LA HABANA, Cuba.- Hace poco se concretó, en la sede del Arzobispado de La Habana, una valiosa y muy esperada reunión entre el recientemente nombrado Arzobispo Juan García Rodríguez y las Damas de Blanco. El esperado diálogo transcurrió en un ambiente afable donde se procuró el entendimiento entre las dos partes, y que duró algo más de una hora. Refieren las Damas de Blanco que el dignatario de la Iglesia católica cubana tomó nota de todo cuanto expresaron sus líderes: Berta Soler Fernández y María Cristina Labrada Varona.
Ambas Damas contaron al religioso detalles de los constantes abusos que cometen los esbirros de la dictadura, e hicieron mención a los atropellos y humillaciones que soportan ellas a diario. El prelado quiso saber los nombres de esos oficiales y tomó nota de cada una de las violaciones que relataron las mujeres.
Berta y María Cristina dejaron muy claros sus deseos de seguir asistiendo a misa cada domingo, y de manera idéntica a como lo hicieron antes. Relataron como, tras la visita del presidente Obama, se les prohibió salir de sus casas en los horarios de misa, y también de las golpizas que recibían si es que no acatan las disposiciones del gobierno.
Estas mujeres, quienes pretenden volver a hacer el camino hasta Santa Rita cada domingo, pidieron al arzobispo que intercediera a favor de ellas para que se restableciera su derecho a existir como religiosas y como mujeres opositoras, para que cesaran las vejaciones y esas retenciones que a veces se prologan más allá de las veinticuatro horas.
Las Damas contaron que a pesar de los impedimentos y del odio que han tratado de despertar hacia ellas, el resto de los feligreses y el sacerdote de Santa Rita guardan sus espacios, como si sagrados fueran, esperando la vuelta de esas valientes señoras que se han convertido en símbolo de la resistencia cubana. Berta y María Cristina elogiaron las buenas maneras y la fidelidad del párroco de ese templo de Miramar, y también del auxilio que siempre les prestó en Santiago de Cuba el padre Dionisio.
Lo terrible es que no todos los sacerdotes tienen la misma nobleza en el corazón, y quien lo dude que recuerde a Tarsicio, párroco de la iglesia de Aguada de Pasajeros, en Cienfuegos, que cerró las puertas de la casa de Dios a estas mujeres. Aquel cura les impidió su derecho a la oración, y se alejó de ellas como si las creyera portadoras de una enfermedad contagiosa.
Parecido fue también el proceder del cura Rolando, de la parroquia de Cárdenas, y quien ahora oficia en el templo del poblado de Martí, en la misma provincia. Procedimientos parecidos han sufrido ellas en Gibara, provincia de Holguín, y es posible que también en otras partes de nuestra geografía. Y no dudemos que alguien diga que no son más que hechos aislados, que no sucede lo mismo en todos los templos cubanos, pero lo cierto es que no debía ocurrir en ninguno, y eso es responsabilidad de esa Iglesia que tanto rechazo recibió de las políticas totalitarias del régimen.
La Iglesia no puede hacer el juego a los dictadores. Los católicos cubanos no pueden seguir guardando el mismo mutismo que engendró el cardenal Jaime Ortega, quien hizo el mayor de los silencios y mostró que su línea de trabajo estaba justo al lado del gobierno. Fue este dignatario quien propició esa enorme brecha que se produjo entre los opositores y la Iglesia cubana. Esa fue la línea de trabajo del cardenal, aunque nunca fuera la de Jesús.
Jaime Ortega no demoró ni un segundo para buscar sustituto al padre Siro, obispo de Pinar del Río, cuando a este le llegó esa edad en la que no podría estar al frente de su iglesia. Y tampoco pensó mucho a la hora de escoger un sustituto; debía ser alguien que no le trajera problemas ni a él y ni a la Iglesia, y por eso se decidió por un religioso que de inmediato cerró la revista Vitral, la más libre, honesta y útil, de entre todas las revistas cubanas después del desastre de 1959. La Iglesia cerró Vitral y también detuvo uno de los movimientos de artistas y pensadores más interesantes de la historia cubana tras la dictadura.
Enorme ha sido el silencio de la curia cubana. Ella mantuvo la boca cerrada, quizá para no correr la suerte de Jesús, y hasta es posible que porque suponen que la palabra del hijo de Dios tiene mucha más resonancia cuando se pronuncia desde la magnificencia de un templo barroco en La Habana. La Iglesia cubana todavía no salió a la calle, como las Damas de Blanco.
Esperemos entonces que sea capaz de salir, de procurar el dialogo para que cesen los acosos, esos que ahora también sufren los hijos de estas mujeres. Resulta que esa es una de las nuevas estrategias de la policía política para amedrentar a estas señoras. Al parecer ellos creen que enviando a la cárcel a esos jóvenes, sus madres serían capaces de negociar la libertad de sus hijos y pagarían con silencio y quedándose encerradas en sus casas.
El Arzobispo les hizo saber de su interés en lograr un dialogo entre el “gobierno” y la oposición, contó de sus mediaciones y de la falta de respuestas. Él supone que será bien difícil el entendimiento entre el gobierno y la Iglesia, pero, aunque no crea que su autoridad sirva de mucho, está dispuesto a insistir.
Ojalá que la Iglesia no se contente con tan poco esta vez, y que entienda lo que resulta tan obvio. La casa de Dios no tiene que pedir limosnas, y está obligada a abandonar su ya infinito letargo, a exponer sus puntos de vista sin cortapisas, a exponer públicamente, y con valentía, cada uno de sus pareceres.
No espera la oposición que la Iglesia tenga una perspectiva partidista, pero tampoco negará que su silencio la pone al lado del gobierno. La Iglesia tiene que opinar, tiene que disentir, hablar de las injusticias que se comenten delante de sus narices. La Iglesia cubana necesita despertar y acompañar al pueblo, aun cuando reciba el rechazo del régimen. La Iglesia debe entender que de nada sirven los templos abiertos y con curas dentro, si no se está al lado de quienes sufren, si no se abandonan todas esas décadas de arrodillamiento.
Las Damas de Blanco insistieron en el hecho de que no estaban dispuestas a hincarse de rodillas; y el arzobispo autografió cada ejemplar de la Biblia que regaló a las dos mujeres, y dijo que las tendría en cada una de sus oraciones, y que lo asistía la esperanza de que en un tiempo no muy lejano pudieran volver a Santa Rita, y escuchar misas.
Ojalá que el arzobispo ponga empeño en hacer justicia, y que no lo deje todo en manos de la ilusión y la espera. Ojalá que el arzobispo recuerde que en Cuba la esperanza casi siempre es verde, y que se la puede comer una vaca.