Elias Amor Bravo.
El Nuevo Herald,
diciembre 20, 2002.
En un nuevo ejercicio de torpeza política, el gobierno cubano ha
vuelto a desatender las demandas de la Unión Europea de iniciar un
proceso de apertura política conducente a la democracia, como paso previo
para una normalización de relaciones.
Las declaraciones del vicecanciller cubano, Angel Dalmau, de un tono
insultante y despreciable para lo que se entiende como lenguaje diplomático,
de seguro van a ser estudiadas por los máximos dirigentes europeos
reunidos en la Cumbre de Copenhague, en la que precisamente se está
abordando la ampliación de la Unión a diez países que,
antes de 1990, poseían sistemas políticos alineados con el régimen
de Castro.
Desde entonces, la evolución hacia la democracia y la economía
de mercado de Europa del este no ha resultado fácil, y el éxito en
este proceso dista mucho de haber alcanzado resultados comparables entre los
distintos países. Sin embargo, la Europa del Tratado de Roma, con unas
estructuras económicas y sociales sólidas, precisamente no
construidas sobre la base teórica del socialismo de inspiración
soviética, en un ejercicio de solidaridad, ha decidido abrir las puertas
y hacer realidad algo que la historia se encargará de colocar en su
sitio.
Mientras tanto, el régimen cubano, en vez de aprovechar esta
oportunidad para reconducir su modelo político, ha vuelto a dar la
espalda a la realidad. La Unión Europea ha planteado iniciar un proceso
de apertura política, un proceso de transición hacia el pluralismo
democrático, el respeto a los derechos humanos y a las libertades
fundamentales para que Cuba pueda participar en los distintos programas de
cooperación económica internacional (como el Acuerdo de Cotonú,
que vincula a los países del grupo ACP, Africa, Caribe y Pacífico).
Y el gobierno cubano, a través de un portavoz autorizado, no sólo
rechaza la demanda de la Unión, sino que además utiliza el
lenguaje más soez y menos diplomático para tratar de justificar lo
injustificable.
La ''Posición común de los Quince'', en la que trabajó
incansablemente el presidente español Aznar al poco tiempo de obtener la
victoria electoral de 1996, y uno de los éxitos políticos
internacionales más importantes de su etapa inicial, es el mensaje que la
Unión Europea traslada al régimen castrista para la mejora
posterior de las relaciones bilaterales.
Cierto es que Cuba se ha beneficiado notablemente de inversiones extranjeras
procedentes de empresas europeas durante los últimos años, pero
este proceso se ha producido dentro del legítimo rechazo político
a un sistema institucional que no inspira confianza ni respeto. A lo largo de
los últimos años, las relaciones políticas del castrismo
con la mayoría de gobiernos europeos han entrado en una profunda crisis.
Los gobiernos español, italiano, francés, y últimamente el
de Suecia, han mostrado una actitud reivindicativa hacia el régimen de
Castro, provocando su aislamiento y rechazo internacional, lo que se ha
trasladado a otros países del área iberoamericana.
No es una tarea fácil por cuanto que Castro aún cuenta con
defensores (ciertamente cada vez menos) en las democracias europeas que ejercen
su voto con una cierta admiración hacia la falsa propaganda del
castrismo. Pero la realidad de los hechos se abre paso, y cuando mayor es el número
de turistas italianos, franceses o alemanes que viajan a Cuba cada año,
también mayor es el desconcierto, la frustración y el desapego
hacia el régimen.
Por lo tanto, es seguro que la Unión Europea reflexione sobre las
palabras del vicecanciller cubano y que las sitúe en el lugar que
merecen. Si el régimen castrista rechaza cualquier oferta de apertura política
y sigue apostando por una línea opuesta a la que se abre paso en todas
las sociedades civilizadas del mundo, justo es que reciba la misma recompensa de
aquellos a los que insulta y menosprecia.
© Firmas Press |