Ariel Hidalgo.
El Nuevo Herald,
diciembre 2, 2002.
Los que no vivieron en el archipiélago cubano con posterioridad a
1968, (tras la llamada ''ofensiva revolucionaria'') no podrán entender
jamás del todo las motivaciones del comportamiento del ciudadano común.
Desconocen que los principales medios de coacción del gobierno cubano no
fueron los fusilamientos, incomparablemente menos que en los primeros años
y hoy en moratoria (el último preso político fusilado que se sepa
fue Díaz Betancourt en 1992), ni las cárceles, que gradualmente
han ido vaciándose de presos políticos hasta contarse éstos
sólo con tres cifras.
Aunque la comprensión teórica no basta, aquí va lo
esencial: en Cuba la centralización se llevó más lejos que
en cualquiera de los países del llamado ''campo socialista'' de Europa.
En pocas palabras, se materializó la utopía hegeliana de la
absorción por el estado de toda la sociedad. Sin abogados ni jueces
independientes, sin sindicatos, sin prensa libre y con una economía donde
los controladores absolutos de todas las industrias, comercios, bancos, tierras
y hasta de los más insignificantes centros de servicios eran los mismos
jefes supremos de los ejércitos, cuerpos de policía, tribunales y
prensa.
Pelearse con el patrón (el estado) era equivalente a un suicidio, sin
que hiciera falta ser enviado a prisión. Bastaba con la marginación
y el ostracismo. No sólo no tenían tiempo para pensar en otros
objetivos que no fueran el de resolver sus penurias económicas más
inmediatas. Para quienes tuvieran la responsabilidad de la subsistencia de
hijos, mujer o ancianos, otras consideraciones resultaban no ya secundarias,
sino hasta ridículas.
Para el exterior toda posible sociedad civil se resume y acaba en la
disidencia. Pero en una sociedad donde el estado no puede resolver todas las
necesidades vitales de los ciudadanos, ni permite legalmente la gestión
económica independiente, el surgimiento y desarrollo de un sector
marginal de la economía era inexorable. Las redadas policiales en
diferentes épocas contra los llamados macetas o bisneros, como lo fue la
operación Pitirre en el Alambre, demuestran una preocupación de la
dirigencia cubana con el posible surgimiento de un poder económico
independiente.
Fue ese desarrollo una de las razones que obligó al gobierno cubano a
legalizar la circulación del dólar, permitir el cuentapropismo,
los paladares y los mercados agropecuarios, si no quería enfrentar el
riesgo de la ingobernabilidad y que la ley fuera violada masivamente sin tomar
medidas, lo que significaba un divorcio entre el estado y la sociedad moviéndose
en direcciones diferentes. Una frase atribuida entonces a Raúl Castro, el
segundo del régimen, cierta o no, reflejaba la realidad del momento: "Saco
los tanques o saco el mercado''.
La política de desalentar el trabajo independiente fue acentuada por
otros medios mediante aumento de regulaciones e impuestos. Pero los datos
oficiales de disminución de los trabajadores por cuenta propia sólo
reflejan su éxodo hacia el sector informal.
Actualmente, estudios realizados por economistas independientes residentes
en Cuba, como Marta Beatriz Roque, Manuel David Orrio y Oscar Espinosa Chepe,
develan una realidad muy poco conocida: la existencia de infinidad de empresas
clandestinas, como fábricas de calzados, de cigarrillos, de refrescos y
bebidas alcohólicas, empresas para acceso a internet y a cientos de
canales televisivos mediante tarjetas y antenas parabólicas; bancos de
videos para alquiler de películas copiadas de la televisión
extranjera; otras para montajes de videos de fiestas, alquiler de trajes para
novias, servicios de fotografías con locales destinados a bodas, fiestas
de quince y cumpleaños, o para espectáculos con payasos, magos, músicos
y cantantes, construcción y reparación de viviendas; cadenas de
viviendas para alquiler de habitaciones a turistas con servicios de carpintería,
electricidad, albañilería, pintura, fontanería y reparación
de efectos electrodomésticos, barberías, peluquerías,
zapaterías, mecánica dental, sastres, modistas y reposterías.
Una realidad interna semejante de sociedad civil emergente, unida a una política
externa de desmantelamiento del embargo de Estados Unidos hacia Cuba, puede
resultar explosiva en cuanto a poner en marcha una dinámica interna que
sería imparable. Cada dólar llegado a través de las remesas
se convierte, en cierto sentido, en una semilla de libertad, puesto que muchos
de los pequeños negocios establecidos a todo lo largo del país se
han establecido con dinero de los exiliados. Aumentar las remesas o suprimir sus
limitaciones ampliaría las posibilidades de crecimiento de esa fuerza
independiente. También permitir los viajes de turistas norteamericanos
tendría gran impacto, pues se estima en más de un millón al
año los norteamericanos que viajarían a Cuba, para lo cual el
estado cubano no tiene capacidad suficiente en sus instalaciones. Estarían
en las calles cubanas hospedándose en viviendas privadas, comprando
artesanías, dando propinas a los taxistas independientes y a quienes
sirven en los paladares.
Cuando se habla de las ventajas del levantamiento del embargo --el efecto de
la comunicación personal del viajero para un despertar de la conciencia,
el fin de la justificación para todos los errores, el fin de la coartada
del enemigo poderoso externo que da sentido a la solidaridad internacional y a
un prédica nacionalista, entre otros efectos-- se suele omitir este otro
de primer orden: el fin del instrumento principal de coacción sobre la
ciudadanía.
El piso del patio enlosado se resquebraja por la fuerza vital que germina
debajo. No le neguemos el abono necesario. |