LA HABANA, Cuba.- Es oficial: producto de la devastación causada por el huracán Irma, el Ministerio de Cultura ha decidido posponer la 13ava edición de la Bienal de La Habana, que se efectuaría en octubre de 2018, para el año 2019. La alta demanda de recursos para reconstruir las estructuras dañadas y ayudar a los damnificados ha dejado casi sin presupuesto al Ministerio, que se ha visto obligado a reprogramar la mayor parte del calendario cultural proyectado para el futuro inmediato.
La decisión no ha sorprendido a nadie. El huracán Irma ha sido, en cierto modo, oportuno, pues sus estragos han eclipsado la presencia de otros factores que comprometen seriamente la continuidad de la Bienal como son la proverbial ineficiencia del Consejo Nacional de Artes Plásticas y la disfuncionalidad del Centro de Arte Contemporáneo Wifredo Lam, encargado de organizar el principal acontecimiento de las artes plásticas en la Isla.
La Bienal de La Habana surgió en la década de 1980 con el objetivo de abrir un espacio al arte de los países subdesarrollados de Asia, África, América Latina y el Caribe, cuyos creadores “eran marginados de los grandes emporios artísticos y sus bienales elitistas”. Con el paulatino desmoronamiento del sistema, lo que se concibió como un megaproyecto cultural se ha convertido en un alarde político y un negocio redondo.
Durante los diez años (2007-2017) de desastrosa gestión acometida por Rubén del Valle Lantarón al frente del Consejo Nacional de Artes Plásticas, se verificó una lamentable desconexión entre esta entidad rectora y las principales instituciones consagradas a las artes visuales cubanas. La peor parte le tocó al Centro Wifredo Lam y al Centro de Desarrollo de las Artes Visuales, plazas medulares para el diagnóstico, promoción y difusión del arte contemporáneo cubano. Ambas testimonian lo mucho que padece la cultura cuando es dirigida por cuadros políticos.
Durante la 12ava Bienal de La Habana (2015) se hizo evidente cuánto terreno ha perdido el Centro de Arte Contemporáneo en lo concerniente a organización, gestión e impacto social. Todo el trabajo que allí se hizo fue opacado por Zona Franca, muestra colateral ubicada en la fortaleza de La Cabaña y coordinada por Isabel Pérez, periodista devenida curadora y -¿coincidentemente?- esposa de Rubén del Valle.
El epicentro de la Bienal no fue el Wifredo Lam, sino los pabellones al otro lado de la bahía; dos polos muy distintos en términos estéticos y presupuestarios. Zona Franca contó con el apoyo absoluto de Rubén del Valle y las entidades auspiciadoras -Ministerio de Cultura, Consejo Nacional de Artes Plásticas y Fondo Cubano de Bienes Culturales. La Bienal “real”, por el contrario, tuvo que mendigar los recursos y sobreexplotar a los trabajadores del Centro Wifredo Lam para sacar adelante un proyecto de tal magnitud, con un presupuesto “canibaleado” y la presión de los politicastros disfrazados de intelectuales.
Hoy el Centro de Arte Contemporáneo no posee la mitad del personal calificado que trabajó en 2015. Varias especialistas jóvenes se han ido al extranjero; mientras que los curadores han envejecido y no ocultan su hartazgo ante el caos organizativo, la falta de financiamiento y la desconsideración por parte de quienes toman decisiones “arriba” sin conocer las condiciones en que trabajan sus subordinados.
La era de Rubén del Valle fue tan nefasta para el Centro Wifredo Lam que hasta su fondo bibliográfico, altamente valioso, corre el riesgo de echarse a perder debido a las inadecuadas condiciones para su conservación. No hay una sala de lectura para brindar mayor comodidad a los usuarios, que deben hacinarse en la única mesa disponible y sudar a mares mientras consultan las fuentes.
Una institución tan venida a menos que es imposible identificarla como centro de arte, y cuya fachada lateral se ha convertido en extensión de la Bodeguita del Medio, no es capaz de inspirar entre sus propios trabajadores un sentimiento de pertenencia.
La decadencia del centro es la peor consecuencia del abuso de poder y la incompetencia de Rubén del Valle, cuya gestión será siempre recordada como un monumento al nepotismo, entre otras acciones de dudosa legalidad que nunca fueron esclarecidas.
Con tanto cabildeo, es fácil comprender hasta qué punto el huracán Irma aportó un noble pretexto para retrasar la 13ava edición de la Bienal de La Habana, que demanda no menos de un cuarto de millón de pesos en ambas monedas (CUP y CUC). El verdadero problema radica en la falta de personal competente, la corrupción que se traga el presupuesto, la politiquería desmedida que atenta contra la voluntad de hacer las cosas bien, y la alienante burocracia que genera al Centro de Arte Contemporáneo la pérdida de miles de pesos en multas por concepto de devolución de obras; un costo deducido del presupuesto destinado a la Bienal.
Aunque no hubiese pasado Irma, la Bienal de La Habana estaba “en remojo”, y para 2019 los augurios no son alentadores. El Consejo Nacional de Artes Plásticas se encuentra temporalmente bajo la responsabilidad de Teresa Domínguez -hasta que surja otro Rubén del Valle-; mientras el Centro Wifredo Lam está en manos de Dannys Montes de Oca -curadora y ensayista-, quien tiene por delante una tarea demoledora para devolverle el prestigio a la institución cimera del arte contemporáneo cubano.