El cartero
Oscar Mario González, Grupo Decoro
SANTA CLARA, octubre (www.cubanet.org) - El viejo oficio de cartero,
aparentemente amenazado por los avances de las comunicaciones, tiene en Cuba
plena vigencia.
Sin duda que entre nosotros el cartero goza de la simpatía y el favor
del público. Usualmente es discreto y poco bullicioso, lo cual es
indispensable para el buen desempeño de su tarea. Por ser hombre de
bolsillos flacos no se le adjudican mayores conquistas amorosas. El árbol
del cartero no da mucha sombra. Su discreción, sin embargo, no le impide
ser afable y comunicativo, por lo cual es frecuente verlo saboreando una taza de
café en la casa de un vecino.
Con este heraldo, comunicador de la buena o la mala noticia, todos tratan de
estar a bien. Como las cosas en este país son tan deficientes e
inseguras, todo aquel interesado en recibir algo a través del correo
intenta persuadir y contagiar al cartero tanto de su inquietud como de sus
deseos.
Depositario de no pocas confidencias, sabe del que tiene un familiar en
Miami o en Estocolmo, del que espera una carta de invitación y del joven
que aguarda ansioso por los resultados de la lotería de visas para
emigrar a los Estados Unidos.
Comparativamente, su trabajo es menos propicio al invento criollo, es decir,
al "trapicheo" y el negocio ilícito. No obstante, el raquítico
salario de 198 pesos mensuales que recibe por una labor tan responsable y
agotadora, le obliga a buscar alternativas que le permitan subsistir.
Al contenido propio de su faena se añade la distribución y
cobro del periódico a los suscritores, así como la entrega de la
cuenta telefónica, de modo que a su exiguo salario se le "pega"
algo por la venta de algunos periódicos a sobreprecio. También
puede resolver una suscripción al rotativo Granma por 80 ó 100
pesos. Claro, tan comprometedor negocio lo reserva para aquellos que le inspiran
confianza, o sea, para aquellos que, al parecer "no están en ná".
Pero su principal fuente de ingresos proviene del servicio que presta al
encargarse de hacer efectivo el pago de la cuenta telefónica, al módico
precio de 1.50 que casi todos redondean a dos pesos. El ofrecimiento es
totalmente voluntario y aceptado gustosamente por la mayoría, ya que
evita el traslado a la oficina de correos y la cola correspondiente. Acá,
excepto abrir una cuenta bancaria en dólares, o adquirir la caja para el
muerto, todo lo va acompañado de una cola inevitable.
Nuestro hombre, el cartero, por encima de todo, tiene el sublime privilegio
de ser testigo directo de la felicidad humana. Ese momento en que la joven
recibe de sus manos el sobre amarillo procedente de la Oficina de Intereses de
los Estados Unidos en Ciudad de La Habana, que la acredita como ganadora del "bombo",
o lotería de visas.
En ese breve tiempo, joven y cartero se funden en un emotivo abrazo en el
que la cabeza de éste pugna por no ser desprendida del cuerpo. Al
separarse, en ambas caras quedará una mezcla de lágrima y cosméticos
y en los labios una risa plena de felicidad.
Luego están las promesas. Al cartero se le hacen tantas promesas como
al milagroso San Lázaro. Algunos prometen videos y hasta mandarlo a
buscar cuando estén "allá". Pero el cartero sabe de las
frivolidades humanas, y por experiencia conoce que con las glorias se olvidan
las memorias. No obstante, siempre existen personas con alto sentido de la
gratitud. Los buenos regalos que atesora el cartero dan fe de ello. Y su
presencia es obligada en la fiesta de despedida, víspera de ese viaje sin
regreso. Una viaje que va de las tinieblas a la luz.
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