LA HABANA, Cuba.- Sólo de pensar en ellas se me hace la boca agua.
¿Cómo es posible que aquel sencillo manjar callejero, al precio de cinco centavos, como el pasaje de un ómnibus urbano o de un teléfono traganíquel público, jamás haya sido igualado o superado en más de medio siglo de castrismo?
Aquellas “fritas” fueron el resultado de un largo proceso de años de República, que hoy pudieran ser reconocidas por la UNESCO como un Patrimonio Culinario de la Humanidad.
¿Qué tenían aquellas diminutas fritas, que los cubanos de a pie, en bicicleta o en autos modernos disfrutaban sobre todo de madrugada, a la salida de un club, del cine, o después del trabajo y que los niños esperaban impacientes por su rápida elaboración?
Puede decirse, sin lugar a dudas, que fuimos los cubanos autores de esta creación culinaria, que disfrutamos con tanto placer, que se hace imposible olvidarla.
Los secretos de las fritas eran muchos. Oí decir que era necesario que la bolita de carne de res molida, entre dos panes redondos, debía de freírse en manteca de chorizo español, que el aliño era algo tan especial, que no lo decían los dueños de los timbiriches que expedían las fritas las 24 horas del día y que las papas, o palitos de papas, tenían que acompañarse de cebolla cruda bien picada y puré de tomate natural.
Viejos amigos que aún viven en Miami me dicen que para nada las célebres hamburguesas McDonalds se pueden comparar con nuestras fritas de ayer, desaparecidas con un par de patadas de Fidel Castro, al amanecer de un 13 de marzo de 1968, cuando se inició la Gran Ofensiva Revolucionaria, bajo la consigna de crear “un hombre nuevo”.
Esa noche, junto con los timbiriches de fritas, desaparecieron cincuenta mil pequeños comercios que no eran de los norteamericanos, sino de los cubanos que durante siglos habían aprendido el arte del comercio con el fin de hacer prosperar al país.
Recordemos cómo desde un poco antes ya habían comenzado los años de escasez, propios de los regímenes comunistoides.
En la prensa nacional, en varias ocasiones, un destacado escribidor se quejó de por qué la sabrosa frita no ha levantado cabeza en el sector estatal. En primer lugar, el sector estatal jamás ha podido levantar cabeza y si nos refiriéramos a las famosas comidas baratas y de gran calidad que pululaban en todo el país, de forma muy especial en el Barrio Chino de La Habana, mucho menos.
Incluso se pregunta el escribidor por qué tampoco se ha logrado en el sector privado, a pesar de sus varios años de existencia.
¿Será porque no se puede? Y si no se puede, ¿por qué será?
Para que vuelvan las fritas, por ejemplo, tienen que engordar las vacas y multiplicarse, que la agricultura produzca la papa, el pimentón y la cebolla, todo a precios módicos para que los dueños de los timbiriches obtengan alguna ganancia.
Además, ¿en qué panadería estatal se haría aquel buen pan que llevaban la fritas, dónde se vendería la luz brillante o el gas por la libre para aquellas sencillas cocinas ambulantes?
Aún así y pese a tantas dificultades más que conocidas, las fritas volverán, claro que volverán.
Las siento tan próximas, que percibo aquel olor tan peculiar de las fritas, como si ya estuvieran al doblar de la esquina de mi casa.