MIAMI, Estados Unidos. – En la actualidad, en el mundo entero se está señalando cómo la violencia doméstica –o de género- se incrementa según se agrava la propagación del coronavirus y aumentan las órdenes y sugerencias de “quieto en base” para disminuir el contacto con el invisible bicho. Ese “quieto en base” funciona con el enemigo invisible, mas no así con el enemigo visible. Me refiero al abusador violento, sea el marido, novio, hermano o pariente ante el que sufren millones de mujeres en el mundo, y varias miles en Cuba.
Hasta 1995, la Federación de Mujeres Cubanas (FMC) se vanagloriaba de reportar la ausencia de violencia doméstica en la Isla. O sea, para las estadísticas de Naciones Unidas sobre violencia de género a nivel global, Cuba llevaba años reportando “cero incidencias”. Pero ese año, la Fundación de la Mujer Cubana, radicada en Nueva Jersey e integrada por exiliadas feministas cubanoamericanas, alteró la invisibilidad de las estadísticas en su tercer informe sobre violencia contra la mujer en Cuba, que presentara el Relator Especial sobre Derechos Humanos del Centro de Derechos Humanos de la ONU en Ginebra, quien, a su vez, pasó el informe a la Relatora Especial sobre violencia contra la mujer de la misma entidad, la esrilanquesa Radhika Coomaraswamy.
La jerarquía federada tuvo que salir a la calle a encuestar de verdad. La FMC se vio obligada a explicarle al organismo internacional sobre los abusos del régimen contra las opositoras, sobre el presidio político femenino, sobre las violaciones de los derechos humanos de las mujeres, sobre la prostitución como atracción turística –sol, sexo y socialismo, según planteó la revista Playboy Internacional en su informe especial del verano de 1991- y también sobre los casos de violencia doméstica que escasamente lograron documentar.
La violencia contra las cubanas no es nada nuevo. Ni tampoco es nuevo el hecho de que tal violencia permanezca escondida, sub-reportada. El cuartico lleva seis décadas igualito… podríamos decir que cada día es peor dado el pésimo ejemplo que ha brindado la conducta oficial en el transcurso de estos años. La agresión del poder masculinista contra las mujeres cubanas data desde los primeros años del régimen de Fidel Castro, el misógino máximo. Empezó con el maltrato y la humillación desatados contra las opositoras de principios de los años sesenta. Cárcel, torturas, golpes, vejaciones, abuso sicológico –y sexual-, enfermedades desatendidas y provocadas, negligencia médica. Aquellas mujeres – unas siete mil se calcula en las dos primeras décadas de la pesadilla revolucionaria- vivieron los nueve círculos del Infierno de Dante en su versión infierno de Fidel.
Los atropellos y las violaciones no han cesado en todo este tiempo. Durante el éxodo de Mariel en 1980, las fuerzas represivas arremetieron contra madres, ancianas y adolescentes sin la más mínima piedad en los predios de “El Mosquito”, según narraciones personales de las víctimas en entrevistas privadas, en publicaciones y documentales de la época. Al comienzo del período especial, a fines de los ochenta y principio de los noventa, el régimen perfeccionó los actos de repudio, las golpizas y la cárcel. Casos principales fueron los de Tania Díaz Castro, presidenta-fundadora del Partido de los Derechos Humanos de Cuba, y María Elena Cruz Varela, cofundadora de Criterio Alternativo. Más adelante, el 13 de julio de 1994, el mundo presenciaría el hundimiento ex profeso del remolcador “13 de Marzo” donde sádicamente la patrulla policial ahogó a manguerazos a dieciséis mujeres, incluyendo una bebita de seis meses y una niña de dos años.
Tal impunidad en las más altas instancias del régimen le confirma a los maltratadores de a pie que a las mujeres se les puede golpear, mutilar, torturar y asesinar impunemente sin temor a represalias o a consecuencias legales. En Cuba, desde la tribuna del Comité Central hasta el solar más paupérrimo de cualquier municipio, impera la ley del más fuerte, la del machista más macho, la del abusador más despiadado. En 2003 comenzó la más reciente etapa de abuso al surgir el movimiento Damas de Blanco. Si bien al principio de la militancia de estas valientes mujeres, bajo el liderazgo de Blanquita Reyes, Claudia Márquez y Miriam Leiva, el régimen se cohibió de atropellarlas, no tardaría la Seguridad del Estado en arremeter físicamente contra ellas, a fuerza de amenazas, golpes, patadas, jalones de pelo, arrestos, lesiones y fracturas a manos de los grupos de respuesta rápida organizados por la propia Seguridad. Hay quienes afirman que, hasta la repentina enfermedad y muerte de su segunda líder, Laura Pollán, fue en realidad un asesinato político.
La violencia institucional de género continúa hasta el día de hoy, contra Ailer González-Mena, co-directora de Estado de Sats; contra todas las Damas de Blanco y contra Berta Soler, su actual presidenta; contra todas las periodistas independientes – Camila Acosta, Regina Coyula, Iliana Hernández, Fabiana Salgado, y Luz Escobar, entre otras-; contra las jóvenes feministas como Marthadela Tamayo y Nancy Alfaya de la Red Femenina de Cuba; contra pastoras protestantes como Ayda Expósito Leyva, encarcelada en 2019 por el “delito” de educar a sus hijos en el hogar; contra activistas por los derechos humanos y la libertad artística como Omara Ruiz Urquiola, Iris Díaz y Tania Bruguera; y activistas de la UNPACU, del CIR y diversas organizaciones, como María Elena Mir, Miraida Martín, Kirenia Yalit Núñez Pérez, Yaquelín Madrazo, Xiomara Cruz Miranda, Aimara Nieto, Yolanda Santana, Nieves Matamoros, Marta Sánchez Muñoz y Arianna López Roque.
Sirva este recuento para poner en contexto el por qué el régimen de Raúl Castro y Miguel Díaz Canel rechazó aprobar el pasado mes de noviembre una ley integral de protección de las mujeres contra la violencia de género. La Asamblea Nacional del Poder Popular no tuvo en cuenta la propuesta presentada por cuarenta cubanas porque, además de abusador, violador de derechos y asesino, el régimen es machista y misógino hasta los tuétanos. Eso quiere decir que las cubanas son particularmente vulnerables a todo tipo de maltrato, incluyendo el doméstico. Hoy, con las drásticas medidas para contener la propagación del coronavirus, y el resultante aislamiento, “… la convivencia cotidiana obligada, la ira y otras emociones descontroladas… [son factores] que incrementan las relaciones violentas” en la pareja, según informe de Inter Press Service-Cuba.
El Anuario Estadístico de Salud (del MINSAP) indica que entre 2010 y 2017, 1 086 mujeres cubanas murieron por agresiones. No fue hasta mayo de 2019 que en la Isla se reconoció oficialmente la existencia de femicidios. ¡Y pensar que desde 1995 (con la Fundación de la Mujer Cubana) ya se señalaba el problema de la violencia de género, y más adelante en 2005 (con la primera encuesta de Red Feminista Cubana sobre el terreno) se iniciaron talleres independientes de entrenamiento a nivel de base sobre derechos de la mujer, violencia doméstica y prevención de prostitución de menores! ¡Todavía para poder denunciar a su abusador una mujer tendría que haber sufrido lesiones serias y constatarlas en una sala de emergencia!
En encuesta de 2018 sobre violencia de género, se conoció que el 29% de las cubanas entrevistadas reconocía haber sido víctima de esa violencia, más del 30% dentro del hogar y un 74% que nunca denunció la agresión. Mucha FMC, mucho CENESEX, mucho blablablá, pero lo cierto es que a las mujeres nadie les ha enseñado a identificar lo que constituye violencia doméstica, ni los requisitos o canales para denunciarla, ni hay servicios de ayuda que las mujeres conozcan, ni refugios para ellas ponerse a salvo con sus hijos, ni siquiera, a pesar de todos los intentos, una ley integral contra la violencia de género que las proteja.
En Cuba hay ley contra la vagancia, Ley Mordaza, ley de peligrosidad, ley de conducta predelictiva, ley contra la libertad artística (el Decreto 349). ¿Cómo es posible que en Cuba no haya una ley contra la violencia de género?
En este difícil trance que el coronavirus nos depara, para las mujeres maltratadas o simplemente amenazadas en el seno de sus hogares hay un rayo de esperanza: el Centro Oscar Arnulfo Romero en La Habana tiene establecido dos correos electrónicos para asesorar a las víctimas de violencia de género, sean adultas o menores de edad. Ellos son ivon.et@oar.co.cu, y consejeriaoar@gmail.com. Además, el Centro Cristiano de Reflexión y Diálogo (CCRD)-Cuba, ha activado desde Cárdenas sus servicios vía telefónica (45521510). También la Plataforma YoSíTeCreoenCuba tiene desde marzo una consejería telefónica (53 55818918), para brindar ayuda psicológica, asesoramiento legal y acompañamiento a mujeres maltratadas.
Algo empieza a cambiar –por presión y participación de entidades influyentes en el exterior con presencia en la isla- para las cubanas abusadas y su prole. Si sabe de alguna cubana en estas circunstancias, comparta esta información con ella. Más vale tarde que nunca. El maltrato de una mujer nos incumbe a todos.
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