SANTIAGO DE CUBA.- “Es increíble que desde 2010 no haya cambiado ni la pintura. Incluso, luce peor que hace 12 años”. Esa fue la primera impresión que tuvo Mirian Gutiérrez al llegar al cuerpo de guardia del Hospital Infantil Sur, conocido como La Colonia, en Santiago de Cuba. Su bebé de tres meses tenía un cuadro agudo de diarreas y fiebre, por lo que fue remitido el pasado día 19 desde su centro de salud en el municipio Songo La Maya, donde reside.
“Eran como las 11 horas cuando le quité la remisión de las manos a la doctora del Policlínico para irme por mi cuenta, porque estaba con el niño desde las 8 y la ambulancia no aparecía. Mi esposo alquiló un carro y llegamos a mediodía al Hospital. Como era de esperarse el cuerpo de guardia estaba lleno, y había una sola doctora para atendernos a todos”.
Afortunadamente el bebé fue atendido en poco tiempo porque aun es lactante y tiene cierta prioridad entre los demás niños. Pero esa suerte no la tuvo la mayoría, pues ese día no había reactivos para realizar hemogramas, ni medicamentos para tratar a los pacientes. Según Miriam, ante el reclamo de los padres, la doctora solo repetía que “no podía hacer nada más”.
Teniendo en cuenta el cuadro que presentaba el pequeño, la doctora le explicó a la mujer que debían ingresarlo de inmediato porque podía deshidratarse con facilidad, además, porque esa edad es considerada de alto riesgo. Entonces le dijo que lo pondrían en la sala de Gastro porque era pequeña, tranquila y “tenía todas las condiciones creadas para la estadía de niños pequeñitos como el suyo”.
Sin embargo, las expectativas de Mirian se desmoronaron apenas llegó a dicha estancia. Allí la recibió una doctora que le dijo que posiblemente deberían quedarse cinco días, pues el bebé necesitaría hacer un ciclo de antibióticos ya que la diarrea era de origen bacteriano. Cabe destacar que el diagnóstico fue basado solo en los síntomas, ya que en ningún momento le realizaron análisis.
“Desde que entré a la sala todo me pareció viejo y sucio. Enseguida, la doctora, muy cariñosa por cierto, me leyó un reglamento en el que me advirtió que no podíamos salir del cubículo porque allí había niños con enfermedades infecciosas que podían complicar a mi hijo. Entonces me pusieron en el primero, donde solo había una especie de cuna, un sillón y una mesita de metal. Todo muy funesto la verdad”, detalló a CubaNet.
También, describió Mirian, aquel cuarto era minúsculo y tenía una sola ventana a casi dos metros del piso, por lo que no entraba una brisa siquiera. La cuna, con barrotes de hierro, estaba vestida con unas sábanas gastadas y amarillentas; y el sillón, donde tuvo que dormir todos esos días, “parecía de otro siglo” por lo destartalado.
“Justo al lado de mi cuarto estaba el baño, para mi desgracia. No solo me asqueó por la pestilencia y la suciedad, sino porque permanecía mojado debido a un salidero en el inodoro. Tampoco había donde bañar a los niños. Todos los días lo tuve que sostener encima de mi para poder asearlo. Aquello era un verdadero infierno” comentó indignada.
Además, para conseguir agua caliente, las madres debían salir para tomarla de una caldera, que en realidad era un tanque de hierro elevado del suelo conectado a otro artefacto. A cada rato Mirian iba a buscar, y siempre tenía que dejar solo al bebé, pues las enfermeras apenas pasaban por los cubículos.
Otra odisea constante en el hospital era la leche, algunos niños solo se alimentaban de la materna, pero otros, como el pequeño de Gutiérrez, toman fórmula de manera complementaria. La mujer contó que en tres ocasiones se le cortó la leche que le dieron en la noche, y su hijo se quedó solo con el pecho hasta el otro día. El problema, dice ella, está en que la preparan en la mañana, y obviamente no puede conservarse por mucho tiempo fuera del refrigerador.
“Al refrigerador de allí solo le funcionaba el congelador. Por ende, no se podía guardar la leche, y enseguida se cortaba. Una noche le di la leche a mi niño medio ácida porque estaba llorando y yo estaba desesperada. No tenía más que hacer, porque desde los dos meses yo apenas tengo un poquito en los senos y tuve que darle en polvo”, lamentó la madre.
Por lo menos a Mirian la iban a visitar sus familiares de vez en cuando, y le llevaban lo necesario. Rachel Heredia, igualmente de La Maya, estuvo ingresada con su hija en este hospital el mes pasado, con un diagnóstico similar. Según dijo a CubaNet, su experiencia fue de las más amargas puesto que solo bebió agua y comió galletas con mermeladas durante siete días.
“La comida que daban a los acompañantes allí era asquerosa. Yo hacía un esfuerzo por comerla, pero no podía, me daban ganas de vomitar. Es que solo el olor me provocaba asco. Mi mamá está postrada y el padre de la niña vive en La Habana, por lo que no tenía quien me fuera a ver”, explicó la joven.
Heredia aseguró haber bañado a su hija en un cubo que llevó de su casa y en ese mismo se vio obligada a lavar los pañales, e incluso a fregar los biberones. “Mi experiencia en el hospital fue la peor. Jamás quiero volver a pasar por lo mismo”, culminó.
Con respecto al tratamiento para la diarrea bacteriana, esa misma tarde comenzaron a suministrarle Ceftriaxona (Rosefin) intramuscular al bebé, en dosis de dos cc diarios; sin antes realizarle un antibiograma para saber de qué bacteria se trataba y cual antibiótico era el más indicado. Las otras terapias fueron sintomáticas, o sea, dipirona en caso de fiebre y sales de rehidratación oral luego de cada diarrea.
Para el doctor Roberto Serrano Delis, realizar una prueba de sensibilidad en un hospital cubano en estos momentos es, cuando menos, infructuoso, porque rara vez hay variedades de antibióticos. En casi todos los casos se emplea Rosefin, que es un antibiótico de tercera generación y de amplio espectro en contra de bacterias gram negativas y gram Positivas.
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