Miguel A. Bretos /
El Nuevo Herald,
octubre 22, 2002.
W ashington, DC -- Se dice que Cuba es surrealista. Creo que fue el propio
André Breton quien afirmara que ''Cuba es un país demasiado
surrealista para ser habitable''. El surrealismo, por supuesto, es un término
de la historia del arte, no de la política. La mejor definición
que conozco es que el surrealismo es la yuxtaposición de
improbabilidades. Surrealistas son los relojes derretidos de Dalí, o las
rocas misteriosamente suspendidas en el aire como nubes de René Magritte,
o los misteriosos espacios de Giorgio de Chirico.
La historia de Cuba es surrealista. Comienza con la llegada a la isla de un
italiano al servicio de España con cartas de presentación para el
emperador de la China. Surrealista es el hecho de que, tras una mediación
norteamericana en 1933, se alzara con el poder un sargento taquígrafo del
ejército, mestizo por añadidura. Surrealistas son el suicido
fallido de Calixto García, y el logrado de Eduardo R. Chibás, un
aspirante a la presidencia que se dio un pistoletazo en la radio en 1951.
Surrealistas son Fidel Castro y Pérez Roura, el Caballero de París
y las hermanas Scull, la Operación Pedro Pan y la zafra de los diez
millones. Y, por supuesto, Elián.
Los cubanos somos también un pueblo de paradoja. La paradoja implica
el apareamiento de contradicciones. Por ejemplo, es paradójico que la
comunidad más acerbamente opuesta al régimen castrista sea una
fuente importante de divisas para la economía cubana. Las remesas
familiares --cerca de un billón de dólares al año--
permiten a los cubanos de la diáspora honrar simultánea y paradójicamente
a la parentela y el embargo. A la parentela contraviniendo el embargo, y al
embargo arguyendo que sólo el deber para con la parentela puede
justificar el envío de dólares a Fidel. ''Apoyo el embargo, pero
no puedo dejar que Mamá y Tía Cuca pasen necesidades''. ¡Váyase
a ver!
Como vivimos en un medio surrealista y estamos inmersos en la paradoja,
cualquier solución a la problemática nacional debería
encuadrar dentro de esa coyuntura. Propongo, por lo tanto, que comencemos un
movimiento para constituir a la Cuba futura en monarquía hereditaria.
Cuba tiene una, aunque discreta, acendrada tradición monárquica.
La Habana es la única capital hispanoamericana en tener montado --con
todos los hierros-- un surrealista ''salón del trono''. Aun en tiempos
precastristas, el presidente se sentaba en la ''silla presidencial'', y los
caricaturistas se referían al gobernante de turno como "el reyecito
criollo''.
El régimen revolucionario y socialista cubano es de hecho una monarquía.
El actual monarca de facto ha anunciado sus pretensiones dinásticas al
nombrar heredero a su hermano. El jefe del estado cubano goza de un tratamiento
augusto. Como los antiguos césares romanos, quienes eran de derecho
magistrados de una república, pero de hecho monarcas absolutos, es
comandante en jefe de las legiones, es decir, Imperator. Los títulos de
presidente de la república y del consejo de estado y de ministros tienen
su precedente en el antiguo Princeps Senatus romano. Y, por supuesto, el
gobernante cubano, como máximo líder de la revolución, es
ni más ni menos que Pontifex Maximus, sumo pontífice y defensor de
la fe. Sólo el tiempo dirá si la casa de Castro logra consolidarse
en el trono. Es posible que el monarca haya cometido un error al darle el dedazo
a su hermano, desheredando a su hijo Fidelito. La sucesión monárquica,
un proceso carismático, no funciona así.
Pero hay una fórmula que pudiera trabajar muy bien. Propongo que los
cubanos de aquí y de allá hagamos causa común con la idea
de entronizar en Cuba la casa de González. Es decir, que en su momento
sea ungido y coronado Elián I como rey constitucional de Cuba por la
gracia de Dios. No, no es una gracia. Eliancito sería una gran rey. Es un
chico simpático, con una gran sonrisa, y en uniforme de Gran Almirante de
la Flota de Marimelena cortaría una gran figura.
Además, traería a Cuba una enorme atención de los
medios de difusión. Don Elián es sólo el tercer cubano en
agraciar la cubierta de Time (los otros fueron Batista y Castro). La cobertura
de Hola sería espectacular. Es el único cubano en tener museos
tanto en La Habana como en Miami. Sería un gran elemento de cohesión
nacional. Pudiera ser, de hecho, un símbolo de la patria, como conviene a
cualquier rey que se respete: la bandera, el escudo, el himno y la real persona.
¿Se imaginan ''Dios salve al rey'' a ritmo de guaguancó? En cuanto
al escudo, sugiero que en el cuartel superior, adonde hoy aparece la llave del
Golfo, pongamos una cámara de neumático y dos o tres toninas, símbolos
del mítico ingreso de don Elián a nuestra historia.
Elián I por la gracia de Dios asumiría el trono tan pronto
como el actual monarca desaparezca de la escena. Ya para entonces Elián
tendría sus treinta añitos y es hasta posible que tuviera algún
vástago. El heredero aparente de la corona pasaría a ostentar por
costumbre el título de archiduque de Cárdenas. Tendría que
haber una coronación en la catedral con el cardenal, y otra en Regla con
los babalaos, naturalmente. A ese gran evento asistiría la familia real
en pleno. El infante don Lázaro, el infante don Delfín y la
infanta doña Marisleysis del lado de acá, y don Juan Miguel --ya
para entonces titulado su alteza serenísima el príncipe
progenitor-- del lado de allá.
¿La Cuba que soñó Martí? No lo creo, pero es que
Martí también era surrealista.
Historiador cubanoamericano, es director del Museo Nacional del Correo del
Instituto Smithsonian en Washington. |