LA HABANA, Cuba. – La historia del dinero contante y sonante en Cuba siempre ha sido análisis de estudio. Primero, cuando el país era gobernado por España; luego, cuando prosperó gracias a Estados Unidos y, por último, mientras agoniza bajo una dictadura comunista, con la cual hasta el dinero de bolsillo ha desaparecido.
En 1857, en la Isla se emitió por primera vez el dinero para uso exclusivo en Cuba. Varias décadas después, cuando se creó la República, el peso se vinculó al dólar estadounidense y se produjeron las primeras monedas.
Cuando Cuba tuvo su primer presidente, don Tomás Estrada Palma, se acuñaron 10.000 monedas de plata con la divisa de Patria y Libertad y el escudo nacional. En 1917 fue que se estampó por primera vez la imagen de Martí en una moneda metálica. En esa época el Apóstol no pertenecía a nadie, a ninguna ideología ni partido, porque él era en sí mismo la Patria.
Desde 1934, en Cuba los pesos eran de plata y llevaban el rostro de una mujer que simbolizaba la República. Ya en el centenario del natalicio de José Martí, tuvimos monedas de 50, 25 y un centavo hechas de níquel y cobre. Ese mismo año las hubo de plata por el cincuentenario de la República.
A partir de 1961, dos años después de la llegada del castrismo al poder, todas las monedas que se fabricaban eran de aluminio, latón, cuproníquel y de acero revestido de níquel. En el mismo año de 1959 los sustantivos Patria y Libertad desaparecieron de las monedas: fueron sustituidos por Patria o Muerte, según el deseo de Fidel Castro. ¿Habrá sido una alusión a los fusilamientos, represión, encarcelamientos y emigración masiva obligada por la miseria y el hambre que generó el socialismo desde sus inicios?
Hoy, al cabo de 60 años de dictadura socialista, en plena bancarrota económica, a los más inteligentes del régimen se les ha ocurrido poner en práctica una fórmula para sobrevivir un poco más y no tirar la toalla: el “ordenamiento monetario”. Ahora prácticamente se vuelven inservibles y desaparecen los centavos, los medios y las pesetas, o sea, el dinero de bolsillo de los pobres, monedas que ya no representan nada, porque nada hay, pero que fueron codiciadas alguna vez por la clase trabajadora.
En el pasado el peso servía para mucho más que ahora: en la bodega, por ejemplo, para comprar una libra de azúcar, de sal y hasta de café de calidad en polvo ―todo por la libre― o para adquirir naranjas, mangos, mamoncillos o cualquier otra fruta en las carretillas de las calles.
Hoy, es otra la realidad. De nada vale que la prensa se afane en demostrar que la crisis tiene solución. No olvidemos cómo terminó todo en la Unión Soviética: en la última reunión del Kremlin, sus dirigentes pusieron punto final a una economía centralizada y se dio paso a la libertad de mercado, o sea, al capitalismo. Putin, más otros muchos rusos que antes abrazaban la bandera de la hoz y el martillo, se hizo millonario.
¿Será así nuestro final? ¿Amaneceremos un día con la noticia del desmoronamiento del castrismo cubano?
A fin de cuentas, estamos cansados y hambreados. Somos unos pobres diablos incapaces de llenar calles para reclamar la libertad que queremos. ¿Tendremos que esperar que se cansen los que mandan, como ocurrió en la anterior dictadura, la de Batista? Ya sabemos que los personeros fundadores del castrismo guardan sus milloncitos, distribuidos además entre hijos, nietos y biznietos.
Ojalá y no se tomen trágicas represalias y la sangre no salpique los cristales, paredes y ventanas cuando muchos actúen. Cuba, el pueblo, empieza a saber que el tiempo para el socialismo se acabó.
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