CUBANET .INDEPENDIENT30

14 de octubre, 2002


La ética al basurero

Lázaro Raúl González, CPI

HERRADURA, octubre (www.cubanet.org) - Quienes cursamos estudios en la Cuba marxista fuimos sistemática y masivamente adoctrinados sobre la malignidad del capitalismo. Según esta categorización, los capitalistas serían, en el mejor de los casos, unos insensibles verdugos sociales.

Ahora mucha gente está comentando la inmoralidad en que está incurriendo el castrismo al cortejar a los mismos capitalistas americanos que hace 40 años sacó de la Isla a patadas.

A mí no me provoca el más mínimo asombro. Cualquier jugarreta que le sea útil será explotada por el régimen para prolongar su permanencia en el poder. Ya antes había sido legalizada la tenencia del dólar y se habían establecido oportunistamente otras medidas como la apertura al capital foráneo y una ligera liberización de las fuerzas productivas internas.

En cambio, me ha impactado más la postura que está asumiendo el empresario americano, al entrar en tratrativas comerciales normales con este régimen, odiador impenitente de la libre empresa. Esto no es un sutil detalle histórico, objeto de comentarios anónimos. No hay evidencia alguna de que el régimen que hace 43 años despreciaba el mundo de los negocios y abominaba de la propiedad privada haya evolucionado hacia un estado de derecho, promulgador de leyes justas y respetuoso del mercado libre. Muy por el contrario, en la Cuba de hoy el pueblo carece de toda oportunidad económica, a no ser la de servir al estado como fuerza de trabajo barata. El gobierno no permite ni siquiera la existencia de pequeñas empresas privadas. Los nacionales cubanos no pueden invertir en ningún negocio o empresa. En Cuba no hay bolsa de valores.

El gobierno que hace 40 años usurpó la tierra a sus legítimos dueños -nacionales o foráneos- sigue siendo hoy el propietario y usufructuario de las 4/5 partes de la tierra cultivable del país. Es también propietario exclusivo de toda la industria nacional y el prestador mayoritario de los servicios, donde se incluyen el turismo, el transporte y la banca. La actividad privada en Cuba se limita a la existencia de un pequeño sector comercial-artesanal y de unos miles de campesinos que padecen un total desamparo jurídico, dependen materialmente del estado y sufren todo género de abusos y represiones. A un ciudadano cubano la policía castrista le puede imponer una multa y decomisar su carga por transportar -un par de ejemplos entre 100 mil- diez libras de queso o 50 botellas de puré de tomate de una ciudad a otra. Las producciones de los campesinos son secuestradas por organismos estatales que pagan precios misérrimos.

Debido a la ineficiencia inherente al sistema, el pueblo de la Isla vive sumido en una asfixiante crisis económica. Los ingresos per cápita anuales son inferiores a los 200 dólares. En el terreno de los derechos civiles y políticos la situación es tan calamitosa como lo era hace cuatro décadas. Miles de cubanos han tenido que cumplir prisión por emitir un juicio crítico sobre el gobierno. Millones de nacionales han tenido que marchar al exilio. El gobierno no permite la libre asociación de los ciudadanos, e incluso viola diariamente su propia Constitución. En contradicción con el artículo 43 de la Carta Magna, se prohíbe el acceso de los cubanos a hoteles, restaurantes y playas, reservados el disfrute exclusivo de extranjeros. Se ha bloqueado la posibilidad de satisfacer las demandas legales del Proyecto Varela, nacido de la oposición y con suficiente respaldo popular, a pesar de que los artículos 63 y 88 de la constitución garantizan tal derecho. Los empresarios norteamericanos que han venido a exhibir sus productos en una feria en La Habana deberán estar enterados de que el gobierno cubano ha sido amonestado por más de una década en la Comisión de Derechos Humanos en Ginebra. Tales condenas no se han debido precisamente a que los cubanos vivamos en una sociedad próspera y democrática. Por más que los personeros del régimen se esfuercen en demostrar lo contrario, en Cuba no se vive una situación de normalidad.

La Isla sigue siendo gobernada hoy por el mismo sátrapa que lo ha hecho en los últimos 43 años y 9 meses. Hoy como ayer, su poder se sustenta en la fuerza, a través de una policía política que vigila a todo el mundo, incluyendo a los extranjeros que nos visitan. Si los empresarios americanos se involucran -a estas alturas de la debacle castrista- en la manutención de un macabro aparato represivo tercermundista, entonces ya no habrá dudas. Simplemente habrán tirado su ética al basurero.


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