LA HABANA, Cuba. – A juzgar por la avalancha de programas televisivos que en las últimas semanas han sido dedicados al llamado “turismo para nacionales”, en Cuba todas las familias cuentan con ingresos suficientes para convertirse en el principal mercado para los grupos hoteleros y balnearios de la isla.
Varias Mesas Redondas con la participación de ministros, viceministros y directores de empresas, todos vinculados al sector turístico, además de extensos reportajes en el Noticiero Nacional de la Televisión Cubana, detallan las ofertas para este próximo verano, presentan las campañas de promoción en hoteles y centros comerciales, y exhortan a la “familia cubana” a reservar cuanto antes debido a la alta demanda.
El maratón propagandístico da la sensación de que las economías al interior de nuestros hogares marchan viento en popa y que este país, repleto de multitudes que viven por debajo de los límites de la pobreza, solo existe en la “propaganda enemiga”.
Según puede comprobar quien lo desee, al interior de esos mismos centros turísticos “abiertos a todos”, es difícil encontrar huéspedes del patio. Sin embargo, a las puertas de los hoteles se pueden recoger testimonios de gente que ni en sueños se permite la fantasía de “vacacionar” de igual a igual con los extranjeros.
Aunque muchos parecieran indigentes o personas que deben su pobreza a un espíritu poco emprendedor, intercambiar palabras con cualquiera de esos vendedores ambulantes y buscavidas que abundan en las calles de Cuba puede descubrirnos que se trata de los mismos hombres y mujeres, obreros y profesionales, que alguna vez creyeron en ese perenne “sacrificio por el futuro” demandado por esos mismos gobernantes que hoy, al hablarles de vacaciones y accesibilidad plenas en medio de las miserias cotidianas, les inoculan la sensación de fracaso personal.
Manolo, un vendedor callejero con el que conversamos en una esquina del Paseo del Prado nos comenta: “Trabajé toda mi vida, fui a la zafra cuando hizo falta, estuve en todas las movilizaciones y fui vanguardia durante muchísimos años y no tengo nada. (…) La jubilación no me alcanza, como a casi todo el mundo. ¿Cómo voy a pensar en vacaciones? Una sola vez, en el [19]83, pude ir a una casa en la playa en Guanabo, una semana, y ya no me acuerdo ni por qué fue. Las vacaciones son para los ricos, y en este país casi todo el mundo es pobre, así que no sé de qué hablan en la televisión. Bueno, ahí dicen cualquier cosa. Mi hijo me dice que si quiero comer todo eso de que hablan en el televisor, tengo que poner una jaba debajo, porque solo existen en el noticiero”.
La experiencia de Manolo es similar a la miles, tal vez millones, de cubanos. Recopilar testimonios sobre el asunto no se hace difícil y esto lo convierte en mucho más dramático.
Germán, otro anciano jubilado que vende jabas de plástico en las calles de la Habana Vieja, pudiera dar la impresión de que perdió su tiempo cuando joven y que no se esforzó para alcanzar mayor bienestar en su vejez, sin embargo, como cualquier cubano decente creyó en el trabajo como única fuente de prosperidad y en la actualidad se siente defraudado. Unas vacaciones en una de esas instalaciones turísticas promovidas como destino vacacional por el mismo gobierno, son un verdadero lujo: “¿Y qué hago después? En esas cosas es mejor ni pensar. (…) Yo nunca hago caso a lo que dicen en la televisión. Ellos tienen su país y nosotros, el nuestro”, me dice Germán.
En complicidad con los periodistas que se prestan a enmascarar la verdadera realidad de un país donde la palabra “vacaciones” ha sido vaciada de todo sentido, los funcionarios del gobierno tienen la desfachatez de hablar de “precios asequibles”, de sobreventas y de “alta demanda” en un escenario donde los salarios íntegros de todo un año de trabajo de un profesional honesto no alcanza ni para disfrutar de apenas un día en un hotel de Cayo Coco o de Varadero, dos de los destinos que, según la prensa oficialista y las máximas autoridades del turismo en Cuba, “se encuentran entre los más demandados por el turista nacional para los venideros meses de julio y agosto, época en que los cubanos representan el 45 por ciento de los vacacionistas”. Las estadísticas del MINTUR, contrastadas con el duro día a día de los cubanos, resultan ofensivas.
Una breve visita a cualquiera de las páginas en internet donde empresas como Cubanacán o Islazul promocionan sus productos para el verano, dirigidos al “mercado nacional”, dejan ver cuán “baratas” pueden resultar las ofertas incluso para esos mismos reporteros oficialistas que apenas reciben poco más de 20 dólares por su trabajo.
Una habitación sencilla de un hotel de baja o mediana categorías le cuesta, a una sola persona, entre 25 y 70 dólares la noche, sin contar que el llamado “turista nacional” no recibe igual tratamiento que un visitante extranjero para el que existen facilidades de pago y servicios totalmente vedados a los cubanos. Por ejemplo, los paseos en yate o en cualquier embarcación de motor son exclusividades a las que incluso los poquísimos cubanos con gran poder adquisitivo (y que, por supuesto, no son familiares de altos militares o dirigentes) no pueden aspirar; tampoco a aquellos paquetes vacacionales que incluyen pesca submarina o caza mayor en cotos reservados solo para la alta jerarquía del país.
Médicos y especialistas de la salud que regresan de misiones en el extranjero donde reciben pagos en dólares, personas que viven de las considerables remesas de familiares en el exilio, jineteras y jineteros, contrabandistas, dirigentes corruptos conforman esa masa de ciudadanos favorecidos con los cambios en la política de acceso a las instalaciones turísticas. Una minoría que el gobierno cubano insiste en convertir en la mejor cara de ese socialismo-capitalista y en un escudo para ocultar el cúmulo de mentiras que constituye ese viejo discurso populista que, en las actuales circunstancias, ya no conviene pero que constituyó ese triste y flaco caballo perdedor, llamado “revolución cubana”, al cual nos obligaron a apostar en una carrera que siempre supieron perdida.