La Biblioteca
Nacional
Ramón Díaz-Marzo
HABANA VIEJA (www.cubanet.org) - La mejor manera de iniciar esta evocación
es diciendo que todos los comienzos son maravillosos. Además, ser joven
es ya de por sí una maravilla. Mas a ningún comienzo puede
faltarle la inocencia. Ese es el encanto de comenzar una y otra vez. Por eso
siempre seremos eternos inocentes. Es el encanto que Dios nos otorgó para
que vivamos hasta la última gota nuestra existencia. Y porque ya llevo
medio siglo de existir sobre la tierra, puedo decirles que el matrimonio de la
inocencia con la experiencia sólo ocurre en el pasado; y es el arte
nuestra única posibilidad de regresar y experimentar dos veces un mismo
sentimiento.
La Biblioteca Nacional, en los años 73 y 74, yo la visitaba. Siempre
iba al departamento de música. Había mesas largas donde uno podía
escuchar música previamente buscada en unos escaparates de madera donde
se acumulaban los ficheros por orden alfabético, divididos en tres
categorías: género, autor, y título.
Yo siempre solicitaba la música de J. S. Bach. Y me gustaba un
asiento junto a la ventana, porque desde aquella posición observaba el tráfico
de vehículos y paseantes solitarios en la ancha calzada donde comienza la
Avenida Paseo. Al frente, el enorme edificio construido en la época de
Batista para el Ministerio de Hacienda, al triunfo de la revolución
convertido en INRA (Instituto Nacional para la Reforma Agraria), y en los días
de esta evocación Ministerio de las Fuerzas Armadas Revolucionarias.
Desde mi posición observaba la entrada y salida de vehículos
de ese Ministerio, y también la entrada y salida de vehículos del
enorme edificio del Comité Central del Partido Comunista de Cuba,
edificio también construido en la época de Batista, donde estuvo
funcionando, hasta el triunfo de la Revolución, el Ministerio de
Justicia.
Pero sentado en mi posición estratégica lo menos que me
importaba era el Ministerio de la Guerra y el Ministerio de la Política.
Con los audífonos de telefonía de los años 40 (que a la
hora te ponían la oreja en candela) yo abría mi puerta creadora
con la llave de la música clásica. Ante mí, un block de
cuartillas en blanco. No tenía el oficio, pero sí la voluntad de
escribir. Y si miraba a través de la ventana mis ojos estaban idos,
volcados hacia dentro, buscando la fuerza que me permitiera escribir.
Atendiendo el departamento de música había una bonita mujer
trigueña que era asiduamente visitada por el director de la biblioteca
-Luis Suardiaz, a quien luego vería una triste noche de 1980 entre la
turba que cercaba los alrededores de la Embajada del Perú con un palo en
la mano y el brazalete insignia de los CDR (Comités de Defensa de la
Revolución).
La bonita mujer trigueña tenía el porte de las "criollitas
de Wilson", y su horario de trabajo fijo era el turno de la mañana.
Por la tarde, quien cubría el turno era un mulato blanconazo, que había
devenido en trompetista frustrado y cuya expresión en el rostro y las
innumerables preguntas que me hacía ahora especulo que podrían ser
las de un informante de la policía. Esa expresión yo la he
identificado después en varias caras
de esta Isla maldita.
Pero yo era un inocente. ¡Oh, sagrada inocencia que nos protege de las
llamas del infierno! Y no podía sufrir el horror en que se había
empantanado la cultura cubana. Vivía en mi mundo mágico. Mundo de
música, de poesía, de anhelo, de mirar el futuro como algo lejano
que nunca llegaría. Las mañanas, las tardes y las noches, eran
eternas.
Mis brújulas para escribir eran Chejov, Juan Rulfo, Horacio Quiroga,
Guy de Maupassan, Dostoievski, César Vallejo, Pablo Neruda, Whitman, Rubén
Darío, Juan de Dios Peza, Miguel de Unamuno, y Benito Pérez Galdós.
Pero me faltaba oficio. No tenía horas de vuelo. Para aprender a escribir
(que es algo que sólo termina con la muerte) lo tuve que hacer durante años
y años sin detenerme, leer muchos libros, y reunirme con amigos y hablar
durante horas y horas todas las boberías del mundo.
Años después yo trabajé en esa biblioteca. Pero ésa
es otra historia que algún día contaré
Ramón Díaz-Marzo es el autor de la novela "Cartas a
Leandro", publicada por CubaNet.
|
Esta información ha sido transmitida por teléfono,
ya que el gobierno de Cuba no permite al ciudadano cubano acceso privado a
Internet. CubaNet no reclama exclusividad de sus colaboradores, y autoriza
la reproducción de este material, siempre que se le reconozca como
fuente.
|