No hay más
ná
Oscar Mario González, Grupo Decoro
LA HABANA, febrero (www.cubanet.org) - Las dos frases más frecuentes
en el argot cubano muestran con nitidez la situación material del país
y el estado psíquico de sus habitantes. Ellas son: "No es fácil"
y "No hay más ná".
La primera es bien directa y transparente en el mensaje. Se refiere al
desastre material de la nación, que todo lo dificulta. A la miseria y
escasez que permean la conducta del cubano, tradicionalmente servicial y
generoso, y lo convierten en un ser de manifestaciones egoístas,
agresivas, ausentes de solidaridad y a veces mezquinas.
¡Quién hubiera pensado que un hijo de esta tierra, siempre
dispuesto a quedarse al descubierto por dar la camisa al amigo, hoy fuera capaz
de desacreditarle en una reunión de vecinos por obtener el derecho a
comprar un simple televisor chino!
La segunda frase, "No hay más ná", expresa una
realidad aún más desgarradora. Pero al hacerlo de forma más
difusa y menos tangible evita los riesgos de la cruda sinceridad. Manifiesta un
estado de ánimo y a la vez un sentimiento de resignación,
conformidad y desesperanza. Se refiere además a la más terrible de
todas las dolencias que puedan aquejar a un ser humano, porque lleva implícita
la ausencia de voluntad.
Es empleada por la jinetera cuando cabalgando sobre el asfalto del Malecón
o de la Quinta Avenida de Miramar responde al saludo del amigo o de la amiga: "Aquí,
luchando. No hay más ná".
Es el mismo saludo que devuelve el grupo de jovencitos al vecino, cuando
reunidos en torno a la botella de "azuquín" (bebida alcohólica
obtenida al destilar en un serpentín agua con azúcar cruda o
melado de caña fermentada con levadura) o de "chispa de tren"
(alcohol industrial presuntamente purificado con carbón) responde: "Aquí,
desconectando. No hay más ná".
En ambos casos el gerundio expresa el deseo de evadir la realidad, actitud
propia de cualquier ser atormentado. En los dos ejemplos, "no hay más
ná" ha expresado la inutilidad o esterilidad de cualquier esfuerzo
fuera del goce momentáneo o del propósito inmediato.
Pero no crea usted que la frase es de mal gusto o exclusiva de las personas
vulgares o irreverentes. También la anciana que interrumpe su atención
del programa televisivo para devolver las buenas noches a la vecina que pasa por
la acera, y le dice gentil y respetuosa: "Aquí, señora,
mirando la novela brasileña. No hay más ná".
También el abuelo que permanece callado en la larga y agobiante cola
de la carnicería responde al agasajo del amigo: "Aquí, mi
compadre, a ver si cojo la mortadella. No hay más na".
Mi amiga Clotilde, con más de siete décadas de vida, una
inteligencia innata y una sabiduría que según dice no quiso que
fuera torcida por la campaña de alfabetización de 1961, y prefirió
seguir analfabeta, cuando la vi mirando sus viejas fotografías de
matrimonio, me dijo: "Aquí, recordando. No hay más ná".
Pero el biznieto de Clotilde, de nueve años y que sólo ha
visto juguetes a través de las rejas de la ventana en manos de los hijos
del gerente (de una tienda dolarizada), le suplicaba a la abuela, cuando ésta
lo regañaba por tirar de la cola del gato: "Ay, abuela, déjame
entretenerme. No hay más ná".
¡Qué malo es cuando se desvanecen los sueños! Porque los
sueños y las ilusiones se besan y siempre van tomados de las manos.
Distinguen al ser humano, lo identifican y elevan a una dignidad ausente en
cualquier otro ser vivo.
Pero los sueños y las ilusiones viven en el hogar de la esperanza.
Ausentes del calor hogareño se mueren.
Por eso hace tanta falta reconstruir el hogar de la patria, para que ningún
hijo de esta tierra tenga que anidar bajo techo ajeno. Sobre todo cuando se es
dueño de una casa tan linda. Y vamos a hacerle muchas ventanas para que
por ellas, y a través de ellas, se pueda siempre ver el horizonte.
Vamos a ponerla bien bonita para que sus moradores entren y salgan de ella
libremente. Como lo hacen las aves, que en las mañanas salen del nido a
secarse la humedad del rocío pero vuelven siempre, porque no hay nada
como la casa, como la casa de uno.
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