CUBANET .INDEPENDIENTE

15 de agosto, 2002


Una excursión al zoológico

Manuel Vázquez Portal, Grupo Decoro

LA HABANA, agosto (www.cubanet.org) - El zoológico nacional de Cuba está ubicado en los confines del mundo. Sin transporte propio no hay manera de llegar a él, a menos que se guste de largas caminatas. Más allá del Parque Lenin, que es como decir donde el diablo se burló de su abuelita, abre sus puertas al escasísimo público que lo visita.

Sus áreas de exposición son una verdadera delicia. La Pradera Africana, vaya eufemismo pomposo, exhibe exactamente tres viejos, cansados, aburridos elefantes; diez cebras comunes, si no me falló la cuenta; tres rinocerontes y dos parejas de hipopótamos a los cuales apenas les vimos las narices ya que andaban de pic-nic en un hediondo estanque que los salvaba del tórrido agosto. La yerba rala y requemada por el sol era el banquete de los felices animales, algunos árboles esmirriados sus elegantes parasoles.

El Foso de los Leones, una excavación de farallones abruptos, con doble puerta metálica, encierra a seis leones de caras tristes, gargantas silenciosas, ojos perdidos en la distancia, con una pinta de vegetarianos que le zumba. A los pobres, según nos explicó la guía, les brindan la carne de un caballo cada quince días, imagino que devoren hasta los cascos.

En otro foso, con estanque incluido, había tres osos negros cuyo jadeo sofocado los tenía sin ánimos para moverse de debajo del único árbol que sombrea su recinto. Seis pares de flamencos en un estanque de aguas verdes, más de una docena de patos y un mono que trataba de alcanzar una flor de majagua.

En las jaulas del llamado zoológico infantil, allí pensé ver todo tipo de cachorritos, había una hiena rayada, dos monos verdes, un macaco, un cachorro de león, dos venados, un loro y muchos lagartijos en los troncos de los flamboyanes.

Cansados de ver tantos ejemplares únicos, curiosos, raros, nos fuimos a una micropresa donde tres botes plásticos esperaban a que alguien los alquilara. Rentamos uno y nos dedicamos a remar en las apacibles aguas. Al fin pudimos ver tres búfalos que gozaban de un baño refrescante mientras un montero desesperado les daba voces para llevarlos a otro lugar.

Y suerte que las mujeres cubanas, a fuerza de amargas experiencias, se han tornado precavidas. Si no, hubiéramos pasado más hambre que un piojo en una peluca. Cuando Gabriel dijo: "Papá, tengo hambre", inmediatamente pensé en la cafetería del lugar. Para qué contarles de la oferta. La tablilla del menú decía: "Cigarros Populares, siete pesos. Gracias por su visita". Y ahí Yolanda haló por la mochila salvadora. Desde el día anterior había preparado unos emparedados y puesto a congelar refrescos instantáneos.

Nuestra visita al zoológico nacional estuvo motivada por un anuncio que Gabriel había visto por la televisión. Según nos contó, el lugar era una maravilla. Y allá nos fuimos. Cuando regresamos le pregunté: "¿Qué animal te gustó más?" y sin pensarlo, me miró con picardía y me dijo: "Tú, cuando te encabronaste en la cafetería".


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