LA HABANA, Cuba. – Un pan sin nada, 70 pesos; un vasito de yogurt, 170; una malta, 180; un huevo crudo, 60; huevo cocinado, 120; una libra de limones, 200, y una de cebollas, 250. Podemos continuar la lista e incluir alimentos mucho más caros como las carnes, pescados, los frijoles, las frutas, pero basta con resumir la gravedad de la situación en el hecho de que ya nada que alimente cuesta menos de 50 pesos, y que los billetes de a 20 pesos, aquellos que alguna vez orgullosamente mostraron en fajos los “macetas” al pagar, han pasado a ser, junto con los de uno, tres, cinco y diez pesos, como la calderilla de hace apenas cinco años atrás.
Así están los precios en Cuba frente a salarios y pensiones que, mayoritariamente, oscilan entre los 1.500 y los 3.000 pesos cubanos (entre ocho y 16 dólares al cambio real en la calle), y en una economía donde el billete verde, “luchado” o remesado, marca la diferencia entre mal comer e irse a la cama con el estómago vacío.
Hay hambre por doquier y nadie puede negarlo porque se refleja en los cuerpos, en los rostros de las personas, en el éxodo masivo y en unos indicadores de salud que, a pesar de manipularlos para la opinión pública, no ha quedado otro remedio que hacerlos más o menos coincidir con el infierno, la caída en picada que se vive a diario en las calles cubanas. Una realidad donde hoy tenemos más mortalidad infantil y menos esperanza de vida, de acuerdo con el último balance del sector, expuesto por el propio ministro de Salud.
Las razones de esa hambre que se generaliza y nos está matando no hay que salir a buscarlas demasiado lejos, a pesar de que el discurso oficial insiste en hacerlo para así evitar explicar, entre otras muchísimos males internos, cuánto nos ha costado a nosotros “los de abajo”, por ejemplo, el arribo a Cuba de un millón de turistas que no solo llegan para engullir lo poco que se produce y lo mucho que se importa, sino para justificar un injustificado plan de inversiones hoteleras que, a juzgar por la terquedad con que lo defienden, estaría llenando los bolsillos a más de uno por allá arriba.
Se han esforzado tanto en cumplir la “meta” nada realista que se propusieron para este 2023 (de captar 3,5 millones de turistas extranjeros después de no haber rozado ni de lejos el millón en 2021, y habiendo quedado muy por debajo de los planes trazados en 2022), que no han escatimado en gastos y solo para “taparles la boca” a quienes cuestionan el absurdo de continuar construyendo hoteles en un destino de vacaciones que tendría mucho de encanto natural para disfrutar, pero casi nada de comodidades que ofrecer, entre apagones, escasez de combustible, basurales por todas partes, mala conectividad a internet, carreteras en mal estado y muy poco nivel en los servicios todos.
Un millón de turistas que no solo, en relación con los alimentos, consumen lo que 10 millones de cubanos necesitarían para colocarse solo un poquito por encima de la línea de la malnutrición, sino que además no estarían arrojando beneficios a la economía nacional, en tanto es más lo que cuesta atraerlos y recibirlos en Cuba —con todos los gastos que una promoción desesperada supone—, y es muchísimo más lo que han costado las decenas de hoteles que se han construido y están por terminar, y en los cuales aún no se ha hospedado tan siquiera uno solo de ese millón de turistas alcanzado.
Y no es imprescindible acudir a las estadísticas, tan solo observar la calidad del turista recibido en la Isla, más los precios casi de regalía de sus paquetes vacacionales y los billetes aéreos, para percatarnos de que un millón de ellos no han podido generar los miles de millones de dólares que se han invertido tan solo en las plantas hoteleras de La Habana y Varadero, entre instalaciones nuevas y reparadas.
De acuerdo con fuentes consultadas relacionadas directamente con el turismo, es posible que ni siquiera lo captado logre cubrir los gastos de lo invertido en alimentos, y que por cada dólar generado se haya tenido que emplear más del triple.
Un derroche lamentable, condenable en estos tiempos de hambre dura, y más porque se ha hecho bajo el pretexto de intentar echar a andar una máquina paralizada, destruida por “malas decisiones” que cada día, según van saliendo a la luz los números y las dimensiones gigantescas de esas “inversiones”, se revelan más en sus ocultos propósitos de beneficiar a una élite comunista que posiblemente se está preparando para mutar a un “capitalismo necesario para salvar la revolución”, que no es otra cosa que salvarse ellos mismos.
Salvarse de ese propio infierno que construyeron pero que ya no les sirve porque hierve más allá del punto de ebullición y en cualquier momento pudiera explotar. Un infierno de hospitales en ruina, sin médicos ni medicamentos, donde la gente va a morir aún cuando pudiera salvarse; de viviendas que se caen peligrosamente a pedazos y son la pesadilla constante de las familias que las habitan; de barrios donde las aguas podridas abundan y las limpias escasean, donde las únicas luces que iluminan durante el apagón son las de la casa de un peje gordo del PCC o la de los pocos hoteles abiertos en la lejanía.
Un millón de turistas ha llegado, sí, pero al costo de varios millones de cubanos hundidos en la incertidumbre de si llegarán o no los barcos del pollo, el arroz, la harina y el combustible; por el pan que pesaba 80 gramos y ahora pesa solo 50; angustiados por la certeza de que mañana las gallinas nuevamente dejarán de poner huevos, por el ciclón que les llevará el techo de la casa, por el salario que baja según van subiendo los precios, por si saldrá del sistema por averías tales unidades de una termoeléctrica y, sobre todo, por si mañana anuncian en el noticiero la construcción de un nuevo hotel, aún cuando los demás continúan vacíos.
ARTÍCULO DE OPINIÓN
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