Andrés Hernández Alende /
El Nuevo Herald,
noviembre 14, 2002.
Quién sabe, a lo mejor Steven Spielberg fue a Cuba movido por una
curiosidad arqueológica, como Indiana Jones en Egipto. Desde luego, no
cuestiono el derecho que tiene Spielberg, o cualquiera, de ir adonde le plazca.
Eso se llama libertad, palabra que se repite mucho pero en la que se cree poco.
Lo que me maravilla es la capacidad de resistencia que el cineasta
norteamericano mostró en La Habana. Pasó ocho horas seguidas
conversando con Fidel Castro. Se afirma que luego dijo que habían sido
las ocho horas más importantes de su vida. Semejante declaración
tiene que haber sido un gesto de cortesía, pero de cortesía
desmesurada ante alguien que tiene las manos ensangrentadas, ante alguien que
lleva casi medio siglo al frente de un cruel mecanismo de represión
llamado revolución cubana.
Yo pensaba que el genio del cine que hizo La lista de Schindler sufriría
de alergia hacia cualquier tiranía. Pero, al parecer, los escrúpulos
hacia las dictaduras pueden ser selectivos. Recuerdo que un colega español
se asombró una vez al leer un artículo mío en el que
criticaba a Augusto Pinochet. Mi colega creía que alguien que se oponía
al gobierno de Castro vería con buenos ojos al déspota chileno.
Pero yo siempre he pensado que los dictadores, del signo ideológico que
sean, merecen idéntico repudio.
De todos modos hay que recordar que Spielberg mora en un olimpo. Vive
rodeado de personalidades, muchas de ellas excéntricas. El mismo es una
celebridad. Habita en un mundo que se basa en el culto al estrellato. Y Fidel
Castro, nos guste o no, es una de las grandes estrellas de nuestro tiempo. Es
uno de los personajes más notables de la era contemporánea. Lleva
más de cuarenta años interpretando un papel que muchos consideran
romántico: el de revolucionario indómito. Su histrionismo y su
actuación en la historia tienen que atraer por fuerza a alguien como
Spielberg, que se ha dedicado a hacer películas sobre portentos, guerras
y tiranías.
Castro, en efecto, ha sabido interpretar rigurosamente el papel de rebelde
en el teatro del mundo. Se exhibe en el escenario internacional como el líder
que ha resistido durante medio siglo el asedio del país más
poderoso de la Tierra. En ese sentido, el embargo norteamericano, impuesto hace
cuatro décadas, ha sido una torpeza. Ha reforzado una imagen conveniente
para el dictador cubano: la de David frente a Goliat, y además le ha
servido a Castro de excusa para disimular su pésima administración
económica. Ha sido una coartada formidable para sus errores y sus
desmanes.
Cada vez son más los que están a favor de levantar ese cerco
impuesto hace muchos años a Cuba por los Estados Unidos como castigo a la
confiscación de propiedades norteamericanas en la isla y al acercamiento
de Castro a la Unión Soviética. El embargo ha sido inútil.
Prácticamente no ha cumplido otra función que la de presentar al
exilio de Miami como una banda de intransigentes resueltos a matar de hambre a
sus compatriotas de la isla con tal de que Castro se caiga. La paradoja es que
esa noción no concuerda con la realidad: las remesas enviadas desde Miami
han llegado a ser un renglón importante de la economía cubana, y
además todos los días salen hacia La Habana decenas de exiliados
cubanos que van al rescate de sus parientes, a llevarles provisiones y regalos.
De paso, algunos van también a alardear de la posición económica
que han adquirido en los Estados Unidos, a hacer negocios y hasta a buscar
diversiones sexuales.
Desde luego, no estoy en contra de que los cubanos regresen a la isla,
aunque yo prefiera no ir, sencillamente porque no tengo ganas de que los
esbirros de Castro me interroguen o me vigilen. Yo me fui de Cuba precisamente
por eso: para que nadie me vigilara ni me gobernara. A otros no les importa
regresar. No los critico. Tienen motivaciones poderosas y diversas. Lo que
quiero señalar es la incoherencia entre el mensaje político y la
realidad. El embargo es hoy un asidero sentimental para los náufragos de
un barco que se ha ido a pique y que se llama la Cuba del ayer. Y un arma en las
campañas de los políticos, que saben que una postura a favor del
embargo es muy útil para triunfar en Miami. Es un rito electoral. Pensar
a estas alturas que el embargo puede derrocar a Castro es tan fantástico
como la trama de una película de Spielberg. |