"Bitter
Habana" antes que "Suite Habana"
Agnes Cuba
LA HABANA, abril (www.cubanet.org) - "Suite Habana" es tanteada en
su propia Habana. El filme se proyecta una y otra vez en la Sala Charles Chaplin
del Vedado; otra y una vez para públicos selectos: equipo de realización,
actores, periodistas, funcionarios de cualquier instancia del Ministerio de
Cultura, y hasta sorprendidos paseantes de la Calle 23 que -ignorantes de lo que
verían sobre la tela blanca, como fue mi caso- de pronto son invitados
gratis al interior del cine.
Y es que una amarga Habana es la de "Suite Habana". La "Sweet
Habana", folclóricamente edulcorada en las comedias light del cine
cubano de los noventa, se troca ahora en una ciudad otra: en esa "Bitter
Habana" que, al parecer, no interesa demasiado ni a los productores foráneos
ni al visto bueno burocrático del ICAIC (Instituto Cubano de Arte e
Industria Cinematográficos).
De ahí tal vez la cautela antes del estreno. Semejante buche amargo
requiere por norma un tanteo: un preview en cierto clima de intimidad ideológica
antes de lo que podría resultar el bombazo de una proyección
masiva. Aquí la tesis parece ser: tras un período "especial"
de dolor y soledad nacionales, no es necesario ahora someter a esos mismos
nacionales a otra hora y media de soledad y dolor (para colmo con fotografía
digital y sonido estereofónico; verdadero puñetazo emocional de
maestros absolutos del oficio como son Fernando Pérez -director- y el
resto de su tropa fílmica: Raúl Pérez Ureta, Julia Yip,
Edesio Alejandro, entre otros).
"En arte todo importa salvo el tema", sentenció Oscar Wilde
hace un siglo. Y este axioma sigue siendo veraz incluso a ras de un nuevo
milenio -más allá del fin de la historia y el resto de la
fanfarria posmodernista. No es el "qué" lo importante sino el "cómo":
el hábil manejo de los recursos artísticos crea un tono con el
cual abrir ese espacio de verosimilitud que, a su vez, será la trampa
emotiva en la memoria de los receptores. Y tal efecto es simplemente imposible
sin la certeza -aún presunta certeza- de un motor conceptual: ya no basta
con el ojo que mira bien sino con la mente que integra.
Fernando Pérez, autor de importantes obras de ficción ("Clandestinos",
"Hello, Hemingway", "Madagascar" y "La vida es silbar"),
re-enfoca ahora sus herramientas teóricas hacia un objetivo superior:
lograr una solución estética para narrar lo cotidiano desde lo
cotidiano -a ratos con un tono íntimo, a ratos estridentista. Es acercar
la lupa al horror y la dignidad contenidos en el cuerpo en sí: un cuerpo
ya vaciado de ideologemas colectivos al punto de quedar casi huérfano de
sentido. Es hacer zoom-in al gesto diario corporal, diariamente repetido: sea un
bostezo, pedalear, escoger arroz, acariciar la cabeza del niño o del
anciano, devorar con la mirada el sexo del prójimo, taladrar el asfalto,
desgañitarnos desde un balcón, hechizarse ante el vacío de
un paisaje o del televisor, sostener una banderita cubana sacada del bombín
de un mago, acariciar la fría piel de un anfibio, tragar, enjabonarse,
mal dormir o peor soñar...
No son actores profesionales estos cuerpos en escena de "Suite Habana",
por lo que no habrá taras histriónicas ni rostros conocidos por el
gran público (por el momento, selecto público). Tampoco hay diálogos
que expliquen, caractericen o hagan avanzar la diégesis, por lo que no
habrá vicios ni giros comunes del lenguaje. Pura superposición de
imágenes y sonidos: es con este equipaje con el que Fernando Pérez
postula que hay que salir airoso del viaje mágico de toda historia (desde
los evangelios o acaso aún antes): narrar, ilusionar, emocionar.
Francisquito (10), Iván (30), Waldo (71), Heriberto (40), Amanda
(79), Raquel (43), Juan Carlos (37), Francisco (55), Caridad (70), Natividad
(97), entre otros, serán los insomnes cuerpos que sueñan en
paralelo a lo largo de este concierto. La gramática de sus sueños
podrá ser mínima, pero aún es: "ser actor", "tener
salud para vivir", "viajar para regresar", "reunir a su
familia", etc. Incluso Amanda -vendedora de maní que "ya no
tiene sueños"- también es, y no resulta menos patéticamente
digna en medio del desconcierto ni se deja pervertir por el absurdo naufragio en
derredor. Todos parecen querer estar motivados o al menos seguir siendo capaces
de una emoción. Podrán estar frustrados pero ninguno deviene cínico
-rasgo distintivo de la obra y postura de gran parte de la intelectualidad
cubana de hoy. La desesperanza iletrada deja un carril libre para la esperanza
ilustrada. Así, el buche amargo lo es doble: la desindividualización
no ha carcomido del todo la memoria de la gente; antes bien, se trata de
personas que consumen día a día su ración de pataleo bajo
el nudo corredizo.
En medio de este mar de cuerpos descoyuntados (mudos, para empezar) y de una
Habana cariada hasta los tuétanos (estéticamente resuelta como
restos de propaganda ideológica sobre restos de glamour burgués),
el filme deviene "canto de cisne" de la poética más cándida
(típica de la adolescencia artística) de la que Fernando Pérez
ha evolucionado desde sus obras anteriores. Hoy, a los cincuenta y ocho años
de edad, este realizador ha sedimentado por fin sus códigos y anuncia
-con la punta del iceberg de "Suite Habana"- una madurez creativa que
lo ubica como voz original y referente obligado en la historia ya no sólo
de nuestra cinematografía local.
Tarde o temprano los productores foráneos y el visto bueno burocrático
del ICAIC caerán sobre esta presa, a la que por el momento tantean con
desconfianza: los primeros porque no saben cuán bien venderá en
Europa una Cuba sin chanza ni caderones; los segundos por mero censurismo
inercial y tradición de monólogo. Por el momento, Fernando Pérez
ya amaga con dos nuevos guiones a realizar: "Amorosa Gilda" (con
planes de rodarse en Italia) y "Madrigal" (una historia que acaso se
inicie justo después de caer el telón de "La vida es silbar":
en La Habana de 2020).
Desde la sala oscura del glamoroso Cine Chaplin (o acaso la del ruinoso Cine
Cuba, como lo sugiere un plano de "Suite Habana"), las palomas no
cesan de sobrevolar las azoteas como augurio de una paz que ojalá no
resulte fúnebre a la postre, en tanto la farola del Morro ilumina durante
24 horas a estas viditas comunes, importantes acaso en la mirada triste de un
John Lennon de bronce que, desde el año cero -el 2000-, permanece sentado
a la fuerza en un parque vecino al cine (con o sin gafitas robadas). El Morro,
mecanismo de relojería cuya luz gira a favor de las manecillas, no es
sino el tiempo circular de La Habana -a ratos vértigo grácil y a
ratos carrusel claustrofóbico. Y lo mismo se aplica al ubicuo y obsoleto
Radio Reloj, que repite consignas, loas, y resultados triunfales por igual en
las elecciones que en la producción.
Desde las escuelas que abren sus humildes puertas al alba, hasta las arenas
nocturnas a donde van a recalar los padres de esos infantes (salones de baile,
calles en carnaval, estadios y concurridos templos de fe), una Habana de
posguerra se maquilla lo mismo de payaso que de travesti. Primero quiere ser, y
después quiere ser otra. Ya no desea simplemente estar y, menos aún,
que el mundo la confunda con una Habana de preguerra. El horror siente pánico
del horror, y el vacío del vacío. Violentando una ley química:
lo amargo no disuelve a lo amargo. De ahí los interminables aplausos,
vivas, y más de un ataque de lágrimas al término de mi
función por azar.
Por lo demás, se incluye un valeroso homenaje al desaparecido
escritor cubano Jesús Díaz (1941-2002), guionista con quien
Fernando Pérez trabajara en los años ochenta, y el remate llega
entonces por fin en la voz de Omara Portuondo (es el mismo colofón de "Madagascar")
con un tema de Gonzalo Roig, ahora redirigido a una Habana asomada al rabioso
mar que amenaza con hacerla zozobrar: "cuando se quiere de veras / como te
quiero yo a ti / es imposible mi cielo / tan separados vivir".
Tan sólo una plegaria antes de descansar ya en paz. "Suite
Habana" ("Bitter Habana" antes que "Sweet Habana", si
acaso "Réquiem Habana"): estos hombres y mujeres -Fernando Pérez
y su tropa incluida- te quieren de veras y les es imposible sobrevivir separados
de ti. Ojalá tú nunca te despojes de ellos -como antes has hecho
con tantos- con un obtuso fuanazo de escoba amarga. Mejor descarga tu rabia
completa en mi lomo, entrañable ciudad: ya no soy alérgica a la
Escuba Amarga. Tu dolor inmuniza.
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