximo de sus capacidades y resortes
emocionales, Cuba - muy especialmente La Habana- descorre así su telón
de fondo ante la nueva generación de espectadores iniseculares. Y Buch
Rodríguez nos lo narra -en mi profana opinión- con aceptable
perspectiva histórica. Detalles más o detalles menos, lo que
importa es que, sacudido de "injusticia en injusticia" y de "agresión
en agresión" por los titulares y discursos de aquella época,
las grandes masas populares parecen haber vivido entre 1959 y 1961 un esplendor
histriónico indetenible desde entonces: una agitación cuya inercia
persiste hasta hoy en las rituales marchas y tribunas abiertas a las que acaso
haya asistido -sin entender por qué hasta ahora- nuestro hipotético
lector del siglo XXI.
Pero ya no más. Por veinte pesos en moneda nacional ahora por fin ya
es posible entender el porqué -dentro de Cuba y muy especialmente en La
Habana.
Las respuestas pueden ser muy serias y calar muy hondo en la estupidez y
barbarie de un siglo XX del que apenas comenzamos a tomar distancia como nación,
como continente, y como humanidad. Desaparecida la URSS y los gobiernitos del
campo socialista europeo, las respuestas atañen particularmente a los
exabruptos políticos de los Estados Unidos y los gobiernitos que a ratos
los emulan y a ratos los envidian de este lado del Atlántico. Las
respuestas tal vez no sean el paliativo que muchos esperan oír pero
siempre es preferible saber: tal como lo enunciara Milan Kundera, "la
ignorancia nunca será inocente".
Por lo demás, sería un atentado comercial contra la casa
editora revelar todas las claves en esta reseña cuyo objetivo, en todo
caso, es promover la lectura perspicaz de un testimonio que -y éste sigue
siendo el gran defecto y virtud del género- no por tardío resulta
menos subversivo incluso cuatro décadas después de haber sido
vivido.
En cualquier caso, y para no desentonar con esa masa inisecular de lectores
que dispone de los veinte pesos en moneda nacional, y que encima está en
condiciones de consumirlos/consumarlos en el libro, yo por mi parte también
me pliego a la consigna juvenil de: "¡gracias, Buch!"
Para apuntalar la memoria histórica es lícito echar mano
-incluso rapazmente- a cuanto material escrito aparezca. En esto no hay ecología
sustentable que valga.
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