LA HABANA, Cuba. – Mientras hoy en los Estados Unidos los ánimos se dividen entre demócratas y republicanos, en Cuba el escenario se polariza entre grupos que han puesto sus esperanzas en uno u otro candidato a la Casa Blanca y aquellos a quienes poco les importan las elecciones y rezan por que el ciclón que afectó Centroamérica no llegue a la Isla.
El impacto del meteoro haría más dramática la situación de penurias ocasionada por la letal combinación de socialismo “a la cubana” y pandemia.
No han sido pocas las personas que por estos días he visto en mi vecindario o en las redes sociales, haciendo sus propios “votos de fe” por Biden o por Trump, imaginando que la clave del destino político del país pasa por el triunfo de uno u otro.
Expresan sus deseos mientras olvidan a esos infelices que, sin tiempo para pensar en otra cosa, tiemblan de miedo ante la posibilidad real de que los vientos y la lluvia les arrebaten lo que aún no les ha podido quitar un sistema político que, precisamente, basa su control en el empobrecimiento de las “masas”.
La pobreza torna a las personas más manipulables que rebeldes, más “adaptables” que inconformes, de ahí que una buena parte de esos que desde Cuba hoy piden por Biden posiblemente no tengan en sus mentes el color azul del Partido Demócrata, sino apenas el amarillo y negro del logotipo de la Western Union.
El mejor ejemplo lo tengo en una de mis vecinas. Desde que se anunciaran las últimas sanciones de EE.UU. a la intermediaria militar FINCIMEX y el eventual fin de las remesas hacia Cuba, ella no habla de otra cosa.
Para mi vecina, que nunca ha trabajado porque vive del dinero que envía su madre anciana desde Miami, las cosas en Cuba mejorarían con la derrota de Donald Trump. Para ella, el concepto de “mejoramiento” se reduce a recibir con regularidad una suma de dinero que le ayude a comprar el paquete semanal donde vienen esas telenovelas que la mantienen despierta en la madrugada, a dormir hasta las dos de la tarde y a comer pizza los fines de semana en la paladar de la esquina… ¡ah!, y se me olvidaba, también a terminar de hacerse, antes de fin de año, con el pantalla plana de 60 pulgadas donde “las cosas se ven como si fuesen reales”.
No sé si todos los que existen me han tocado como vecinos, pero casi estoy convencido de que tantos años de dictadura comunista en la Isla han creado unos tipos muy “singulares”, cuya máxima aspiración como individuos es vivir de las remesas que les envían familiares o amigos y, en consecuencia, se han convertido ellos mismos en los principales obstáculos para que otros cubanos y cubanas, que aspiran a mucho más que a una “tarjeta MLC”, a mucho más que a un fin de semana en Varadero, logren ver realizados sus sueños de vivir en un país y no en una granja que se dirige por “lineamientos” y no por “leyes”.
La idea de que Biden llegaría para cambiar las cosas no solo está en las cabezas de mis vecinos. Estos apenas reproducen lo que les han bombardeado desde los medios de prensa oficialista, donde han seguido las elecciones estadounidenses con mayores entusiasmo y expectativa que las suscitadas por los simulacros de democracia en la Asamblea Nacional.
Es a lo que sucede en el Palacio de Convenciones a donde deberíamos estar mirando si en realidad allí se “cortara el bacalao”, pero el mayor logro de Fidel Castro en su afán antinorteamericano es habernos hecho depender de los Estados Unidos más de lo que dependíamos antes de 1959. De hecho, la letanía de los comunistas sobre el “bloqueo” no es más que una rotunda declaración de dependencia.
El comunismo logró que actualmente en los Estados Unidos vivan más cubanos que antes del triunfo revolucionario. También que hoy la economía dependa más de las remesas que medio siglo atrás. De las remesas y, peor, de la explotación laboral, de la prostitución, de las ilegalidades, de la corrupción, del contrabando en el mercado negro, del tráfico de influencias, de la doble moral, mientras que la crisis interna se torna cada día más profunda por causa de incompetencias, mediocridades, insensibilidades, abusos entre los propios cubanos que sufren en la pobreza, envidias e indiferencias. De todo eso está hecho el cóctel que nos embriaga, tanto a los de “adentro” como a los de “afuera”.
Los que piensan que Biden arreglará la “cosa” simplemente olvidan que cuando Obama muy poco se pudo avanzar en los planos familiares e individuales —incluso nos dejó como “regalo de despedida” el fin de “pies secos, pies mojados”—, al mismo tiempo que, en la economía, se exacerbó el revanchismo de los empresarios militares, quizás los únicos beneficiados con aquel proceso de “acercamiento” con el “enemigo”.
Por otra parte, los que aspiran a depositar en un líder estadounidense toda la responsabilidad en la democratización de la Isla y el fin de la dictadura están igual de equivocados si no ven la parte indispensable e ineludible que nos toca hacer como cubanos y cubanas responsables con los destinos del país en que vivimos, o al que estamos ligados sentimentalmente aún desde la distancia, y el que deseamos legar a las próximas generaciones, que ojalá puedan vivir y disfrutar en libertad plena.
Gane quien deba ganar del lado de allá, lo cierto es que una tormenta no solo de vientos y aguas se acerca a nuestras costas, y de muy poco nos pudiera ayudar la victoria electoral de uno u otro político contrincante. Ya los Estados Unidos hace tiempo que construyeron su democracia y el bienestar de los ciudadanos gracias al esfuerzo de ellos mismos. Le toca a Cuba, aunque a algunos parezca tarde, construir su propio destino, con ayuda externa o sin ella.
Lo que en realidad nos puede salvar como nación es observar lo que sucede bien y mal con nosotros mismos y, en consecuencia, actuar desde la responsabilidad moral de quien desea la grandeza para su país.
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