El extraño
caso de los maestros emergentes
Manuel David Orrio, CPI
LA HABANA, septiembre (www.cubanet.org) - La madre de Yanadelis Echevarría
Suárez, estudiante de ocho años de edad en la escuela Lidia Doce,
ubicada en el municipio capitalino Playa, al revisar los cuadernos escolares de
su hija descubrió que la maestra de la chiquilla desconoce reglas básicas
de ortografía.
Junto a otros 14 niños, la hija de Regla Suárez estudia en un
aula nacida de un amplio programa de construcciones y reparaciones de escuelas
habaneras impulsado por Fidel Castro en persona a lo largo del recién
concluido verano.
Los padres de los educandos han comenzado a nombrar a esas aulas con una
imagen que define su tamaño: "cajas de zapatos". Y en voz baja,
cual si tramaran una conversación, se aconsejan unos a otros para estar
bien atentos sobre los errores de maestros como la que tocó a Yanadelis,
pues la formación pedagógica de tales dómines se reduce a
los cursillos emergentes que les fueron impartidos por pedagogos gubernamentales
a fin de paliar el serio déficit de educadores frente a las aulas
existentes en Cuba.
Aulas liliputienses, maestros emergentes (como se les llama) parecen las
principales claves de la actual situación de la instrucción pública
cubana. Atrás quedaron orgullosas declaraciones gubernamentales, siempre
insistentes en que Cuba es el país con más alto índice de
maestros per cápita del mundo. No de dudar es. Pero a juzgar por las
noticias están en cualquier parte menos frente a los alumnos. De ahí
los emergentes, en su mayoría personas jóvenes y con frustraciones
escolares, que atraparon la oportunidad del empleo y hasta la posibilidad de
alcanzar un título universitario a la vuelta de unos años.
Entretanto, niños como Yanadelis deberán ser cuidadosamente
vigilados por sus padres no vaya a ser que al paso de esos mismos años
devengan asesinos de la ortografía.
La prensa nacional y extranjera ha informado bastante respecto a la
aparentemente novedosa emergencia de estos maestros. No obstante, apenas se ha
publicado sobre el hecho documentado de que a lo largo de 40 años el
gobierno de Fidel Castro se ha visto obligado unas tres o cuatro veces a
recurrir al reclutamiento masivo de maestros improvisados, porque para comenzar
ése es el adjetivo correcto. No el de emergente.
Ejemplo mayor, y no del todo negativo, fue la creación a inicios de
los 70 del Destacamento Pedagógico Manuel Ascunce Domenech, mediante el
cual miles de graduados de enseñanza media fueron reclutados para ejercer
como profesores de secundaria básica, al tiempo que realizaban estudios
pedagógicos superiores.
Muchos de ellos se graduaron. Puede decirse que al filo de los 90 la columna
vertebral de la instrucción pública isleña estaba formada
por esos miles que de buen grado o por compulsión política (pues
la hubo) integraron las filas del mencionado destacamento. Y quede claro, su
impacto como fuerza educacional era de respetar aún al inicio del curso
escolar 1993-94, cuando Cuba contó con un maestro de primaria por cada
16.44 alumnos y un profesor de enseñanza media por cada 8.76 educandos,
de acuerdo con cifras oficiales.
Pese a sus éxitos incuestionables al compararla con la de otras
naciones, la política educacional del gobierno de Fidel Castro ha sido
objeto de numerosas críticas a lo largo de años, tanto por razones
propiamente pedagógicas como por causas localizables en el carácter
del Estado post-totalitario con que se define a Cuba, el cual se expresa en
materia de instrucción como monopolio estatal sobre la enseñanza y
politización de la misma, en sentido oficial.
Podrá estarse o no de acuerdo con elogios o críticas, pero el
hecho terco que ahora salta a la luz es éste: si en 40 años de
gestión el gobierno de Fidel Castro no ha podido estabilizar a base de
profesionales bien entrenados el ejercicio del magisterio para hacer de los
maestros improvisados un "recuerdo de juventud", no caben dudas de que
"algo huele a podrido en Dinamarca".
No sólo se trata, como se conoce, de marginación del pedagogo
cubano de un conjunto de oportunidades económicas surgidas a lo largo de
los 90, pese a lo difícil de la situación de la economía de
Cuba, lo cual ha hecho emigrar hacia oficios o profesiones mejor remunerados a
miles de maestros y profesores. Si más de 22 mil educadores netos dejaron
de estar frente a las aulas entre 1986 y el 2000, según datos oficiales,
debe pensarse muy seriamente no sólo en el lado material, sino además
en la presencia de un sentimiento de decepción profesional, a entender de
este periodista insuficientemente esclarecido porque sólo en la Cuba de
Fidel Castro ha sido el maestro cubano un desertor de su carrera. Antes, quería,
ansiaba ser exacta y únicamente maestro.
El extremo caso de los maestros emergentes se ha reiterado lo suficiente
como para avisar de graves insistencias en errores. Primero de éstos,
quizás, imponer el dogma de una pedagogía sin libertad. Segundo,
dejárselo imponer. Porque entre los maestros isleños existe, como
entre todos los cubanos, una gran ausencia de civilidad, expresada en el
predominio de la salida sobre la voz, en elegir la opción de emigrar
antes que la de luchar. Sea por demandas profesionales, sea por la propia
libertad.
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