Realismo y
espiritualidad en Cosme Proenza
Lucas Garve, CPI
LA HABANA, octubre (www.cubanet.org) - Si usted quiere conocer el resultado
de una formación académica a partir de criterios del realismo
socialista y la capacidad creativa del talento de un pintor caribeño,
puede acudir al segundo piso del palacio de Trocadero y Zulueta, sede de las
exposiciones de arte cubano del Museo Nacional de Bellas Artes.
Para tener acceso a la pequeña sala donde cuelgan 23 óleos de
Cosme Proenza (Holguín, 5 marzo de 1948), primero debe pagar cinco pesos
si es cubano o cinco dólares si es extranjero. Además, el catálogo
de la exposición cuesta cinco dólares en la boutique ubicada a la
izquierda del patio. Los destinados a la venta en pesos se agotaron el día
de la inauguración, el 25 de septiembre.
Graduado en la Escuela Nacional de Arte de Cuba en 1973, Proenza cursó
posteriormente estudios en el Instituto de Bellas Artes de Kiev, Ucrania
(antigua URSS) en los 80.
Cosme Proenza sabe dibujar y pintar. Poseer estas destrezas significa que
tiene una buena línea, dominio del color y de las técnicas
apropiadas, garantes de que un buen cuadro sea un buen cuadro para la mayoría.
Hay quien podrá decir que su pintura es anecdótica o
decorativa pero, en definitiva, hay en sus obras un discurso en el cual realismo
mágico, religiosidad y figuración son elementos de un código
personal cuyas múltiples influencias arrojan un resultado, sin duda,
marcado por tendencias tan actuales como la posmodernidad.
Sin embargo, no se asuste con la "descarga" del párrafo
anterior. La pintura de Cosme Proenza consigue por todos los medios encantar al
visitante. Texturas, color, composición, perspectiva, figuración y
hasta el barniz de los cuadros se combinan para proyectar una mezcla de oficio y
sensibilidad.
Por otra parte, los cuadros de Proenza también "cuentan"
una anécdota, una historia. Existe "literatura" en sus cuadros,
es cierto, gracias a lo logrado por los elementos técnicos antes
mencionados.
Ejemplo paradigmático es el tríptico "Jardín"
(óleo, 2000), una evocación de la novela homónima de Dulce
María Loynaz Muñoz, Premio Cervantes. Tres lienzos de una belleza
tan impresionante como misteriosa, en tono verde azulado que descubre una
dimensión de eternidad meditativa, muy propia de la novela lírica
de Loynaz.
Forman parte de las obras expuestas una versión del San Cristóbal
de La Habana, el santo patrono de la ciudad, pues el original lo regalaron a
Juan Pablo II cuando visitó Cuba en 1998, un óleo titulado "San
Francisco recibiendo los estigmas", muy atractivo por las texturas logradas
y la expresión realista de la figura humana. También una Cecilia
Valdés que mucho le debe al art nouveau, estilo de finales del siglo XIX.
Vale apuntar que la característica del conjunto de obras no deja de
ser el contraste entre técnica realista y la espiritualidad que despiden
todas las obras. Evidentemente es el mayor logro artístico de la exposición
de Proenza y, ¿por qué no?, una invitación a reencontrar esa
espiritualidad en la fe que hoy falta en Cuba.
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