LA HABANA, Cuba.- Después de tanta evocación y búsqueda infructuosa, de tan largo empecinamiento, lo más sensato sería visitar al médico, buscar solución en la consulta de un psiquiatra. Han sido días intensos, y lo que estuve procurando fue un simple objeto, solo una “junta”, eso y nada más; y cuando menciono la “junta” no me refiero a una “asamblea” ni a un “congreso”, que en esas inutilidades yo no creo. Lo que ando negociando es una goma adhesiva para mi refrigerador, esas que en Cuba no aparecen ni en los “centros espirituales”, y a las que las “asambleas” y los “congresos” no prestan atención alguna.
Mi obsesión es una junta que permita cerrar bien el refrigerador, que fijada a la puerta impida que el aire caliente condense al frío, que consiga mantener en buen estado a los alimentos que quedaron de la noche anterior y que sirvan aún para el almuerzo. Una junta es lo que me ofusca, una junta es lo que quiero.
Y por más que busco no la encuentro. Ni siquiera esa página “salvadora” que se llama “revolico” me ofrece una respuesta, y muchos menos los talleres de refrigeración que existen en la ciudad. De estos últimos ya visité muchos, y no conseguí otra respuesta que no fuera una sonrisa virulenta; “¡señor eso vuela!”; aunque los afectados aparezcan registrados desde hace mucho, aunque solo deberían atenderse a quienes ya fueron registrados, reconocidos como “afectados”.
Una de esas gomitas cuesta en la isla un “potosí”, si es que se le compara con el salario de los nacionales. Los propios técnicos en refrigeración lo advierten, y te piden el teléfono “pa’ por si acaso”. “Yo mismo te lo llevo a tu casa, yo mismo te la pongo”. Y entonces yo pago el sobreprecio y también la mano de obra; pero encontré en alguna página de internet un comentario que advertía que si se untaba un poco de vaselina a la vieja junta, podía conseguir una breve adherencia, un apego transitorio.
El problema es conseguir la “crema mágica”, esa que solo existe en laboratorios, o en farmacias que tienen dispensario, esos que preparan algunos medicamentos que tienen entre sus bases la pomada que resulta complejo conseguirla, que está más que controlada. Conquistarla cuesta dinero, y hasta el escarnio. Lo aseguro yo que salí a buscarla, que entré a cinco farmacias, y solo en la última pude conseguirla, después de pagar cinco cuc por una minucia de vaselina, después de soportar la sonrisa socarrona.
Resulta que en Cuba, donde no se consiguen esos untos que procuran un sexo más aceitado y placentero, la vaselina funciona como el mejor y el más “resbaladizo” de los lubricantes. Todavía puedo ver la sonrisa pícara de la farmacéutica cuando metió en el bolsillo de su bata blanca los cinco cuc. “Es buenísima, cuando quieras más ven a verme”. Y realmente no es mala, al menos para conseguir por un rato que la “junta se junte” con el cuerpo del refrigerador, pero no es infalible.
Un aceite no es suficiente, lo importante es la junta, o reponer el refrigerador, pero comprarlo sería imposible para el cubano medio. Para llevar a casa uno de los menos caros, se necesitarían setecientos ochenta y nueve cuc con noventa y cinco centavos, o diecinueve mil setecientos cuarenta y ocho, pesos cubanos, con setenta y cinco centavos, un sinfín de salarios.
Y ahora solo me queda moverme entre el esfuerzo y la inercia, sabiendo que ni lo uno ni lo otro me llevará a conseguir la junta ni a comprar el refrigerador que preciso. No me queda otro remedio que esperar por un milagro, ese en el que quizá pensé cuando decidí pegar a la destartalada puerta la imagen de la “Madonna Dreyfus”, esa que me regaló mi amiga Laura, y que tiene una apariencia muy triste en medio del herrumbre y del deterioro de la puerta, igualito le pasa al relieve diminuto de aquel templo catalán, el de Gaudí, al que llaman “La sagrada familia”.
Hasta hoy, ni el templo ni la Madonna hicieron el milagro. Y a estas alturas creo que salvar el tiempo entre esa añoranza por la junta y su posesión, sería como creer que estaré alguna vez frente al Oráculo de Delfos. En Cuba los anhelos no cuentan, porque nunca se convierten en sustancia, y los “objetos” jamás son aprehendidos. Si los atenienses añoraban la caída del rayo en el monte de Parnaso, los cubanos esperamos a que, en cualquier lugar de esta geografía, “nos parta un rayo” que nos haga abandonar las “tontas” obsesiones, los anhelos. En Cuba, “sesenta años después” no podemos asegurarnos de mantener en buen estado los alimentos “de ayer” ni bien enfriar el agua… Dicen que el universo está regido por una mente racional, pero a Cuba la gobierna la “junta” más inconveniente, esa que ni siquiera es capaz de propiciar el agua fría.