CUBANET .INDEPENDIENTE

8 de agosto, 2002


Inseparables jabitas

Oscar Mario González, Grupo Decoro

LA HABANA, agosto (www.cubanet.org) - El folklor tradicional representa al cubano con un sombrero de yarey y una tumbadora. Hoy, se le puede representar con una gorra en la cabeza y una jabita en la mano.

Definitivamente, salir a la calle sin ella es una insensatez, una imperdonable falta de previsión. Algo comparable al soldado que marcha al combate sin el fusil, o al niño que llora desconsolado sobre la arena de la playa por no haber traído su cubito para la arena.

Excepto en las tiendas dolarizadas, en ningún comercio se expende el producto envasado. Por extraño que parezca, acá el problema del envase es enteramente del comprador. Sencillamente, usted no tiene más remedio que traerlo consigo.

El cartucho o el papel de envolver donde el bodeguero empaquetaba el garbanzo o el tasajo uruguayo desaparecieron, como también desapareció el papel encerado con el cual el carnicero envolvía la carne. Otro tanto sucedió con el delicado papel de china que cubría la flauta de pan. Son cosas que sólo existen en la memoria de los más viejos, y ellos prefieren no ejercitarla, pues están seguros de que recordar no es volver a vivir.

Si bien es cierto que es ésta la realidad de la croqueta de soya, el mendrugo que nunca alcanza y el jurel, no es menos cierto que estos productos requieren envases.

Dicen que el ser humano es el animal más adaptable que existe. Tal vez por ello el cubano de hoy ve como algo normal andar con la jaba de tela en la diestra o la de nylon en el bolsillo.

Generalmente, las jabitas de nylon se adquieren en el mercado informal a través de vendedores furtivos, por lo común mujeres y viejos, que las venden a 50 centavos, o a dos por un peso. Lo último es lo más frecuente, pues suelen negarse a vender una sola, alegando que es muy engorroso el menudeo. Como la demanda es bien alta, los vendedores no son muy complacientes.

Siendo acá todo tan impredecible, uno nunca sabe si a la luz de una espléndida mañana o bajo la oscuridad de la noche, a mediación de cuadra, puede sorprenderlo la magnífica oferta de un mazo de cebollas moradas al ventajoso precio de diez pesos. El ofertante, solícito y gentil, no podrá sin embargo complacerlo en el envase. Si en un gesto de locura usted decide montar una de esas rastras gigantescas que acá llaman camellos con el producto sin envolver, tenga por seguro que al final se bajará con un mazo de hojas en la mano, mientras en el piso del vehículo habrá dejado un chapoteo de polvo con jugo de cebolla y el enojo de los pasajeros, pues los cubanos son intolerantes hacia los olores desagradables.

Si se trata de la invitación a una fiesta del centro de trabajo, como estímulo por el supuesto cumplimiento del plan de producción, sería insensato acudir sin una jabita de nylon en el bolsillo o la cartera. Por mucha solemnidad que tenga la fiesta, después de la arenga del jefe del Partido se rompe el protocolo y hasta el más fino saca su jabita. En esto no se puede ser corto ni perezoso, hay que echar todo lo que se pueda en la jabita, aplicando aquello de que "el que da primero da dos veces".


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