LA HABANA, Cuba. – Este 3 de noviembre el mundo entero está pendiente de las elecciones en Estados Unidos. Donald Trump o Joe Biden: esa es la decisión que mantiene en vilo a cientos de millones de personas dentro y fuera de la nación norteña. A Cuba no le concierne menos, especialmente porque ha sido Donald J. Trump el presidente que con más ahínco se ha propuesto poner fin a la dictadura castrista, instaurada desde hace más de seis décadas.
Durante los cuatro años transcurridos desde que asumiera el cargo, Trump ha recrudecido el embargo contra el régimen de La Habana más que ninguno de sus predecesores. Ha activado políticas que por largos decenios estuvieron en moratoria, atacando al castrismo por todos los flancos y obligándolo a mostrar su naturaleza represiva y deshonesta contra los propios cubanos dentro y fuera de la Isla.
La lluvia de sanciones ha puesto a la defensiva a la casta verde olivo, que no ha dudado en movilizar todo su arsenal propagandístico para continuar culpando a Estados Unidos por el avance inexorable de la miseria en Cuba, el deterioro de la economía y la profunda crisis social que amenaza con dinamitar esa imagen de seguridad y paz tan necesaria para atraer a los turistas. Si bien el castrismo despotrica indistintamente de cualquier mandatario estadounidense, sea demócrata o republicano, los medios estatales han dejado entrever su favoritismo por la dupla Joe Biden- Kamala Harris, que representa el polo opuesto a la beligerancia manifestada por la Administración Trump.
En consecuencia, muy pocos cubanos se atreven a reconocer, al menos abiertamente, que desean la victoria del magnate republicano en las actuales elecciones. Al funesto hábito de eludir los temas políticos se suman la predisposición, la confusión y el adoctrinamiento sembrados no solo por el sistema informativo oficialista, sino por televisoras de habla hispana como Telemundo y Univisión, que llegan clandestinamente a miles de hogares cubanos con un fuerte discurso anti-Trump.
No es de extrañar que muchos consideren que Donald Trump quiere dañar al pueblo de Cuba, aunque no sean capaces de explicar concretamente dónde reside el perjuicio. CubaNet intentó conversar sobre este y otros temas solo para corroborar que el miedo y la ignorancia han cavado un agujero negro en la mente de los entrevistados.
Nada quieren saber los cubanos de candidatos ni elecciones, sean de aquí o de allá. Incapaces de comprender el verdadero alcance de las sanciones impulsadas por Trump, opinan que Joe Biden es la mejor opción con la misma candidez que los hace afirmar que el sistema electoral cubano de voto escalonado es preferible a la libertad de elegir al presidente, como ocurre en Estados Unidos.
Solo un paisano gritó, desde lejos y fuera de cámara: “¡Yo quiero que gane Trump!”. El clima social y el rechazo creciente al (des)gobierno militar encabezado por Miguel Díaz-Canel sugiere que podrían ser numerosos los “trumpistas de clóset” que ocultan su opinión, pero ruegan en silencio por un triunfo abrumador del presidente que más enérgico ha sido con una dictadura empoderada tras ocho años de mimos con la Administración Obama.
Si bien delante de las cámaras los cubanos prefieren la corrección política, el silencio oportunista o la indiferencia, lo cierto es que en las calles no se percibe un estado de opinión en contra de Trump. Tal vez muchos esperan que un segundo mandato del republicano termine de precipitar el final del castrismo; o se han dado cuenta de que poco importa quién ocupe la Casa Blanca si dentro de la Isla el temor ciudadano campea por su respeto.
La tendencia a no opinar sobre política, venga de donde venga, ilustra el hartazgo en que se halla sumido un pueblo que escucha promesas y vaticinios desde ambas orillas, pero nada los libra de las colas ni pone los dólares salvadores en su mano. Para lograr esto último Trump tiene un plan que ha hecho reaccionar al régimen con la usual prepotencia; mientras los cubanos, por su parte, no parecen notar quién se interpone de veras entre ellos y la posibilidad de vivir un poco mejor.
Mientras corren las elecciones que decidirán si los que mal gobiernan este verde caimán se aprietan los cinturones o respiran aliviados, las víctimas reales continúan evadiendo su responsabilidad ciudadana; esa que inicia con el derecho a pensar y hablar sin hipocresía, y culmina, al cabo de ingentes sacrificios, con la restauración plena de las libertades individuales en una sociedad que por fin sería para el bien de todos. A juzgar por las opiniones recabadas, y gane quien gane los comicios en Estados Unidos, para Cuba el futuro inmediato sigue siendo muy desalentador.
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