VILLA CLARA, Cuba.- Ante la carencia de suministros estables en los abastecimientos que se encuentran al borde de la ruina —no obstante la subida de precios all inclusive durante la temporada alta—, las “sociedades anónimas” que les administran se han visto obligadas a disimular con artimañas lo escandaloso, en el único sector industrial que hasta ayer gozó de avituallamientos imprescindibles para su funcionamiento y de ciertos servicios decorosos.
Aunque era previsible el caos distributivo que se originaría tras la expansión en 2005 por parte de las constructoras militares crecidas al minuto justo de la bolivariana holgura petrolera —dada la frágil e inexperta infraestructura productiva del país—, el recrudecimiento de las condiciones materiales y financieras en el ámbito desarrollista interno y externo actual han incidido en el desplome de la calidad, y de qué manera.
La sospecha se hizo evidencia cuando, ante la dispersión constatable de la clientela hacia otros espacios competitivos en el Caribe, las cadenas foráneas registradas en estas playas del centro norte insular comenzaron a distribuir propaganda en sus hoteles sobre la inserción al llamado “turismo verde o ecológico”. Muchos aplaudieron la medida creyendo que se les invitaba —a los otrora exprimibles e insatisfechos turistas— al senderismo u otras variantes del “mochileo” barato, pero esas interpretaciones del anuncio les dejó fríos al enterarse que solo se trataba de ahorrar recursos en las mismas instalaciones antaño derrochadoras de los hoy esfumados, e integrar en lo adelante el grupo internacional The Green Friend.
La fama del mal servicio continuado, más el poco interés en solucionarlo a pesar de las quejas, alcanzó este año su cisma aquí cuando se registró la pérdida de una parte considerable de visitantes que trabajadores del sector estiman sobre el 40 por ciento. Comparado quizá con igual periodo del ya decadente año anterior, la cifra se adelanta como indetenible.
Una media estadística de estos comportamientos negativos arrojaría la curva en declive sobre el gráfico, si pudiera ser mostrado públicamente por las verde-oscuras oficinas de la “mandancia”.
Las corporaciones Blue-Diamonds y Meliá, conjuntamente con la turoperadora Tryp-Advisor, han escuchado multitud de protestas durante esta temporada, porque debatidos entre los “subjetivos” problemas estructurales y las miserias reales (incluyendo la ausencia de agua corriente en las habitaciones al punto de tener que auxiliarse con las embalsadas en las piscinas), han terminado cuestionados en Internet sus respectivos prestigios, mediado sitio abierto por turistas desencantados del trato recibido, al cual han titulado “Bad Memories” en alusión a nombres de establecimientos visitados (Memory I y II). Con posterioridad se han ido sumando experiencias individuales y, en general, adversas.
En esos videos se muestran alimañas y roedores sobre muebles, techos, paredes y pisos, cubertería sucia dispuesta sobre las mesas, acumulación de basura en sitios sensibles y hasta manchas indelebles en los roperos con los que servician camareras y dependientes a habitaciones y restaurantes.
Un video destaca en particular por tratarse de —comida del día anterior vuelta a servir pero mal recalentada— un pollo frito… con hielo dentro.
Los turistas que no encuentran alfombras para parase encima, arrastran colchas y sobrecamas por los pisos y luego no hay con qué secarlas. El sistema de ciclos en tintorerías está dañado y los repuestos materiales no aparecen.
Algunos servicios no garantizan la correcta higiene en esos lares.
Ya hubo episodios de diarreas masivas en los módulos conocidos como Estrella 1 y 2, Sol y otros en el pasado año, debido a causas aún indeterminadas y que movilizaron a las potestades sanitarias de la zona.
Se escuchan rumores de que los jugos que ofertan para el desayuno son falsos, pues se elaboran a bases de preparados químicos y deshidratados que contienen preservantes cancerígenos. Otro tanto ocurre en coctelería con el añadido de impopulares cítricos sintéticos.
El resto de las ofertas gastronómicas lindan en la frugalidad, quizá como consecuencia de algún “estudio” conductual o de hábitos alimentarios hecho a los emisores potenciales, quienes son canadienses mayoritariamente de la clase obrero-media.
Raramente aparecen frutas, verduras y mariscos en las mesas buffet, que suelen ser en tradición lo más reclamado por los visitantes. Han aprendido de los cubanos a enterarse con antelación cuándo es “que van a sacar algo bueno”, reciprocando siempre por la información, y se acostumbran a hacer colas antes que abran.
El llamado a no ensuciar toallas, manteles y sábanas por parte de los hospedados aparece en unas tarjetas verdes que invitan a la comprensión del mal momento por el que transitan. Claro, se apela a la conciencia colectiva como si fueran socialistas.
La empleomanía esconde los horrores cotidianos como puede, en su afán por dar un mejor servicio (de lo contrario, nada de propina habrá del extranjero), pero el testimonio de los turistas que prevalece es que “se sienten estafados moral y materialmente”.
Tanto, que ya lo han anunciado: “no vamos a regresar”, muy a pesar de la solidaridad callada que en los empleados rasos aperciben.