Luis Aguilar León.
El Nuevo Herald,
febrero 2, 2003.
La pregunta surge en los más insólitos ambientes y de bien
variados personajes. Como casi siempre ocurre entre cubanos, la misma persona
que dispara la pregunta dispara de inmediato su respuesta: ''Porque yo le voy a
decir lo que yo pienso de Payá''. Y la charla se despliega entonces entre
comentarios y afirmaciones a favor o en contra del líder católico
y de su Proyecto Varela.
Confieso que sólo una de las tesis contra Payá me ha dejado
con un sabor amargo. Es la que insinúa que si Castro lo dejó salir
y volver a Cuba sin castigarlo es porque Payá es un agente enemigo. Se
trata de una acusación que recuerda aquellas leyes sombrías de la
Edad Media que procuraban eliminar a las ''brujas''. A quien se acusaba de ser
bruja se le ataba y se le lanzaba al río. Si la mujer se ahogaba
demostraba que era inocente, se le dedicaba una misa pidiendo perdón y se
le enterraba en el cementerio. Si, por el contrario, la mujer se salvaba, ello
demostraba que era bruja, se le quemaba en la hoguera y se le enterraba fuera
del cementerio. La lógica de la ley era simple; el resultado, criminal.
Es decir, en términos hipotéticos, si Castro castiga duramente a
Payá, lo proclamamos inocente; y si Castro no lo castiga, lo juzgamos
culpable y lo castigamos nosotros.
De ahí que mi reacción inicial ante la pregunta sobre qué
pienso de Payá me lleve a evadir un juicio prematuro y a apuntar una
innegable realidad. Y es que Payá ha logrado lo que nadie ha logrado en
estos últimos tiempos en Cuba, en el exilio o en el factor internacional.
Hacer que los cubanos de la isla oigan hablar de ''democracia''; alentar a los
disidentes; ganar premios en Europa, entrevistas internacionales, defender un
proyecto político que plantea el uso de la propia legislación de
la dictadura para debilitar a la dictadura, etc., cubre un campo asombroso.
Desde luego, detrás de esa realidad laten objeciones válidas a
algunas ideas de Payá. Como, por ejemplo, la que advierte que el aceptar
la legalidad de la constitución socialista impuesta en Cuba puede ayudar
a que la dictadura muestre un engañoso programa de ''reformas'' que le
permitan ofrecer una nueva y falsa imagen. Otra es lo que duele o molesta que
Payá parezca prescindir del exilio e injustamente profundice la división
entre los cubanos de la isla y los de Miami. Finalmente, que Payá no cree
en la utilidad del embargo económico de los Estados Unidos.
Tales críticas son válidas, pero están lejos de ser
irrefutables. En la primera, por ejemplo, la que señala el peligro de
aceptar en Cuba a la constitución comunista, es posible hacer una breve y
arriesgada comparación con el proceso de derrumbamiento que tuvo lugar en
la Unión Soviética a partir de 1989, cuando la fosilizada
burocracia soviética recibió el primer público ataque de
los llamados ''liberales'' o disidentes. Grupos que usaban legales argumentos
socialistas no para criticar a la nomenclatura oficial, sino para, ''movidos por
el patriotismo'', enumerar y señalar todos los desastres económicos
y políticos que estaban destruyendo la Unión Soviética.
El método fue eficiente. Las reformas que había instaurado
Gorbachov con el glasnost y la perestroika no alcanzaban a satisfacer la
creciente demanda de eficiencia y libertad. Muy pronto el sistema socialista cayó
en una quiebra total. Es posible que en una Cuba arruinada esté
ocurriendo ese proceso de que comunistas jóvenes, quienes pueden ver la
extensión del desastre, intenten salvarse, quebrando ''patrióticamente'',
porciones legales del gobierno más duro y fracasado de la historia
cubana.
Estar en contra de levantar el embargo comercial puede ser válido y
razonable, pero hoy en día el embargo luce pálido y no muy
popular. Si los ferries van a Cuba cargados de exiliados; si muchos políticos
americanos siguen apoyando a los granjeros que cobran en Cuba su dinero en cash;
si se planea un nuevo frente de hoteles para turistas en las islas y cayos del
sur de Cuba; y si los exiliados siguen enviando miles de dólares a la
isla, no creo que sea muy antipatriótico criticar la supervivencia de un
''embargo'' cada vez más lánguido.
Por último, no creo que Payá haya usado un tono despreciativo
al referirse al exilio. Es posible que su mensaje implique no dar sensación
de alianza con el exilio y evitar que la prensa cubana, y algunos periodistas
extranjeros, quisieran vincularlo a ''la mafia cubana de Miami''. Pero la mayor
parte de sus declaraciones envían un sentido de unicidad a los exiliados
cubanos.
Por otro lado, si la situación cambia en Cuba, ¿qué puede
hacer alguien en contra del exilio que vuelva o quiera volver a una isla
arruinada que va a necesitar todo tipo de ayuda? La pregunta provoca una
sonrisa. No olvidemos que cuando Su Eminencia el cardenal Ortega hizo ciertas no
eminenciales declaraciones, rebajando la importancia de la visita al Papa de Payá,
la presión en Cuba y en el exilio lo convencieron a cambiar el tono y
celebrar la honestidad y a Payá como católico. La unión
sigue y seguirá.
Pero queda otro resultado, relacionado pero no producido por Payá. En
el exilio, cargado de desengaños e ilusiones, nos hemos inclinados últimamente
más y más a dialogar, a reducir los apasionamientos negativos, a
recordar que la democracia se basa en mantener abiertamente la propia opinión
y, mientras, con igual devoción, respetar la opinión ajena. Ese es
el camino.
Eso es lo que pienso de Payá. |