A paso de
bastón: El Carmelo vegetariano
Manuel David Orrio, CPI
LA HABANA, noviembre (www.cubanet.org) - Quizás a algunos extranjeros
deseosos de un menú a muy bajos precios para sus bolsillos les parezca
una excelencia. Pero dudo que a muchos cubanos que le conocieron en sus días
de gloria les agrade la idea de ver al restaurante El Carmelo, nada menos que El
Carmelo, restringido a un menú vegetariano.
Enclavado en el habanero barrio del Vedado, justo frente al Teatro
Auditorium Amadeo Roldán -templo de la música- El Carmelo fue uno
de los restaurantes paradigmáticos de la capital. Apenas a unos metros de
sus amplios portales con oficio de cafetería, los árboles del
Parque Villalón ofrecieron sombra a muchos amantes. Guillermo Cabrera
Infante le inmortalizó en su Delito por bailar el Cha Cha Chá. Si
para muchos en el exilio fue El Carmelo lugar de clase, para otros de mi
generación fue el sitio inevitable tras asistir a un concierto de la
Orquesta Sinfónica Nacional.
Muchos recuerdan su excelente barra, aquellos cantineros duchos en oficios
de confidencias. El Carmelo, sus decorados en rojo, sus tan personalizadas
servilletas, su menú de todas las cocinas del mundo, han quedado en el
olvido luego de la decisión gubernamental de convertirlo en un
restaurante vegetariano, cual si se quisiera enterrar una tradición. Algo
queda en los portales; los meseros conservan la acrisolada cortesía,
marcada por un toque de rojo que parecía marca de lo mejor.
Nadie sabe si por la moda, nadie sabe si por la escasez, lo cierto es que la
gastronomía capitalina en moneda nacional trata de introducir en el gusto
de los habaneros la presencia de restaurantes vegetarianos, sobre todo cuando se
trata de presentar una oferta a precios aparentemente asequibles para el cubano
de a pie, aunque cuidado. Un menú vegetal asciende a unos 40 pesos por
comensal, aproximadamente un quinto del salario medio por mes. En otros tiempos,
tal importe significó para el carnívoro compatriota un banquete de
primera clase.
Respétese el derecho de los vegetarianos a serlo, ábranse
restaurantes para ellos en todo el país o incorpórese el menú
de vegetales a todos los menúes, pero sin olvidar que el cubano... es
carnívoro. Un almuerzo en El Carmelo equivale a nostalgia por las carnes,
por muy bien preparada y presentada que está su oferta vegetariana. La
nostalgia se manifiesta en que, pese a precios aparentemente asequibles, el
restaurante se encontraba prácticamente vacío cuando lo visité.
El Carmelo vegetariano ofrece una muy bien cocinada paella, ensaladas,
viandas y jugos de frutas, bien presentados steaks de proteína vegetal,
que inevitablemente recuerdan a ese símbolo del llamado período
especial que es el picadillo de soya, y postres en verdad deliciosos. Sabores
exquisitos pueden lograrse mediante salsas exóticas, y en todo se siente
la asepsia de un obligado naturismo. Sin embargo, la terca memoria se pregunta
si no habrá por algún lado un filete grillé de los viejos
buenos tiempos. Pero no. Todo vegetal. Ni una condenada fibrita de carne.
El Carmelo vegetariano parece luchar entre las memorias y las sin glorias.
Por las primeras, los meseros presentan la mesa al viejo estilo, ansiosos por
mostrar el arte de servir que les viene de tradición. Por las segundas,
ese arte se da de tropezones con nada menos que una barra de autoservicio, como
si el restaurante de otrora lujos hubiera devenido sitio de comidas rápidas.
Algún comensal aparece cargando una ancha bandeja de plástico que
un mesero trata de llevarle a la mesa, adornada con todos los requerimientos del
arte gastronómico. Imagine el lector el contraste: bandeja de plástico
entre copas finísimas y servilletas rojas elevadas en pirámide.
De lo sublime a lo ridículo sólo hay un paso, dice el refrán.
El Carmelo vegetariano, prisionero de esta rara época cubana, parece
confirmarlo. Mas nadie se deje ganar por el pesimismo, pues más temprano
que tarde los carnívoros de Cuba reconquistarán la plaza. Como la
libertad.
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