Vida de uso
Manuel Vázquez Portal, Grupo Decoro
LA HABANA. diciembre (www.cubanet.org) - La vida actual del cubano es una
vida de uso y, como es lógico, fuera de moda. Nada nos sorprende por su
novedad, por su ingenio, por su factura. Nada trae la fragancia de lo sin
estrenar. Hay en todo como un olor de tiempo abandonado por la dicha. Somos
seres atascados en un viejo y oscuro tremedal. Andamos como montados en una
noria que a cada vuelta nos muestra el mismo paisaje.
Los discursos que escuchó mi padre hace cuarenta años, los
escuché yo hace veinte, y los escucha mi hijo todavía; son
parrafadas de segunda mano, palabras gastadas, verbos vacíos. Nadie tiene
nada nuevo que decir, o mejor, nadie puede decir nada nuevo. Estamos obligados a
esa retórica raída, remendada, descolorida que hace de nuestras
vidas un absurdo transcurrir sin razonamientos, o por lo menos sin razonamientos
que se avengan con la realidad actual.
Nuestros gobernantes son de uso, de mucho uso, diría yo. Tanto, que
se han consumido en el poder y han consumido con su poder la vida de cuatro
generaciones. Sus viejas consignas se repiten cada día como la "ropita
de domingo" que los pobres guardan en sus baúles para parecer
presentables a los ojos ajenos. Sus viejas promesas son ya caricaturas de paraísos
archiprometidos e imposibles de alcanzar. Sus viejas, pobres victorias se
cacarean aún como conjuros contra la gran derrota, contra la debacle
definitiva.
El sitio donde padecí hambre y frío en una escuela al campo es
el lugar donde mi hijo sufrió hambre y frío, y donde, de continuar
con esta inercia, de uso también, heredada de nuestros padres, descosida
y marchita, padecerá mi nieto.
La casa que no fundé para fundar mi familia es la casa que no fundó
mi hijo para fundar la suya. Los gemidos de amor que mis padres grabaron en sus
paredes fueron borrados por los míos, que a su vez serán borrados
por los de él. Es una casa vieja, muy vieja, donde mi nieto espera no
verse obligado a gemir de amor también en ella.
La medicina, escasa, que no alivió el dolor de mi padre, escaseaba
también para mis dolores, y escasea aún para calmar los de mi
hijo. Los alimentos, escasos, que no saciaron el hambre de mi padre, escaseaban
también para saciar la mía, y escasea aún para saciar la de
mi hijo; los trenes que no llevaron de paseo a mi padre, tampoco a mí me
llevaron de viaje ni conducen a mi hijo por ningún camino. Sólo el
pretexto, la excusa, la justificación absurda de que el enemigo nos
ahogaba fue lo que usamos en demasía. Y aún, aunque ya renqueante,
en ñocos, desteñida, la seguimos usando sin el menor pudor ante
tanta desnudez.
El uso de lo ya usado nos ha gastado. Hemos sido los usados constantemente.
Sólo el poder, sin escrúpulos para el uso desmedido, ha usado a
cada generación virgen.
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