La noche de
la risa y el olvido
Agnes Cuba
LA HABANA, abril (www.cubanet.org) - "El libro de la risa y el olvido",
causa de que Milan Kundera fuera privado de su nacionalidad por el gobierno
checoslovaco -en 1979-, desde el inicio propone una sentencia sobrecogedora: "Estamos
en 1971 y Mirek dice: la lucha del hombre contra el poder es la lucha de la
memoria contra el olvido".
Casi un cuarto de siglo después, la tardenoche del miércoles 9
de abril de 2003, la historia reencarna descarnadamente en un escenario distante
miles de kilómetros de aquella Praga más desmemoriada que
defenestrada: en La Habana inisecular de una primavera si no de terciopelo al
menos sí tergiversada.
Fueron protagonistas el actual ministro cubano de Relaciones Exteriores
-como presentador de audiovisuales- y la complicidad, entre sonriente y amnésica,
de decenas de periodistas nacionales y extranjeros -enmudecidos los unos y
enmudecibles los otros. Tal sería nuestra más reciente gala
televisada de la risa y el olvido.
De vuelta a la primavera de 1971, mientras el personaje Mirek intenta
ocultar de la policía sus diarios, el poeta Heberto Padilla -en el abril
de La Habana- declamaba en público su mea-culpa: "Habitar una
trinchera asediada de toda clase de enemigos arteros, no es fácil ni es cómodo
(...) Pero ése es el precio de la libertad, ése es el precio de la
soberanía, ese es el precio de la independencia, ¡ése es el
precio de la Revolución!" A la par que confiesa haber discutido
hasta de poesía cubana con los compañeros de Seguridad del Estado,
lo que al cabo fructificó en "algunos poemas nuevos (...) sobre la
primavera. ¡Cosa increíble, sobre la primavera! Porque era linda, la
sentía sonar afuera".
Pero al menos entonces allí nadie rió. Apenas rebasados los "tiempos
duros" ficcionados por Jesús Díaz y Norberto Fuentes -entre
otros narradores todavía jóvenes por esa fecha-, aún se
disponía de suficiente memoria histórica como antídoto
contra el choteo: ese virus que Jorge Mañach clasificara en 1928 como un "descongestionador
espiritual" capaz de "infundir en nuestro pueblo el miedo a todas las
formas nobles de distinción -el miedo a ser demasiado intelectual,
demasiado espiritual, demasiado cortés y hasta demasiado sensato y
elegante".
De vuelta a la primavera de 2003, reaparece en pantalla el rostro compungido
de uno u otro acusado/condenado (par mimético sumario), uno y otro
reducidos a mini-intervenciones profusamente editadas que truncan cualquier
conato de interpretación pero no de risa: jajajá-jejejé. Y
rieron los periodistas y camarógrafos nacionales y extranjeros, catarsis
histérica: jejejé-jijijí. Y rió el ministro
presentador de nuestros más recientes mea-culpas: jijijí-jojojó.
Y rió a carcajadas la desmemoria histórica, contemplando orgullosa
su recurrente triunfo por unanimidad: jojojó-jujujú. (Mientras yo
tarareo frente al televisor aquella canción infantil de varias
generaciones pioneriles: "amiguitos, vamos todos a cantar porque tenemos el
corazón feliz, feliz, feliz".)
Casi como prefacio a la Revolución de Terciopelo checoslovaca -de
vuelta a 1989-, Milan Kundera escribe en "La inmortalidad": "La
risa es un espasmo del rostro y en el espasmo el hombre no se gobierna a sí
mismo, lo gobierna algo que no es ni la voluntad ni la razón".
¡¿Ni la voluntad ni la razón...?! Se trata entonces de un
gesto ancestral, congénito o acaso genético, pero igual de un
rezago del cuerpo, de un atavismo cuyo origen hemos olvidado: ¡es nuestro
instinto de conservación! Así, cada cuerpo pretenderá
seguir siendo un cuerpo con empleo, con familiares y amigos, con un presente y
vocación de futuro. Por eso reímos a coro: para congratularnos de
no haber hecho nada que merezca tales autos de fe en video. Por eso sacrificamos
la memoria del pasado en aras de la memoria del porvenir, pues ya es sabido que
el testigo será siempre quien sobrevive. Sólo que sobrevivir a
ultranza siempre nos deja cierto tufillo de culpa moral. Y si tal ha de ser el
precio de la libertad, de la soberanía, de la independencia y de la
Revolución -según Heberto Padilla en abril de 1971-, entonces tal
vez no sea éticamente tan descabellado declararse en bancarrota a tiempo:
insolventes antes de insalubres (insurgentes jamás).
De vuelta a "El libro de la risa y el olvido", Milan Kundera
sentencia que la Praga ficcionada por Franz Kafka es una ciudad sin memoria. "Nadie
se acuerda allí de nada ni recuerda nada y (...) no suena allí una
sola canción que al recordar el momento de su origen una el presente con
el pasado." Y aún más: "es el tiempo de una humanidad
que ha perdido continuidad con la humanidad".
En abril de 2003, La Habana parece dar vueltas en círculos atrapada
en "el justo tiempo inhumano" de una humanidad que ha perdido
continuidad con la humanidad. En abril de 2003, La Habana ni siquiera consigue
ser ficcionada por nadie más allá de una u otra crepuscular
presentación de audiovisuales. En abril de 2003 sus narradores urbanos
han preferido operarse las cuerdas vocales -igual si en un quirófano real
o simulado.
De ahora en adelante todos esperan conservar sus cuerpos con empleo, con
familiares y amigos, con un presente y vocación de futuro. Ciertamente
serán testigos y, después -como sobrevivientes-, a nadie recordarán
deber su sobrevida. Simplemente esperan que siga siendo el otro quien declame
las auto-confesiones de rigor -en ocasiones, de rigor mortis- y también
que sea el otro quien las ejecute con el dedo índice sobre el PLAY del
control remoto o sobre los gatillos del pelotón.
Ah, pero de ahora en adelante todos siempre riendo y riendo siempre por
todo: jajejijojú... A estas alturas de la noche patria, la memoria tal
vez resulte ya un fardo demasiado solemne de sobrellevar. Por lo demás, "Mehr
Licht!", el agónico reclamo de un moribundo Goethe, tampoco
reverbera demasiado a miles de kilómetros de distancia.
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