MIAMI, Estados Unidos.- En el impactante documental Chernobyl: The Lost Tapes, del director británico James Jones, a los llamados “liquidadores”, encargados de limpiar el sitio del accidente de material radioactivo, los consideran héroes. Reciben cuotas de vodka gratis y son vestidos con incompetentes uniformes donde figuran chapas de plomo y madera amarradas para proteger ciertas partes del cuerpo. Al terminar la riesgosa tarea reciben un estipendio de 800 rublos. El 82 por ciento del equipo morirá envenenado por la radiactividad.
Es abril de 1986 y había acontecido en Ucrania el desastre nuclear más grande que haya asolado a la humanidad, pero el modus operandi del comunismo se desplegó plenamente desde el inicio: la evidencia terrible era guardada o manipulada. Moscú haría todo lo posible para que la explosión del reactor no tuviera mayores consecuencias.
36 años después y guardando las distancias entre la gravedad de ambos accidentes, en Matanzas ocurre el incendio más devastador que recuerde la isla, y sin evaluar la dimensión de lo acontecido en principio el régimen castrista alistó a reclutas jóvenes, inexpertos, sin el equipamiento necesario y los envía a la muerte infernal ineludible.
A cuentagotas va dando a conocer la identidad de los fallecidos, en medio de un zafarrancho político sin medida ni pudor. A los colaboradores extranjeros -mexicanos y venezolanos- les han entregado no se sabe cuántas medallas y hasta las ridículas réplicas de machetes.
Mientras, los héroes cubanos, sobrevivientes del humo y las llamas, reciben magras provisiones alimenticias, siempre bienvenidas, como el elusivo aceite y el socorrido pollo.
El nuevo documental sobre Chernóbil es el manual por donde el castrismo sigue su fallido adoctrinamiento. Se calcula que han muerto 200 000 personas producto de la radioactividad y la otrora Unión Soviética solo reportó 13.
La chapucería consustancial al comunismo puede ser letal como lo demuestra el reactor nuclear sin la protección material requerida y una base de enormes tanques de combustible a expensas de los imponderables de la naturaleza.
El documental Chernóbil: las cintas perdidas, explora en los archivos propagandísticos oficiales, se sirve de diligentes productores ucranianos antes de que el país fuera agredido por Rusia y entrevista a reveladores sobrevivientes de la catástrofe, como la mujer embarazada que pierde tanto a su esposo, uno de los primeros bomberos en llegar al sitio del accidente, y a la niña que falleció a las cuatro horas de haberla dado a luz.
Esta anécdota formó parte de la extraordinaria miniserie Chernóbil, realizada en el año 2019, donde la actriz Jessie Buckley interpreta a Lyudmilla Ignatenko, con quien el director James Jones ha seguido en contacto en medio de la conflagración que sufre Ucrania.
El nuevo documental muestra imágenes del año 1972 sobre la ciudad que se construyó para atender la planta nuclear “más grande del planeta”, según el decir de la propaganda oficial.
La edad promedio de sus habitantes era de 26 años y la natalidad se había disparado. Edificios de apartamentos, escuelas, hospitales, parques, mercados como parte de una urbanización austera y de mal gusto donde se muestran alegres pobladores, quienes siguieron sus vidas habituales 36 horas después del accidente que esparció a la atmósfera 400 veces más material radiactivo.
Las autoridades no querían dar su brazo a torcer sobre el fracaso interno e internacional que significaba la explosión del reactor. Cuando el vecindario comenzó a ser evacuado todavía se les dejaba saber que no había nada de qué preocuparse y regresarían poco tiempo después.
Hasta el enterrador del comunismo soviético, Mijaíl Gorbachov, por entonces primer secretario del partido, comparecía ante las cámaras para mentirle al pueblo sobre el control de la catástrofe. Incluso se reunió con viudas de los bomberos y les prometió que sus esposos serían considerados como héroes y enterrados en Moscú. Por cierto, el cónyuge de la embarazada Ignatenko todavía no estaba muerto cuando Gorbachov le hizo las promesas de “gloria eterna”, porque su fallecimiento parecía ser inminente.
En los noticieros de la época figuran doctores que niegan la existencia de enfermos por radiactividad asegurando que solo se trata de afectaciones psicológicas calificadas eufemísticamente como “radiofobia”.
La actualidad del documental es paradigmática, cuando se sabe que hace poco más de dos años las autoridades chinas escondieron al mundo los daños iniciales del COVID 19 y aún se resisten a revelar la verdad de lo ocurrido y el propio Vladimir Putin sigue manipulando los medios televisivos y sociales rusos sobre su absurda agresión a Ucrania donde, por cierto, bombardea peligrosamente una planta nuclear.
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