LA HABANA, Cuba. -La Serie Nacional de Béisbol está llegando a su final, así que aprovecho para ir al estadio. Los equipos de Industriales y la Isla de la Juventud discuten la última plaza disponible para los play offs que comenzarán en breve, y de donde saldrá el campeón de la pelota cubana.
A pesar de la importancia de este juego, no hay mucho público esta noche en el Latino. Es posible que sea la consecuencia de lo mal que andan los Industriales, el equipo insignia de la capital, que ha perdido muchos juegos en sus últimas presentaciones. Sin embargo, un señor que tengo cerca me aduce otro motivo: “Amigo, el problema es que, si se vive lejos, no es fácil llegar hasta aquí. Mire, yo vivo en Marianao y dependo del P-14 para trasladarme. Óigame, y a veces tarda más de 45 minutos en pasar. Me tengo que ir casi una hora antes de que se acabe el juego, porque si no, no hay quien coja un guagua después”.
Cerca de nosotros, un grupo de muchachos apenas se sientan para ver el juego. Ellos tratan de coger las pelotas bateadas de foul y que van a parar al público. A veces se arma una trifulca entre dos o más jóvenes que se disputan una pelota, no obstante la gran cantidad de policías ubicados en los pasillos de la instalación. Las autoridades siempre han insistido en que las pelotas deben ser devueltas al terreno, aunque en los últimos tiempos parecen haberse rendido ante la evidencia de que, al menos aquí en La Habana, todo el que coge una pelota se queda con ella.
Otro aficionado de los alrededores comenta dicha situación: “Caballeros, es que esa es la única manera que tienen esos muchachos de hacerse de una pelota. Si van a comprarla en una tienda, está muy cara, y a lo mejor la venden en dólares y no en pesos”. Y a continuación pasa a otra arista del problema, con lo que recibe la aprobación de las personas que le rodean: “Yo creo que estas gentes se han dado cuenta de que, en el fondo, conviene que esas pelotas vayan a manos del público. Porque ya aquí casi no se juega béisbol en los barrios, ya que no hay implementos, como bates, guantes, ni pelotas. Y el fútbol sigue ganando terreno, pues solo hacen falta un balón y dos piedras como portería”.
Y mientras me deleito con esos comentarios de grada, el juego sigue su curso. Los Industriales amenazan con hacer carreras. Tienen varios corredores en bases y batea Yusnier Díaz, un muchacho que apenas llega a los 20 años, y es la gran revelación de la temporada. Batea más de 300 de average, corre bien las bases, tiene potente brazo, y no es segundo de nadie patrullando el jardín derecho. Casi todos los cronistas pronostican que será el novato del año.
“Pues mírenlo bien para que lo recuerden— interviene un señor ya entrado en años—, ya que si sigue así, es probable que no dure mucho en Cuba. En cuanto tome conciencia de su calidad, se va a jugar a las Grandes Ligas. No ven lo que les ha pasado a los Industriales con los pitchers; cada vez que sale uno bueno termina yéndose. Acuérdense de Odrisamer Despaigne…”
A la altura del quinto inning decido marcharme y ver la última parte del juego por televisión. Uno de los tantos vendedores ambulantes que hay en el estadio insiste en que probemos una de sus empanadas de queso, y un joven que tengo cerca, al constatar la calidad del producto, se pregunta si el hombre tendría licencia como cuentapropista. “Por supuesto, muchacho. Si yo no tuviese licencia, con la cantidad de policías que hay aquí, ya hubiese volado en pedazos”.
Ciertamente, son muchos los policías. En la puerta del estadio se mantiene la doble hilera de uniformados que cachean a los aficionados que continúan llegando— principalmente a los hombres jóvenes y de piel oscura—, con vistas a detectar armas blancas u otros objetos cortantes. Cualquiera diría que se trata de pasajeros que se aprestan a tomar un vuelo de Cubana de Aviación.
Después de todo, hice bien en irme temprano. Muchos policías en el estadio, pero ninguno en las oscuras calles del Cerro. Y la cosa no está como para transitar solo a altas horas de la noche.