LA HABANA, Cuba. – Algo que acabo de leer en Internet me hizo recordar a un abogado fallecido hace años, el doctor Jorge Bacallao. Quienes llevamos tiempo en trajines del foro o la disidencia capitalinas recordamos las innumerables ocurrencias y las inagotables anécdotas de este destacado jurista y pensador, una persona harto polémica.
En sus años mozos (estamos hablando de los treinta del pasado siglo), el personaje militó en las filas comunistas. Años más tarde, desengañado de aquellas alucinaciones juveniles y tras abandonar las filas bolcheviques, mereció que sus antiguos camaradas le asignaran un título infamante. Fieles a la consigna de los jefes, cada vez que aludían a él lo llamaban “el tránsfuga Bacallao”.
Recuerdo los relatos que nos hacía sobre sus actividades rojas. Entre ellas, por su singular descaro y torpeza, recuerdo de modo especial las relacionadas con la “Liga Ateísta”. Dos o tres militantes iban a misa. Al consagrar el celebrante las hostias y el vino, se levantaban y, como si de pronto sus mentes se hubiesen iluminado, prorrumpían en exclamaciones: “¡Esto no tiene sentido!”, “¡Todo esto es una mentira!”. Ello, claro, ante los ojos espantados del cura y los feligreses habituales, que los miraban como lo que en verdad parecían: un grupito de locos.
Una de los consejos de don Jorge que más recuerdo es el de cómo actuar ante un interrogatorio de la policía política. “¡Acusa siempre a los más gobiernistas!”, decía. “Si te preguntan quién se pronuncia en contra del régimen, menciona siempre a los más incondicionales, a los militantes, a los peores chivatos”. Los represores —decía él— siempre solían comentar extrañados: “¡Pero Fulano de Tal!”. La respuesta sugerida era: “¡De todos, ese es el que peor habla del gobierno!”. Y concluía: “Así los confundes y los echas a pelear entre ellos mismos”.
Estas remembranzas vienen al caso por un trabajo intitulado “¿Quién dijo que los campesinos cubanos quieren un Vietnam?”. Se trata de una obra de Manuel Milanés que fue publicada en ADN Cuba el pasado viernes. En ella, el autor alude a un documento suscrito por dos organizaciones campesinas independientes, en el cual se alerta sobre “la hambruna que se avecina en Cuba”.
Milanés aplaude los aspectos del referido escrito con los que coincide, que son los más. Esto incluye que el desabastecimiento no es fruto del embargo norteamericano; que este último no afecta las ventas de alimentos ni medicinas, así como tampoco el comercio exterior realizado por particulares. También incluye culpar al inoperante Estado de que el país importe más de las cuatro quintas partes de los alimentos que se consumen.
Don Manuel también coincide con la causa última de ese deficiente estado de cosas en el agro cubano. Se trata de un hecho irrebatible: El campesino no es propietario de su tierra. Y esto no depende de que exista o no un documento que afirme tal cosa. Esa realidad afecta —¡por supuesto! — a los usufructuarios, pero también a los poseedores de un título de propiedad.
El problema radica en que estos últimos señores, pese al flamante documento que los acredita como dueños de la tierra, no están autorizados a sembrar en ella lo que tengan a bien, y mucho menos a determinar a quiénes le venden o a qué precio. Esas funciones son monopolio del Estado, cuya inoperante Empresa de Acopio deja podrir las cosechas en los campos y paga tarde y mal, o nunca.
En lo esencial —pues— el señor Milanés coincide con casi todo lo plasmado por los autores del documento, que es, por cierto, lo mismo que suele plantear la generalidad de las organizaciones y ciudadanos que tienen una visión alternativa (no oficialista) de la realidad nacional.
Su discrepancia se centra en la interrogante que da título a su trabajo. “Solicitar que el gobierno cubano escoja el camino tomado por Vietnam, un país comunista, no es acertado”, señala don Manuel, y promete: “Explicaré las razones”.
Entre estas últimas él menciona “una profunda desigualdad de ingreso y de acceso a la asistencia sanitaria”, “la falta de libertad de expresión, así como de las libertades básicas” y la condición de “dictadura totalitaria” que posee el gobierno vietnamita. “Es contradictorio que pequeños empresarios sueñen con la apertura de negocios en diferentes zonas del país, donde se puedan crear sus propias marcas y tener sus propias tiendas”, señala.
Pienso que todas estas objeciones son acertadas. Pero lo que considero un error de concepto es el maximalismo que implica rechazar de plano la idea misma de un hipotético “camino vietnamita” para Cuba. No debe olvidarse que el país asiático ha sido un gran aliado del castrismo y siempre ha sido presentado por la propaganda de La Habana como un ejemplo a seguir.
En esas circunstancias, a la propaganda comunista y a los “mayimbes” que mangonean al Partido y a su militancia les resulta muy difícil rechazar la idea misma de la mencionada vía para la apertura agrícola cubana. El concepto central de la llamada “Renovación” (Doi Moi) aplicada por el gobierno de Hanoi resultaría muy positivo en nuestro país. Permitir que cada campesino produzca lo que desee y que disponga de ese producto como lo tenga a bien, con la única obligación de entregar una parte razonable (el 10%) al Estado, constituiría un gran paso de avance en Cuba.
Conviene recordar el planteamiento nada erudito de Lech Walesa: “Nadie se come un salchichón de una sola vez”; las personas razonables —claro— lo hacen rodaja a rodaja. O los que hacía el difunto doctor Bacallao al aconsejarnos echar a pelear a unos comunistas contra otros: En este caso, a los que —al menos— estén de acuerdo con las reformas vietnamitas contra los inmovilistas a ultranza.
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