Agustín Tamargo.
El Nuevo Herald,
diciembre 22, 2002.
La causa de Cuba ha vuelto a la actualidad europea en la persona de un
hombre que hace algunos años era un desconocido: Oswaldo Payá. ¿Por
qué? Pues porque Payá ha sido galardonado con el premio Sajarov,
que los europeos han creado para enaltecer la labor de los que resisten a las
tiranías a pesar de que durante mucho tiempo ignoraron al físico y
líder espiritual ruso cuyo nombre eligen ahora con más oportunismo
que honestidad. En los periódicos, en las telemisoras, aparece Payá
con el Presidente del gobierno español, Aznar, que logró que
Castro lo dejara salir de Cuba, y en Francia con otras personalidades al recibir
el premio. Ese premio Payá lo ha dedicado a Cuba, a toda Cuba, la esclava
y la libre, que para él son una sola, como para mí.
¿Por qué llega Payá a esa alta tribuna? ¿Por qué
se convierte en una figura de rango internacional, cuyo nombre se menciona
incluso entre los candidatos al premio Nobel de la paz? Por dos cosas: una, por
su iniciativa de recoger miles de firmas, pidiéndole a la tiranía
castrista una tregua, una parte de su poder, y otra, por el calor, el entusiasmo
y la constancia con que personalidades y grupos del destierro se han movido
internacionalmente para promover su figura como símbolo del cambio. En la
lucha contra el despotismo de Castro ha habido antes muchas figuras egregias,
alguna vivas, otras muertas, algunas grandes, otras pequeñas. Pero
ninguna alcanzó nunca, ni en el destierro ni en el mundo internacional,
la resonancia que ha adquirido el nombre de Payá. Ni Porfirio Ramírez,
ni Pedro Luis Boitel, ni Vicente Méndez, ni Artime, ni tantos otros jóvenes
que vertieron su sangre por rescatar a su patria de las garras de un tiranuelo
fascistoide alcanzaron nunca el renombre en el exterior de que goza hoy Payá.
¿Por qué razón? Por muchas razones. Pero entre otras porque
aquellos héroes habían asumido una posición radical,
comprometedora, de vida o muerte, y hay figuras, y hay gobiernos, a las que les
gusta la candela, pero no quemarse. Yo no escribo bien, pero escribo claro. Y añado
esto: respaldar al opositor de un tirano que no pide ni la muerte, ni la
desaparición de ese tirano, sino su sustitución, su relevo, por
alguien menos cruel, no compromete a nadie, ni gobierno ni persona. Y es por
eso, porque no arriesgan nada, porque parecen lo que no son, que algunos
europeos están al lado del Proyecto Varela y de Oswaldo Payá.
Yo también lo estoy, pero por otras razones. Lo estoy porque creo que
para luchar contra una tiranía todo es útil: desde los rezos en
una iglesia hasta los episodios de violencia extrema. Lo estoy porque creo que
la situación cubana bajo la tiranía se ha vuelto tan estática
en el orden de los hechos bélicos, que cualquier otra cosa es útil,
siempre que no sirva a esa tiranía, sino que al contrario la proclame
ante el mundo como tal. Lo estoy porque soy un realista que sabe pasar por alto
los errores y las omisiones de un plan, como se come uno una naranja, pero no se
traga las semillas. Y lo estoy porque sé que el Proyecto Varela, que
encabeza Payá, no es sólo Payá, y que los miles de cubanos
que secundan a Payá no están sólo a favor de él,
sino contra Castro, frente al cual Payá es hoy un noble símbolo,
pero puede resultar mañana, como antes otros cubanos buenos, un simple
accidente de la historia.
No creo que los payistas, o los payólogos, vayan a tomar esto como
una solapada agresión a una figura que para tantos es simbólica,
incluso para mí. Pero creo que no sería sincero si no dijera lo
que pienso. A fin de cuentas, Payá está allá y yo estoy aquí.
Pero yo soy cubano como Payá, quiero a Cuba, creo, tanto como Payá.
Y he intentado servirla a mi manera, creo, como la está sirviendo a la
suya Payá.
Castro, que está viejo pero no ha dejado de ser zorro, dice que ni se
ha enterado del Proyecto Varela. Pero, sin embargo, deja salir a Payá
para que lo aplauda el mundo como creador de una tesis de oposición. Es
un enredo que yo no entiendo del todo. Pero me alegro de cualquier modo de que
Payá obtuviera ese premio que, como dice noblemente él, no es
suyo, sino de Cuba. De todos modos, hay que dejar que pase el tiempo para ver cómo
termina esta eterna lucha entre el bribón que nos quitó la patria
y los cubanos que no nos hemos resignado a dejárnosla quitar. |