Los camellos
están llenos
Manuel David Orrio, CPI
LA HABANA, noviembre (www.cubanet.org) - Se requiere vivir en La Habana para
comprender hasta dónde el ritmo natural de la ciudad puede ser alterado
si el gobierno de Fidel Castro convoca a una de las llamadas marchas del pueblo
combatiente.
Cada vez que una de éstas se realiza, todos los servicios capitalinos
se trastocan. De la noche a la mañana el transporte público logra
la invisibilidad tras haberse reducido al 10 por ciento de lo que fue hace
quince años, mientras los taxistas privados emulan con los autobuses, y
un caos curiosamente bien organizado parece tomar por asalto a la ciudad.
Tras las marchas quedan las secuelas, las ocultas secuelas. Nadie sabe cuál
es en realidad el costo de una de esas movilizaciones, medido en términos
de producto interno bruto. Si acaso, lo que ya se hace posible es establecer una
cierta relación proporcional entre abundancia de manifestaciones y
deterioro de la economía. Un par de ejemplos: la libra de tomates se
vende en La Habana a 15 pesos, más o menos el 6 por ciento del salario
medio mensual, y la última de las marchas coincidió con una
interrupción del servicio eléctrico que dejó fuera de
servicio a las operadoras de información telefónica de la capital.
Sin embargo, lo curioso de las marchas es cómo se incorporan al
paisaje y la rutina. Las marchas, pese a todo, son magníficos pretextos
para no laborar en una función que no reporta verdaderos beneficiosos, o
la oportunidad de salir en extraña conga por las calles de La Habana,
para no hablar de los tempestuosos idilios nacidos a propósito de la
manifestación.
Entre tanto ruido y banderitas, el común habanero pierde de vista la
anormalidad de la situación, pensada más o menos racionalmente. Un
par de días atrás a la última caminata la televisión
exhibió un clásico del cine cubano titulado "Memorias del
subdesarrollo", que presenta en uno de sus momentos al protagonista sumido
en una reflexión sobre cómo la ausencia de memoria histórica
es un rasgo distintivo de la falta de desarrollo sostenible y real. Pues bien,
cuarenta años después el filme sorprende por su actualidad. Sus imágenes
presentan marchas y retos antimperialistas, sólo que ahora las aceras
destruidas de la actualidad se ven en "Memorias del subdesarrollo"
cuando eran nuevas y hasta limpias.
Esa pérdida de memoria, esa aceptación de lo anormal como
normal puede dar lugar a anécdotas como ésta: cuatro horas antes
de iniciarse la marcha de turno, un amigo preguntó a su esposa, quien
regresaba de su trabajo, si le parecía aconsejable trasladarse a cierto
lugar para cumplir con un trámite judicial. La esposa, ni corta ni
perezosa, respondió: "¡Claro que sí, los camellos están
llenos!"
Frase ilustrativa, en verdad. La mujer consideró normal al desastre
que es el servicio de transporte público de la capital, significado por
llamar "camello" a un autobús, lo cual es sinónimo de
lentitud viajante por un desierto, y que además la supuesta bestia cargue
a una multitud equivalente a un tren camino de un campo de concentración.
Y aún queda tiempo, tómese nota, aún es posible realizar
una gestión antes de que la marcha lo vire todo al revés.
Sorprende a veces en tales anécdotas cómo la anormalidad
cubana se ha logrado colar en la piel de la gente. Y cómo, sin saberlo,
las personas van entregando pedazos de su individualidad, en una suerte de
aceptación condicionada por las circunstancias, en virtud de la cual "lo
normal" no es soñar con una ciudad cómoda y moderna. Nada de
eso: lo "normal" es que los camellos estén llenos. ¿De qué?
Esta información ha sido transmitida por teléfono,
ya que el gobierno de Cuba no permite al ciudadano cubano acceso privado a
Internet. CubaNet no reclama exclusividad de sus colaboradores, y autoriza
la reproducción de este material, siempre que se le reconozca como
fuente.
|