CUBANET .INDEPENDIENTE

13 de noviembre, 2002

¡Oh, La Habana

Lázaro Raúl González, CPI

HERRADURA, noviembre (www.cubanet.org) - A sotto voce la mayoría y a voz en cuello la vanguardia más crítica, los habaneros suelen quejarse de las penurias que aguijonean su existencia. Sin embargo, comparada su situación con la reinante en el interior de la Isla, los capitalinos podrían ser considerados unos privilegiados.

El problema en Cuba no sólo es que en la capital del país esté concentrado el mayor número de teatros y centros de altos estudios, lo cual también acontece en Francia y Argentina. Después de todo, esto estaría justificado por la densidad poblacional.

Las desigualdades existentes entre la capital y el resto del país obedecen a la estrategia central de un poder absolutamente centralizado y que, casualmente, está radicado en La Habana. Es obvio su interés por mantener contentos a los díscolos capitalinos y al mismo tiempo presentar al mundo una buena imagen del país.

En vano trataría cualquier líder de provincia o municipio del interior defender los derechos de sus paisanos, aunque fuera el derecho a comer yuca. Si el municipio de Consolación del Sur produce yuca pero los habaneros la necesitan -o la apetecen- la yuca se va para La Habana. ¿Y los consolañeros, los que sembraron y asistieron el basto tubérculo? Pues que coman piedras. Es una decisión central.

Por decisión central los mercados habaneros son los mejor abastecidos del país. Pese a conatos transitorios que intentarían impedirlo, en última instancia las autoridades permiten un flujo constante de mercancías hacia La Habana, en franco detrimento de los consumidores de provincia. También a través de sus redes de distribución de productos subvencionados el gobierno privilegia a los habitantes de la capital. Se les asigna para la venta cuotas superiores de carne, leche, huevos, cereales, combustible doméstico, etc.

Pese a ser allí también deficitarios, los servicios de transporte, educación y salud pública son en la capital mucho mejores que en el interior. Ciertamente, a veces un habanero tiene que esperar media hora o más por un ómnibus y viajar apretujado. Pero los pueblos de campo están incomunicados, porque las líneas de ómnibus simplemente desaparecieron o prestan sólo un servicio simbólico.

Mientras que las instalaciones educacionales y sanitarias capitalinas han sido recientemente reparadas y avitualladas, la situación de ambos sectores en el interior es calamitosa. Aquí son notorios el déficit de recursos y el consecuente abandono en muchas escuelas y centros asistenciales.

El gobierno se preocupa porque en La Habana se mantenga cierta sintonía con las corrientes internacionales. Y esto no sólo aplica a la moda o al rap. A menudo son cosas mucho más cotidianas. Por ejemplo, si usted visita la terminal de ómnibus habanera y tiene necesidad de hacer pipi, podrá elegir, de acuerdo con su sexo, un baño de mujeres o de hombres. En cualquier caso encontrará un local marmóreo, higiénico y aromatizado con modernas sustancias.

Pero si usted es sorprendido por la misma necesidad fisiológica en la terminal provincial de ómnibus de Pinar del Río, tendrá que penetrar en un repugnante retrete que presta servicio simultáneo a ambos sexos, y donde las más naturales pestes le revuelven el hígado al tipo más insensible.

Las diferencias entre La Habana y las provincias es todavía más abismal para los opositores al régimen de Castro. Mientras los opositores capitalinos están tácitamente protegidos por las sedes diplomáticas y los corresponsales de prensa extranjeros, los disidentes del interior, lejos del escrutinio internacional, tienen que vérselas negras, a menudo en solitario, con las hordas represivas del régimen.

Mientras a un opositor de La Habana le es posible transitar en anonimato por las calles de su ciudad, un provinciano de igual condición tiene constantemente sobre su persona a decenas de agentes de la policía política, cuya única función es vigilarlo y hostigarlo cada vez que sea posible.

También es un hecho que los opositores y periodistas independientes habaneros son mejor apertrechados desde la retaguardia, y que disfrutan de un mejor avituallamiento técnico que los residentes en provincia, y principalmente en los municipios rurales.

Claro, no todo es mejor en La Habana que en provincia. Los matanceros no cambian Varadero por la playita de 16. Ni los pinareños Viñales y Soroa por el parque Lenin y EXPOCUBA. Obviamente la naturaleza -y también la higiene ambiental urbana- está mucho mejor por todo el interior de la Isla que en su hoy depauperada capital, antes insigne urbe del Caribe.

Por añadidura, a la gente de provincia también le constan otras percepciones que le dan consuelo en su terruño. En el palacio presidencia de La Habana "reside" hace 43 años un paisano oriental, que inundó sus calles con una inculta policía oriental, y que a su vez no permite a ningún habanero -a no ser camareros, cantineros y cocineros- entrar a los buenos hoteles, porque son para extranjeros.

Nada, que para ver tanto abuso es casi mejor quedarse en provincia. Aunque aquí, claro, se corre el riesgo de los cerdos: vivir sólo para comer. Y luego ser devorado por el gusano de la desidia.


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