LA HABANA, Cuba.- No creo que alguien suponga absurdo el hecho de que hoy en la mañana, y con solo abrir los ojos, recordara yo el nombre de Clara Zetkin, y también el de Rosa Luxemburgo, e incluso el de Nadezhda Konstantinovna Krúpskaya, que ese era el exacto apelativo de la esposa de Lenin, y que desde niño me pareció más apropiado para nombrar a la montaña rusa.
Resulta que quienes nacimos en la década sesenta del pasado siglo escuchamos esos nombres hasta la saciedad, y mucho más si se acercaba el octavo día del mes de marzo, ese que la Organización de Naciones Unidas reservó para hacer homenaje a las mujeres de todo el mundo, y que, por supuesto, también tocó a las cubanas que se federaron en aquella organización creada y regentada por Vilma Espín.
Y soy exacto cuando escribo que el homenaje, al menos en Cuba, será solo para las federadas, como siempre fue, y si alguien lo duda que recuerde a aquellas que pasaron algunos “días de la mujer” castigadas en granjas de trabajo para pagar el sacrilegio de no afiliarse a la FMC (Federación de Mujeres Cubanas) queriendo abandonar la “revolución” y marcharse al norte. A esas no se le haría otro homenaje que no fuera el de obligarlas a empuñar la guataca para despejar el surco de malas yerbas.
Hoy en la mañana pensé en esos nombres rusos y alemanes referidos en nuestras aulas de la noche a la mañana; y los maestros, sin que supieran mucho de lo que habían hecho esas heroínas, nos contaban de la filiación comunista de Clara, de su empeño en hacer justicia a las mujeres, de su relación con Lenin y con su esposa, y con los comunistas rusos, alemanes…
Aunque han pasado algunos años puedo recordar a una niña de mi aula haciendo un homenaje público, leyendo un comunicado, en el matutino, que antes escribiera el maestro. Era 8 de marzo, y recuerdo como se le trabó la lengua a mi compañera cuando quiso pronunciar esos nombres de mujeres rusas y alemanas, y también cuando tuvo que pronunciar el nombre de una fábrica de camisas de Nueva York. Ella no consiguió pronunciar Triangle Shirtwaist, que así se llamaba aquella incendiada fábrica de camisas neoyorquina donde perdieron la vida un montón de mujeres.
Eso recuerdo de aquel día, y también las exigencias de la directora para que dejáramos de reírnos, porque nuestra risa ofendía la memoria de las mujeres muertas, y también recuerdo muy bien el momento en el que aseguró que no era tan importante que la pionera pronunciara bien esa lengua que hablaba el enemigo. La directora dejó muy claro que si algo no debía dejar de pronunciarse bien era aquello de: “Pioneros por el comunismo, seremos como el Che”. Así se hacía la diferencia durante aquellos días, y aún se hace del mismo modo.
Hoy recuerdo a aquella niña, que luego se hizo mujer, y médico, y se fue a trabajar en un “Barrio Adentro” en el Caracas venezolano, y quien al parecer se cansó de ser comunista, y hasta de ser como el Che. Aquella muchacha abandonó el pobre barrio caraqueño y se fue a los Estados Unidos, como tantas mujeres que siguieron siendo internacionalistas cuando decidieron vivir en una nación que no era la que los vio nacer. Esas también merecen una felicitación.
Sin dudas el 8 de marzo no es una fecha comunista, no es una fecha para exaltar a ninguna nación ni a su gobierno. El 8 de marzo no es solo para las “hijas” de Vilma Espín. Ese día es también para la mujer cubana que gana un mísero salario y tiene que hacer magia para poner algo de comida en la mesa. Este día es para mi madre, es para Herminia, aquella vecina que cada mañana echaba a la basura sus deposiciones nocturnas. El 8 de marzo es una fecha, incluso, para hacer homenaje a esa que se gana la vida cambiando sus impulsos sexuales por dinero.
Aunque la televisión nacional hable hoy de esas mujeres que atacaron el Moncada, de las que fueron a la Sierra Maestra o de las que pagan una coima por pertenecer a una organización fantasma, yo pensaré en otras. Recordaré a las que atravesaron el mar, aun a riesgo de sus vidas, porque creyeron que la felicidad estaba en otro lado. Y no negaré reverencia a la que pide limosna en una esquina de la ciudad para dar de comer a sus hijos, tampoco a la que se emborracha en un cuarto oscuro para olvidar sus penas.
Yo haré reverencias a la mujer que no teme a estampar su firma en un Diario, en un blog o en un sitio de Internet alejado de la centralidad que ofrecen Granma, Juventud Rebelde o Cubadebate. Yo aplaudo a las mujeres magas de esta isla, a esas de piel negra que no consiguieron llegar a la universidad y se ganan la vida como pueden. Yo aplaudo a las madres de quienes disienten, y recuerdo a Leonor Pérez y a Mariana, pero no batiré las palmas por la “cederista y federada” delatora que está tras la puerta de su casa mirando lo que hace el vecino; aunque quizá hasta pueda perdonarla alguna vez.
Son muchas las mujeres que merecen aplausos, incluidas las que nada saben: de Clara, de Rosa o de Nadezhda, esas otras que jamás se mencionan porque se organizaron e hicieron conquistas antes de 1959, y “de eso no se puede hablar”. Por las mujeres que buscan justicia y equidad bato mis palmas…
Hace tiempo una leí una comparación entre equidad y justicia; alguien que creía, pero no recuerdo quien, que la equidad no dependía de otro tribunal que no fuera el de la conciencia, que la equidad era la reparación de la justicia cuando esta última era insuficiente, por eso no voy a aplaudir a las mujeres que tienen mucho y juzgan a las que ganan haciendo “malabares”. No aplaudiré a quienes hablan de justicia y equidad, y luego, de visita en Nueva York, compran bombillos en The Home Depot, como Mariela Castro, la hija de Vilma Espín.