Vaclav Havel /
El Nuevor Herald,
septiembre 24, 2002.
El siguiente es el texto completo en español del discurso
pronunciado ayer por el presidente de la República Checa, Václav
Havel, en la Universidad Internacional de la Florida.
Señor Presidente, distinguidos invitados, señoras y señores,
ciudadanos de Cuba que nos escuchan:
Por primera vez en mi vida tengo el privilegio de visitar la Florida, y al
mismo tiempo, será éste el último estado de los Estados
Unidos y de todo el continente americano que visite en calidad de presidente de
mi país. Fue mía la decisión de venir a la Florida, y así
lo he hecho, entre otras cosas, porque quería saludar desde aquí a
todos los cubanos, tanto a los que viven acá, como a los que residen en
la isla.
Toda persona moderna y de pensamiento libre siente o debería sentir
solidaridad con todos aquéllos a quienes se les impide vivir en su patria
o visitarla libremente, y también con los que se ven obligados a vivir en
ella en constante estado de miedo, con los que no pueden salir y luego regresar
a ella según su libre criterio.
Sin embargo, hay personas que por principio deberían sentir esa
solidaridad con mayor intensidad que otros. Me refiero a los que hemos conocido
en carne propia la opresión de un sistema totalitario de corte comunista,
o a los que incluso hemos intentado oponerle resistencia, y que al hacerlo hemos
podido palpar en toda su medida la importancia de la solidaridad y del apoyo que
los ciudadanos de países más libres nos brindaron.
Pienso que uno de los instrumentos más diabólicos para
avasallar a unos y embelesar a otros es el singular lenguaje comunista. Es un
lenguaje lleno de doblez y subterfugio, de consignas vacías y de figuras
retóricas estereotipadas. Se trata de un lenguaje capaz de maravillar
enormemente a las personas que no hayan descubierto su falsedad, o a las que no
hayan tenido que vivir en un mundo manipulado por él. A la vez, en otras
personas, ese mismo lenguaje es capaz de infundir el miedo y el terror, hasta
sumirlas en un estado de perpetuo disimulo.
También en mi país hubo generaciones enteras de personas que
se dejaron desorientar por ese lenguaje lleno de bonitas palabras sobre la
justicia, la paz y la necesidad de luchar contra los que --supuestamente al
servicio de maléficas potencias extranjeras-- se oponían al poder
que ese lenguaje esgrime. La gran ventaja de ese lenguaje es que todas sus
partes se entrelazan firmemente dentro de un sistema cerrado de dogmas que
excluye todo lo que no se acomode a él. Cualquier idea un tanto original
o independiente, cualquier palabra que no pertenezca al vocabulario oficial, se
tilda de diversionismo ideológico, y esto, parecería, casi antes
de que nadie pueda expresarla. La red de dogmas que justifican cualquier
arbitrariedad del poder suele por ende adoptar la forma de una utopía, es
decir, la de un concepto artificial que contiene en sí mismo todo un
conjunto de razones para que todo cuanto no se avenga a su estructura tenga que
ser suprimido, prohibido o destruido, en aras de un futuro feliz.
Lo más cómodo es aceptar ese lenguaje, creer en él, o
por lo menos, adaptarse a él. Es muy difícil mantener una óptica
propia --por mucho que el sentido común nos dé mil veces la razón--
siempre que eso signifique rebelarse contra el lenguaje del poder o simplemente
negarse a usarlo. Todo un sistema de persecuciones, de prohibiciones, de
informantes, de elecciones obligatorias, de espiar al vecino, de censura y, en última
instancia, de campos de concentración se esconde tras un velo de palabras
hermosas que no se avergüenzan, ni en lo más mínimo, de
llamar a la esclavitud una ''forma superior de libertad'', ni de tildar al
pensamiento independiente de ''lacayo servil del imperialismo'' o denostar al
espíritu emprendedor con el mote de ''explotación del hombre por
el hombre'', para luego pretender que se les llame, a los derechos humanos, un "invento
de la burguesía''.
La experiencia de mi país fue muy sencilla: cuando la crisis interna
del sistema totalitario se hace profunda hasta tal punto que ya para todos es
obvia, y cuando un número cada vez mayor de personas aprende a hablar en
un lenguaje propio y a rechazar el lenguaje charlatán y mentiroso del
poder, la libertad ya está muy cerca, casi al alcance de la mano. De
repente salta a la vista que el ''monarca está desnudo'', y el misterioso
resplandor de la palabra libre y del comportamiento libre resulta ser más
fuerte que el más poderoso ejército, que la policía o que
la jerarquía del partido, más decisivo aún que la destrucción
sistemática y centralizada de la economía, o que los centralizados
y avasallados medios de difusión, principales responsables de la
propagación del mentiroso lenguaje de la utopía oficial.
Nuestro mundo, en general, no se encuentra en buen estado, y avanza quizás
por un derrotero muy ambiguo. Pero esto no significa que tengamos el derecho de
abandonar la libre y culta reflexión, para reemplazarla con un puñado
de gastadas consignas utópicas. No lograríamos con ello un mundo
mejor, sino un engendro. Por el contrario, lo que esto significa es que debemos
hacer más por nuestra propia libertad y por la libertad de los demás.
¡Qué todos los cubanos vivan en libertad y disfruten de la
independencia y de la prosperidad!
A todos aquellos que no han perdido la voluntad de oponerse a la
arbitrariedad y a la mentira, ¡qué se cumplan vuestros sueños!
¡Ojalá que el Premio Nobel de la Paz le sea concedido a Oswaldo
Payá Sardiñas, ese gran defensor de los derechos humanos en Cuba,
y ojalá que ese premio refuerce el valor de todo el pueblo cubano para
resistir sin violencia a un régimen violento!
Les agradezco su asistencia y su atención. |