Carlos Franqui /
El Nuevo Herald,
septiembre 3, 2002.
La muerte de Raúl Chibás pone fin a la historia de uno de los
protagonistas, participante y víctima, de los grandes momentos y de las
grandes caídas de la Cuba contemporánea. Luchador contra Machado,
los tres golpes de Batista y la tiranía de Castro, Raúl ganó
batallas y sufrió derrotas, prisiones, torturas y exilios durante sus 70
años de lucha por la libertad.
En 1932, cuando tenía dieciséis años, fue uno de los más
jóvenes presos políticos de Isla de Pinos; en 1933, junto a su
hermano Eddy, cuya estrella nunca opaca su propia luz, fue de los sostenedores
de aquella revolución martiana que en ciento veinte días cambió
los destinos de Cuba, antes de ser derrocada por Batista, Sumner Welles, el
embajador de Estados Unidos y los intereses creados.
Durante años Raúl luchó contra la dictadura. En 1947,
cuando el último año de gobierno de Grau, fue uno de los
fundadores de la ortodoxia, nacida bajo el impulso de combatir la corrupción,
cáncer de la democracia. Después de la dramática desaparición
de Eddy en agosto de 1951, Raúl fue uno de los dirigentes de aquel
movimiento renovador y de oposición al golpe del 10 de marzo de 1952.
Después del asalto a Palacio el 13 de marzo de 1957, Raúl se une
al 26 de Julio, acontecimiento que narra con estas palabras: "Cuando se
produjo el asesinato de Pelayo Cuervo el 13 de marzo de 1957 se cerraron todas
las posibilidades de solución política honorable y estimé
mi deber incorporarme a las guerrillas de la Sierra Maestra. Fidel Castro era
ortodoxo y sus declaraciones fueron siempre de contenido democrático. Allí
redactamos y firmamos junto a Fidel Castro y Felipe Pazos el Manifiesto de la
Sierra Maestra, con un mensaje para la nación de libertad y justicia.
Parece ser que Castro desea que no se sepa nada de ese importante documento que
le dio legitimidad a la lucha armada y en el que Fidel Castro se comprometía
a convocar a elecciones libres al año de la victoria rebelde''.
Su pensamiento martiano está sintetizado en estas sus palabras en
defensa de la ortodoxia, en respuesta a las mentirosas críticas de
Castro, publicadas por Carta de Cuba en 1998. "El emblema del Partido del
Pueblo Cubano está formado por un sombrero guajiro con la escarapela mambí,
simbolizando la lucha del campesino cubano por la liberación nacional,
una rueda dentada con veinte dientes, que significan los últimos veinte años
(1927-1947) año de la fundación, la lucha del pueblo por la
independencia económica, la libertad política y la justicia
social, seis radios que representan las seis provincias, una palma criolla que
se eleva hacia el cielo vertical, digna, altiva, sin dobleces ni torceduras,
simbolizando el alto ideal, el pensamiento levantado, la conducta recta y el espíritu
independiente de los cubanos rebeldes ante la injusticia. Este símbolo
representa nuestra firme decisión de poner la justicia, como quería
Martí, tan alta como las palmas''.
En 1959, Castro quiso designarlo presidente de la república, primero,
y ministro de Hacienda, después, ofertas que declinó con suma
inteligencia y raro desinterés, aceptando por disciplina un cargo menor
en los ferrocarriles, al que renunció en 1960, poco antes de su fuga de
Cuba al oponerse a la sovietización castrista de la isla.
Graduado en filosofía, su vocación de maestro lo llevó
a fundar uno de los más prestigiosos colegios de La Habana, profesión
que practicó con austera dignidad durante su exilio en Nueva York, a
partir de los años sesenta. Su último deseo expresado a sus
familiares fue que sus cenizas retornen a Cuba, el día que sea libre.
Raúl, como tantos compatriotas, no pudo ver el fin de la interminable
pesadilla, mientras el opresor que tiraniza a Cuba, pese a su todavía al
parecer onnímoda dictadura, un día será devorado por una
jauría de cubanos hambrientos y, como Trujillo, Stalin y sus colegas, sus
restos malditos no encontrarán lugar ni en cielo ni en tierra.
Raúl murió como ''bueno, de cara al sol, sin patria, pero sin
amo''. Adiós, Raúl.
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