Oscar Haza /
El Nuevo Herald,
agosto 15, 2002.
El caso de la ex comisionada del condado Miriam Alonso es el más
reciente capítulo de una vorágine de corrupción que nos ha
tocado vivir en esta comunidad. Independientemente de que salga o no condenada
de los cargos que se le imputan, la mancha sobre la credibilidad en los políticos
sigue aumentando, como lo muestran las encuestas que se llevan a cabo en este país.
El peculado y las otras formas de corrupción administrativas no son
nada nuevo y bajo ninguna circunstancia son temas inherentes a determinadas
nacionalidades. Los casos más recientes de Argentina, los de Enron y
WorldCom y el ejemplo de Arnoldo Alemán en Nicaragua dan fe, mas bien
mala fe, de que estamos ante un cáncer universal. Es la praxis política
para acumular poder económico que sirve para ampliar la base de
sustentación de ese poder. Es el negocio redondo, la ecuación
perfecta sin incógnita. Si alcanzo el poder político necesito
enriquecerme de inmediato para seguir en el poder sin depender de quienes en un
principio me apoyaron económicamente; esto a la vez me ofrece una
independencia total y puedo llevar a cabo mis proyectos de perpetuidad y de
expansión. Así de sencillo, es la práctica, el ejercicio de
hoy. Pero hay una pequeña observación para los nuevos gurúes
de la política. En países como éste existe la cultura del
check and balance, prevalecen las cortes, la separación de los poderes.
En el caso específico de nuestros dirigentes políticos y
quienes aspiran a serlo, existe un caldo de cultivo, la lenidad con que ciertos
sectores de la comunidad tratan a quienes cometen actos de corrupción.
Por más que pregunto y pienso en ello no encuentro una clara respuesta.
¿A qué se debe que un candidato acusado, muchas veces juzgado y
condenado, gracias a un tecnicismo legal se postule nuevamente y gane los
comicios? ¿Qué mecanismo sicosocial perdona a estos señores
y, peor aún, los reivindica de tal manera que les lleva al poder como
premio a sus desmanes?
Realmente no lo sé y quizá nunca jamás encuentre una
respuesta convincente.
El traumático caso de Elián González agregó un
nuevo ingrediente a la manera de hacer política en nuestra comunidad. He
llegado a escuchar en boca de varios políticos y de botafumeiros a través
de determinados medios que las imputaciones contra algunos de ellos se deben a
que asumieron una posición en favor de la permanencia en Miami del
sufrido niño. Es la mayor prueba de vesania y de aberración política
de la cual se tenga memoria. Desde un principio, y ahí están las
pruebas de mis programas de radio, fijé la posición de que no debíamos
caer en la trampa de politizar el caso de Elián. Muchos cayeron en ese
gancho tendido por La Habana; otros, la gran mayoría, actuaron guiados
por los dictados de su corazón y de su buena fe.
Desgraciadamente, todavía hoy los mercaderes de la tragedia continúan
tratando de sacar provecho, a través de campañas políticas
sin imaginación, del nombre de la pequeña víctima de Cárdenas.
El caso de la doctora Miriam Alonso podría ser la punta de un iceberg
donde una caravana de nombres y personajes públicos aparezcan en los
memoriales del juicio que se avecina. La decisión de la antigua asistenta
de Alonso de cooperar con la fiscalía para evitar ir a la cárcel
junto a su hija, si ha sido ésa la verdadera causa, tiene explicación.
Sirve, además, para enviar el mensaje de que este sistema posee y utiliza
mecanismos persuasivos de gran efectividad.
Bajo el principio de que todo el mundo es inocente hasta que se pruebe lo
contrario, la fiscalía y la defensa de la ex comisionada tienen por
delante una labor dura y exigente.
Sin embargo, como un beneficio a priori debemos aspirar a que por lo menos
este caso, específicamente, nos sirva para enviar el mensaje de que la
política no es el mecanismo para practicar la concupiscencia, de que los
argumentos para explicar y justificar este mal comportamiento cívico no
deben ser derivados hacia otras causales totalmente divorciadas de aquella
realidad obscura, como sería volver a utilizar el nombre de Elián
y señalar que es otra prueba de que todo esto no es más que una
conspiración para hacerle daño a nuestra comunidad.
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