Emilio Ichikawa /
El Nuevo Herald.
septiembre 6, 2002.
Un polémico veredicto cultural establece que "Cuba es su música".
Unos, satisfechos con lo que la sentencia afirma, asienten; otros, inconformes
con lo que omite, le complementan con un enjundioso archivo de evocaciones.
Cuba es, en efecto, un surtidor musical; pero Cuba es también cuna de
un interesante pensamiento científico, como ha demostrado la historiadora
española Consuelo Naranjo; de una tradición médica, una
cultura jurídica y un linaje deportivo. No ha producido, pero sí
ha sabido recoger y rectificar con oportunidad lo mejor del pensamiento filosófico
y teológico universal, así como adelantarse en la introducción
de inventos técnicos y descubrimientos científicos de Europa y
Norteamérica.
Sin embargo, desde hace un tiempo uno se encuentra tantos "pintores"
como músicos posando en el panorama cultural de la cubanidad; maestros y
advenedizos, genios y picaros, águilas y mosquitos. A pesar de la
cuarentena económica las galerías prosperan y hemos tenido la
oportunidad de ver muchas muestras. Como casi siempre, nos hemos formado ya la
escala de preferencias, igual que sabemos de aquéllos que jamás
exhibiríamos en la más discreta sala, ni enseñaríamos
en algún auditorio.
Geandy L. Pavon Zayas (1974, Las Tunas, Cuba) es uno de esos pintores que
uno no teme en llamar artistas; de los pocos con que un escritor tiene en verdad
algo que conversar. Y no es sólo que con él se pueda discutir de
libros o trabajar alguna idea, es que sabe jugar con las palabras, disfrutar con
los textos como un demiurgo y disfrutar hasta de los chistes que se forman
superponiendo oraciones.
He visitado su estudio en New Jersey en varias ocasiones, una vez con acompañamiento
de lujo, con el artista Arturo Cuenca, quien comentó el trabajo con una
agudeza que acabó por convencerme de que un elogio a la obra de Pavón
no corría ningún tipo de riesgo.
Los lienzos de Pavón son muy intensos; en la mayoría de ellos,
algunos con formato notablemente grande, se descubre una singular mitología
que obliga a visitarlos constantemente. El pintor ha puesto hallazgos mitológicos
en cada detalle y derrochado oficio sobre dibujos virtuosos: máquinas,
armazones, engendros y humanidades.
No le gusta que le digan barroco, en general, no aprecia mucho que le
definan, pero yo encuentro algo gótico en sus telas, una sensación
de dinámica oscuridad que me habla por primera vez en años de la
posibilidad de una Cuba profunda y grande, a diferencia de la grácil y
sonriente que nos inventamos por todas partes.
No hemos hablado aún de religión y herejía, pero hay
algo de sagrado paganismo en su visión del mundo. Ante la peligrosa
escalada del fanatismo religioso lo pagano, el retorno al cuerpo, se dibuja como
una interesante alternativa.
La pintura de Pavón nos habla de un lado denso de la alegría y
del peso que reporta una felicidad egoísta, una que no se puede compartir
pues se trata de ésa que el genio consigue a través de la angustia
creativa. Por eso, por densa y plena, la obra de Pavón se ubica en el
reino infinito de la noche; suena como un nocturno con colores de son y
precipitación sinfónica. Insisto: a diferencia de Martí,
donde la noche era patria, en el artista es reino, hogar.
Algunas figuraciones llegan a provocar una sensación casi física
de placer y hasta de dolor, como es lo que acontece ante las explosiones en
rojo, las sierras y punzones hirientes, las mutilaciones, las cuerdas tensas y
los recios empalmes.
Las máquinas y maquinaciones de Pavón nos sobrecogen de
significado: un tren guiado por la muerte, el mayor desnudo, conduce hasta el
mismo espectador; los filos tratan de limar la zarza y parecen buscar, si no un
punto de llegada, al menos un camino por el que poder transitar.
Aunque el universo intelectual de Pavón está rigurosamente
formado, no siente la tentación de convertirse en su primer crítico;
muy lejos su charla de esa pedante inclinación que tienen muchos pintores
de teorizar sobre su propia obra y endilgarnos sus probables consecuencias ideológicas.
Esa contención es por demás muy elocuente y nos invita a la
contemplación activa.
Mis imágenes preferidas pertenecen a la serie Pintura de noche; en
esos lienzos, entre tulipanes, yerbas, nieblas y frondosidades, un nocturnal otoño
nos reporta primavera. El cosmos imaginario de Pavón, gótico,
llegará con suerte a un Miami de vértigo y luz.
© El Nuevo Herald
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