Comedores
comunitarios
Oscar Mario González, Grupo Decoro
SANTA CLARA, noviembre (www.cubanet.org) - Si con el empleo del adjetivo "comunitario"
se pretende introducir la idea de gratuidad, estos comedores estatales nada
tienen de comunitarios, como nada tienen de gratuitos.
En la práctica estos establecimientos comerciales son una pobre
caricatura de la tradicional fonda de chinos. Sólo que aquélla,
entre otras ventajas, ofertaba una completa de arroz, potaje, picadillo de res y
alguna vianda frita, al precio de 20 ó 25 centavos, mientras que la
actual, nacida de la voluntad totalitaria, ofrece un condumio resistente al
paladar y difícil de digerir al precio de 2 pesos 50 centavos el
almuerzo. El desayuno y la comida no se ofertan. Tal vez la única
similitud entre ambos comercios es que a éstos como a aquéllos,
acuden las personas de menores ingresos.
No todo el que quiera puede acudir a los referidos comedores. Esto lo
determina la seguridad social de la zona que, por supuesto, se asesora con el
inevitable Comité de Defensa. En la mayoría de los casos se trata
de ancianos con pensiones inferiores a los cien pesos, aunque algunos ni son
ancianos ni tienen pensiones tan bajas. Con todo, una chequera respaldada por 70
u 80 pesos mensuales no puede enfrentar un almuerzo que consume las tres cuartas
partes de su pensión.
El anciano deberá llenar el déficit monetario con la venta de
cigarrillos al menudeo o pastillas de caldo de pollo concentrado, o cualquier
otro invento, para lo cual los cubanos somos expertos.
La comida, una mezcla de soyalismo con castrismo, aparece en las más
diversas formas: croquetas, fritadas y albóndigas son las más
usuales, siempre cocinadas al horno. Nunca fritas en aceite, que es lo que
reclama el paladar criollo.
Uno de esos escasos defensores del régimen argumentaba en una cola
que la grasa es perjudicial y que el gobierno, que todo lo controla y
descontrola, quiere frenar el colesterol a fin de que la gente llegue a la meta
de 80 años como promedio de vida. Pero los viejos no quieren vivir tanto
sino vivir mejor, aunque están seguros de que se les quiere vivos, pues
nadie puede gobernar sobre cadáveres. Los difuntos no legitiman a un
gobierno.
Los centros de investigación del ineficiente ministerio de la
Industria Alimenticia promueven la soya. Los ancianos, por tanto, tienen ante sí
una modalidad de la batalla de ideas, consistente en imaginar que comen chorizo
y jamón en lugar de soya.
El abastecimiento que llega a estos centros es bien reducido y, por
supuesto, no todo puede ser para los viejos. El administrador coge una parte, da
la suya al cocinero y salpica con algo al dependiente. En fin, que todos somos
cubanos y la cuenta no da para nadie.
Los viejos se quejan, pero sus lamentos son aullidos a la luna llena. El
administrador los comprende, pero dice que no puede hacer nada. Él no
inventó el comunismo y sus hijos, como los de cualquier jerarca del
gobierno, tienen derecho a lucir un buen par de tenis, conocidos en Cuba como
popis.
Por eso "engrasa" su maquinaria con lubricante propio. Parte del
producto recibido lo destina a la venta ambulante, a través de carritos
que comercializan el pan con croqueta. El vendedor puede ser el cocinero, el
ayudante o el cajero; u otro que ni siquiera aparece en la plantilla del centro.
En la economía cubana, detrás de la fachada oficial, se mueve
todo un "trapicheo" privado. A la sombra del poderoso árbol
estatal crece una vegetación de arbustos privados. El estado lo sabe y lo
consiente. Entre otras razones porque teme a la actividad privada fuera del
control oficial. Un hombre que no dependa del estado es un miembro menos del
rebaño a quien no se le puede obligar a aplaudir en las plazas, o formar
fila en los grupos paramilitares de respuesta rápida.
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