Inseparables
jabitas
Oscar Mario González, Grupo Decoro
LA HABANA, agosto (www.cubanet.org) - El folklor tradicional representa al
cubano con un sombrero de yarey y una tumbadora. Hoy, se le puede representar
con una gorra en la cabeza y una jabita en la mano.
Definitivamente, salir a la calle sin ella es una insensatez, una
imperdonable falta de previsión. Algo comparable al soldado que marcha al
combate sin el fusil, o al niño que llora desconsolado sobre la arena de
la playa por no haber traído su cubito para la arena.
Excepto en las tiendas dolarizadas, en ningún comercio se expende el
producto envasado. Por extraño que parezca, acá el problema del
envase es enteramente del comprador. Sencillamente, usted no tiene más
remedio que traerlo consigo.
El cartucho o el papel de envolver donde el bodeguero empaquetaba el
garbanzo o el tasajo uruguayo desaparecieron, como también desapareció
el papel encerado con el cual el carnicero envolvía la carne. Otro tanto
sucedió con el delicado papel de china que cubría la flauta de
pan. Son cosas que sólo existen en la memoria de los más viejos, y
ellos prefieren no ejercitarla, pues están seguros de que recordar no es
volver a vivir.
Si bien es cierto que es ésta la realidad de la croqueta de soya, el
mendrugo que nunca alcanza y el jurel, no es menos cierto que estos productos
requieren envases.
Dicen que el ser humano es el animal más adaptable que existe. Tal
vez por ello el cubano de hoy ve como algo normal andar con la jaba de tela en
la diestra o la de nylon en el bolsillo.
Generalmente, las jabitas de nylon se adquieren en el mercado informal a
través de vendedores furtivos, por lo común mujeres y viejos, que
las venden a 50 centavos, o a dos por un peso. Lo último es lo más
frecuente, pues suelen negarse a vender una sola, alegando que es muy engorroso
el menudeo. Como la demanda es bien alta, los vendedores no son muy
complacientes.
Siendo acá todo tan impredecible, uno nunca sabe si a la luz de una
espléndida mañana o bajo la oscuridad de la noche, a mediación
de cuadra, puede sorprenderlo la magnífica oferta de un mazo de cebollas
moradas al ventajoso precio de diez pesos. El ofertante, solícito y
gentil, no podrá sin embargo complacerlo en el envase. Si en un gesto de
locura usted decide montar una de esas rastras gigantescas que acá llaman
camellos con el producto sin envolver, tenga por seguro que al final se bajará
con un mazo de hojas en la mano, mientras en el piso del vehículo habrá
dejado un chapoteo de polvo con jugo de cebolla y el enojo de los pasajeros,
pues los cubanos son intolerantes hacia los olores desagradables.
Si se trata de la invitación a una fiesta del centro de trabajo, como
estímulo por el supuesto cumplimiento del plan de producción, sería
insensato acudir sin una jabita de nylon en el bolsillo o la cartera. Por mucha
solemnidad que tenga la fiesta, después de la arenga del jefe del Partido
se rompe el protocolo y hasta el más fino saca su jabita. En esto no se
puede ser corto ni perezoso, hay que echar todo lo que se pueda en la jabita,
aplicando aquello de que "el que da primero da dos veces".
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