Noticias del
amigo
Manuel Vázquez Portal, Grupo Decoro
LA HABANA, septiembre (www.cubanet.org) - "Uno es el tiempo de la
siembra y otro es el tiempo de la siega", afirma el Eclesiastés.
Para Roberto Manzano Díaz el aforismo se ha cumplido. Durante más
de treinta años he tenido rumores de su voz. La voz entera, audible, sin
interferencias me llega ahora. Y no es tarde cuando la voz es portadora de
rizomas esenciales.
Aquí está El Racimo y la Estrella. El libro que la colección
La Rueda Dentada, de Ediciones Unión, acaba de publicar. Y cada vez que
un amigo publica un libro siento un alborozo como propio. Se me hace más
amigo el amigo. Lo conozco más en su espíritu. Me le adentro en
los breñales de su ser. Es como si volviera a conocerlo. Esto cuando el
amigo es poeta auténtico y no anda por el mundo con gestos de vedette ni
imposturas seductoras. El trinar de moda de "grillos que cantan a la luna"
o improvisan barricadas no me interesa. Esa gente triunfa fácil. Si es
que se llama triunfo ese tufo volátil de vanidad. Los intereses ajenos a
la poesía producen una jerga espuria que no alcanza la excelsitud del
verso hondo y la palabra alta. De la cepa inicial que vibró en las
profundidades brota la floración que exhibe las sustancias nobles,
nutritivas. A conservar esa cepa e indagar en las sustancias dedicó
Roberto Manzano los días en que florecillas sin aroma propio ni raíces
perdurables inundaban una sabana que era "la patria de sus ojos".
Más de treinta años ha esperado su voz para hacerse presente.
Lo recuerdo alforja al hombro y versos en la alforja. Era maestro entonces. Iba
entre los naranjales de Ceballos enseñándoles el idioma a los
muchachos. Tenía el ímpetu de los veinte y todos los candores del
hombre rural. Su único escudo era el hechizo con que la poesía
envuelve a sus elegidos. Y ya se sabe lo vulnerables que son las criaturas en
tal desnudez de alma. Él mismo lo reconoce:
Sólo triunfa el espinudo, ay, espinas no me dieron. Si los
otros se vistieron, me fui quedando desnudo. Pero tengo por escudo un
silencio que trabaja, una raigambre que baja al subsuelo, y allí
absorbe a la medalla del orbe que por los aires se alhaja.
Ese es el lujo, el fasto de los poetas. No fueron designados para la pompa
banal, la gorja ensordecedora y vacía. Ahora es la hora del verso de
Roberto Manzano. La hora de la lírica indagadora y descodificadora.
Demasiado saturada de consignas y genuflexiones complacientes andaba la poesía
cubana. Una épica impuesta, muchas veces con francos relieves de
oportunismo, plagó el verso nacional. La espera no fue baldía. Los
que usaron como mascarón de proa el verso fácil mirarán con
asombro este verso cincelado y vibrátil, los que intentaron impedir su
destino, atónitos, lo verán erguirse. Y eso que el tiempo final no
ha pasado la cuenta.
El Racimo y la Estrella es la cubanía salvada, prestigiada,
ennoblecida. Su cátedra: la décima; su vino: un español
depurado y montuoso; sus símbolos: endémicos, primigenios. No salió
Roberto Manzano a pedir prestado. Cuando sus recursos no le alcanzaron, le robó
a otros grandes con la serenidad del poeta maduro, jamás con la timidez
del bisoño que imita. Ahí están los verdaderos símbolos
pasados por el tamiz de la sabiduría, ahí están,
descifrados, y vueltos a cifrar, los elementos del cubano que somos. Ninguna
directriz extraña vino a embridarlos.
Roberto Manzano Díaz (Ciego de Ávila, 1949) no es ese ser
informe y frío de quien hablan en la contraportada del libro. Es un
cubano sufridor que ha cruzado el delirio y se nos presenta ahora con un alma
germinal y un cuerpo envejecido. Habrá que leerlo con detenimiento para
aprehenderlo. Llegó a tiempo y quizás se haga realidad el versículo
de "los últimos serán los primeros".
Esta información ha sido transmitida por teléfono,
ya que el gobierno de Cuba no permite al ciudadano cubano acceso privado a
Internet. CubaNet no reclama exclusividad de sus colaboradores, y autoriza
la reproducción de este material, siempre que se le reconozca como
fuente.
|