Emilio Ichikawa.
El Nuevo Herald,
septiembre 20, 2002.
Nueva York -- Hace unos días comenzó, con su habitual tensión,
el semestre de otoño. La escuela, como el aeropuerto o el hospital, nos
permite conocer personas hasta ese momento improbables en la lógica de
nuestras vidas. El ansia de saber, el viaje y la enfermedad son también
estaciones de encuentro.
Por esta vez, y ahora durante meses, tengo que compartir estudios y
quehaceres con tres nuevos amigos: Sudarshan, que procede de Bombay y estudia
matemática aplicada; el buen Lu, que nació en Pekín y hace
un posdoctorado en genética; y Lawrence, de ciencias de la computación,
quien viene de Sydney, Australia.
Durante la presentación nos dedicamos a intercambiar sobre nuestros
respectivos países. Nos confrontamos con gusto, y con gusto surtimos
emblemas de acercamiento: arroz, olimpiada, muralla, exámenes, seda. Para
identificar a Cuba, sin embargo, la diversidad se perdió; todos
recurrieron al mismo código para darme a entender que sabían algo
de mi país: ''Cuuuba, Kiuba, Cu-ba: Fidel Castro''. No dijeron si
''malo'' o ''bueno'', sólo se limitaron a pronunciar el maldito conjuro:
Fidel Castro.
Decía Blasco Ibáñez que el sueño político
español podía resumirse en un par de metas: ''tener importancia
europea y hombrearse con los Estados Unidos''. De similar manera, la política
cubana de cualquier tiempo está atravesada por aspiraciones elevadas. No
planteamos el proyecto nacional en sentido administrativo, como programa de
partido, sino como misión de pueblo elegido. De ahí que nos
hayamos diseñado un país (isla, nación, patria, pueblo, república,
revolución) que ha sido sucesivamente llave del golfo, ejemplo de la
humanidad moderna, faro de América, esperanza del tercer mundo, último
bastión del socialismo. En todo transcurrir: la más fermosa.
A pesar del esfuerzo de cubanos ilustres, los resultados de estos sueños
son magros. Existe toda una historia de ocio y hedonismo, una industria de paz,
que corre paralelamente a la historia pública de guerra y sacrificio
patriótico. Desde la acera del Louvre hasta la Calle 8, desde el asiento
reclinado de una calesa hasta el confortable Mercedes Benz de un empresario, en
la isla siempre hay quien se divierte mientras los demás se fastidian.
Pero la historia cubana tiene en verdad tonos singulares. Muestra una
arritmia que la hace disonar del compás general de América Latina:
llegó tarde a la independencia y casi madrugó en la implantación
del comunismo; transformó un pronunciamiento separatista en guerra civil
y convirtió la rebelión de una minoría en una revolución
virtual de dimensiones continentales.
Lo más paradójico de nuestro entusiasmo por los grandes
destinos históricos radica en que es precisamente Fidel Castro quien ha
logrado servirse de ellos y situarse de hecho en el escenario protagónico
de la historia contemporánea. La ''entrevista con la historia'' de Oriana
Fallacci incluía también un diálogo con Fidel Castro.
El mundo global de hoy incluye en su diseño algo que podemos llamar
''división internacional de estereotipos''. A Cuba, además del
baile, las playas y la música, le corresponde ser el museo de la guerra
fría en esta zona del mundo. La Habana vive su presente pletórica
de pasado: Chevrolets de los años 50, ropa y mueblería de mediados
de siglo, práctica del trueque y la agricultura de jardín. Con la
imagen de Fidel Castro, la prensa difunde el imaginario que una vez rodeó
a Kennedy, Presley y el lanzamiento del primer sputnik.
Hace casi medio siglo que un hombre vestido de verde aparece en la televisión
cubana, dictando los destinos de un pueblo. ¿Son muchos años?
Depende. Estoy casi convencido de que, dada la forma de vida que ha llevado
Fidel Castro, plena de maquinaciones y desesperos, no le puede significar mucho
tiempo. En el Comité Central el tiempo vuela, se decía desde la época
de Stalin.
Le veo atravesando La Habana a toda velocidad, cincuenta, cien, miles de años
después de todo esto. Fidel Castro, sin carne, pero con piel, le dice a
su sombra: "¿Te acuerdas de aquel 8 de enero cuando entramos en La
Habana? Parece que fue ayer''.
Con él se puede dialogar seguramente sobre muchas cosas. Como no
tiene religión, ideología, ni ética, está dispuesto
a negociarlo todo. Todo, menos el tiempo. |