¡Oh, La
Habana
Lázaro Raúl González, CPI
HERRADURA, noviembre (www.cubanet.org) - A sotto voce la mayoría y a
voz en cuello la vanguardia más crítica, los habaneros suelen
quejarse de las penurias que aguijonean su existencia. Sin embargo, comparada su
situación con la reinante en el interior de la Isla, los capitalinos podrían
ser considerados unos privilegiados.
El problema en Cuba no sólo es que en la capital del país esté
concentrado el mayor número de teatros y centros de altos estudios, lo
cual también acontece en Francia y Argentina. Después de todo,
esto estaría justificado por la densidad poblacional.
Las desigualdades existentes entre la capital y el resto del país
obedecen a la estrategia central de un poder absolutamente centralizado y que,
casualmente, está radicado en La Habana. Es obvio su interés por
mantener contentos a los díscolos capitalinos y al mismo tiempo presentar
al mundo una buena imagen del país.
En vano trataría cualquier líder de provincia o municipio del
interior defender los derechos de sus paisanos, aunque fuera el derecho a comer
yuca. Si el municipio de Consolación del Sur produce yuca pero los
habaneros la necesitan -o la apetecen- la yuca se va para La Habana. ¿Y los
consolañeros, los que sembraron y asistieron el basto tubérculo?
Pues que coman piedras. Es una decisión central.
Por decisión central los mercados habaneros son los mejor abastecidos
del país. Pese a conatos transitorios que intentarían impedirlo,
en última instancia las autoridades permiten un flujo constante de
mercancías hacia La Habana, en franco detrimento de los consumidores de
provincia. También a través de sus redes de distribución de
productos subvencionados el gobierno privilegia a los habitantes de la capital.
Se les asigna para la venta cuotas superiores de carne, leche, huevos, cereales,
combustible doméstico, etc.
Pese a ser allí también deficitarios, los servicios de
transporte, educación y salud pública son en la capital mucho
mejores que en el interior. Ciertamente, a veces un habanero tiene que esperar
media hora o más por un ómnibus y viajar apretujado. Pero los
pueblos de campo están incomunicados, porque las líneas de ómnibus
simplemente desaparecieron o prestan sólo un servicio simbólico.
Mientras que las instalaciones educacionales y sanitarias capitalinas han
sido recientemente reparadas y avitualladas, la situación de ambos
sectores en el interior es calamitosa. Aquí son notorios el déficit
de recursos y el consecuente abandono en muchas escuelas y centros
asistenciales.
El gobierno se preocupa porque en La Habana se mantenga cierta sintonía
con las corrientes internacionales. Y esto no sólo aplica a la moda o al
rap. A menudo son cosas mucho más cotidianas. Por ejemplo, si usted
visita la terminal de ómnibus habanera y tiene necesidad de hacer pipi,
podrá elegir, de acuerdo con su sexo, un baño de mujeres o de
hombres. En cualquier caso encontrará un local marmóreo, higiénico
y aromatizado con modernas sustancias.
Pero si usted es sorprendido por la misma necesidad fisiológica en la
terminal provincial de ómnibus de Pinar del Río, tendrá que
penetrar en un repugnante retrete que presta servicio simultáneo a ambos
sexos, y donde las más naturales pestes le revuelven el hígado al
tipo más insensible.
Las diferencias entre La Habana y las provincias es todavía más
abismal para los opositores al régimen de Castro. Mientras los opositores
capitalinos están tácitamente protegidos por las sedes diplomáticas
y los corresponsales de prensa extranjeros, los disidentes del interior, lejos
del escrutinio internacional, tienen que vérselas negras, a menudo en
solitario, con las hordas represivas del régimen.
Mientras a un opositor de La Habana le es posible transitar en anonimato por
las calles de su ciudad, un provinciano de igual condición tiene
constantemente sobre su persona a decenas de agentes de la policía política,
cuya única función es vigilarlo y hostigarlo cada vez que sea
posible.
También es un hecho que los opositores y periodistas independientes
habaneros son mejor apertrechados desde la retaguardia, y que disfrutan de un
mejor avituallamiento técnico que los residentes en provincia, y
principalmente en los municipios rurales.
Claro, no todo es mejor en La Habana que en provincia. Los matanceros no
cambian Varadero por la playita de 16. Ni los pinareños Viñales y
Soroa por el parque Lenin y EXPOCUBA. Obviamente la naturaleza -y también
la higiene ambiental urbana- está mucho mejor por todo el interior de la
Isla que en su hoy depauperada capital, antes insigne urbe del Caribe.
Por añadidura, a la gente de provincia también le constan
otras percepciones que le dan consuelo en su terruño. En el palacio
presidencia de La Habana "reside" hace 43 años un paisano
oriental, que inundó sus calles con una inculta policía oriental,
y que a su vez no permite a ningún habanero -a no ser camareros,
cantineros y cocineros- entrar a los buenos hoteles, porque son para
extranjeros.
Nada, que para ver tanto abuso es casi mejor quedarse en provincia. Aunque
aquí, claro, se corre el riesgo de los cerdos: vivir sólo para
comer. Y luego ser devorado por el gusano de la desidia.
Esta información ha sido transmitida por teléfono,
ya que el gobierno de Cuba no permite al ciudadano cubano acceso privado a
Internet. CubaNet no reclama exclusividad de sus colaboradores, y autoriza
la reproducción de este material, siempre que se le reconozca como
fuente.
|