Tres años de Trump en la Casa Blanca y su política hacia Cuba


LA HABANA, Cuba. – Este 20 de enero, Donald Trump arriba a su tercer año en la Casa Blanca. Una proeza que supera la de haber conseguido, contra todo pronóstico, llegar a la presidencia de los Estados Unidos, teniendo en cuenta la guerra sin cuartel —y sin escrúpulos— que le ha hecho el Partido Demócrata desde el primer día. Una guerra en la que Trump, con sus impertinentes tweets, las declaraciones abruptas, los numerosos cambios en el personal de su gobierno y su constante careo con la prensa —los fake media news, que él dice— ha dado municiones a sus adversarios.
Los demócratas y la prensa liberal no han escatimado esfuerzos para descarrilar la presidencia de Trump. Hace unos días entregaron al Senado los artículos de un impeachment que, si lograran hacerlo prosperar, conllevaría a la destitución del presidente. Una sucia maniobra politiquera orquestada por Nancy Pelosi y sus acólitos más a la izquierda que han logrado copar el Partido Demócrata.
Es poco probable que el impeachment prospere en el Senado, de mayoría republicana. Y es una suerte, porque más allá de la culpabilidad o no de Trump, la destitución del presidente debilitaría a los Estados Unidos en un momento de crecientes tensiones internacionales.
Contrario a los deseos de los demócratas, lo más probable es que a Trump lo absuelvan y logre ser reelecto. Porque su base electoral parece inconmovible y porque Joe Biden, el candidato demócrata con más posibilidades para enfrentar a Trump en las urnas —ni pensar en los demenciales Elizabeth Warren y Bernie Sanders— va a salir bastante embarrado del affaire ucraniano.
Esta es una mala noticia para los gobernantes cubanos, que deben estar rezando a todos los santos para que destituyan a Trump, no logre reelegirse y gane la presidencia un demócrata. Porque Trump, con sus sanciones contra Cuba por su apoyo al régimen de Nicolás Maduro, es el presidente norteamericano más difícil con el que les ha tocado lidiar. Más aún que Ronald Reagan, que con aquellos vuelos de reconocimiento de los SR-71 y la invasión a Granada, asustó tanto a los castristas que los puso a cavar túneles y construir refugios, a planificar la evacuación de las ciudades y a estudiarse las tácticas del Vietcong, a ver qué les servía para aquello que llamaron —pomposos como son— “la guerra de todo el pueblo”.
Antes de emitir mi juicio sobre el significado para Cuba de estos tres años de Trump en la Casa Blanca, quiero advertirles que nunca un presidente norteamericano me había desconcertado tanto. No acabo de entender sus políticas hacia Irán, Corea del Norte, Siria y Venezuela. Me parece demasiado temperamental para ser el presidente de la nación más poderosa del planeta. Resulta tan inconveniente lo que dice Trump, de la forma que lo dice o lo tuitea que a uno se le hace difícil darle la razón incluso cuando la tiene. Debería pensar dos veces lo que declara y tuitea, que no está en un reality show y enfrentado a las Kardashians, sino con tipos tan peligrosos Putin, los ayatollahs y Kim Jong Un.
Dicho esto, sé que me van a caer encima —y algunos me van a acusar de lo que se les antoje— los numerosos foristas que se muestran más trumpistas que Trump, convencidos como están de que es quien va a lograr hacer capitular al régimen castrista.
A mi juicio, las políticas de Trump hacia Cuba son tomadas sin reparar demasiado en sus reales alcances —más allá del wishful thinking— y los costos para las partes involucradas.
Por ejemplo, eso de impedir la entrada de los jerarcas castristas a los Estados Unidos, es una medida más bien simbólica. ¿Se imaginan a Cintra Frías, Gandarilla y Raúl Castro paseándose por Miami? Los afectados, eso sí, serán los hijitos de papá, los principitos, que ya no podrán ir a recholatear en sus vacaciones, a gozar el capitalismo.
Con medidas como la activación del título III de la Hey Belms-Burton y la suspensión de los cruceros y las limitaciones de los viajes de los estadounidenses a Cuba, el régimen castrista ha sido golpeado por donde más le duele: el turismo y otros sectores económicos controlados por las empresas militares.
Respecto a las restricciones a los norteamericanos para viajar a Cuba, a pesar de los vuelos solo a La Habana y las limitaciones a los charters, siguen los viajes en grupos, que son los que más benefician al régimen castrista y le son más fáciles de manipular. Esos viajeros se hospedan en los hoteles y apenas tienen contacto con los cubanos de a pie en “las visitas dirigidas a instituciones culturales, educacionales y sitios de interés histórico”, o sea, a las aldeas Potemkim preparadas al efecto. Luego hablan maravillas de lo que vieron en Cuba, que fue justamente lo que el régimen quiso que vieran.
En cambio, ahora se les dificulta viajar a Cuba a los estadounidenses que lo hacen de forma individual, como turistas, que son los que generalmente, para ahorrar dinero y conocer mejor a los cubanos, se hospedan en casas, comen en paladares y se desplazan en almendrones.
Al afectar a los dueños y empleados de los restaurantes y los hostales y a los que alquilan sus carros para transportar a los turistas, se hace más remoto el empoderamiento del sector privado.
La reducción de los contactos pueblo a pueblo significa perder otra oportunidad de que más cubanos abran los ojos y vean una realidad distinta de la que les pintan en los discursos y en el periódico Granma y el NTV.
Hasta ahora, GAESA y sus dependencias no consiguen disfrazarse de empresas civiles para burlar el embargo. Pero el régimen se las ingenia para buscar otras formas de seguir recaudando dólares. Principalmente a costa de las remesas de los cubanos residentes en el exterior, a quienes, chantajeados con la mísera situación de sus familiares en Cuba, sigue chuleando.
El gobierno norteamericano ha tenido el tino de no impedir los viajes de los cubanoamericanos y ha impuesto un límite razonable al envío de remesas: no más de 1000 dólares al mes. Los votos de la Florida pesan mucho y allí viven muchos millares de cubanos que no están dispuestos a dejar morir de hambre a sus familiares en Cuba, aun cuando sepan que su dinero, el de las remesas y las recargas telefónicas, al final del camino, va a parar a las arcas de la dictadura.
Lo que más está afectando es el suministro de petróleo. Con la falta de transporte público, la semiparalización de gran parte de las industrias, los apagones que ya comenzaron y la posibilidad de que, ante la falta de gas licuado, tengamos que cocinar con leña, Cuba está a punto de volver a los tiempos del Periodo Especial.
Y ni soñar con un éxodo masivo, que es la fórmula a la que siempre ha apelado el régimen en los momentos de crisis para quitar presión a la olla y evitar que reviente.
Y al reducirse el personal de la embajada norteamericana en La Habana en respuesta a los ataques sónicos, emigrar a los Estados Unidos se hace cada vez más difícil para los cubanos.
¿Y adivinen quién es hoy el que más preocupado se muestra por la reunificación familiar? Nada menos que el mismo régimen que durante décadas obligó a las familias a repudiar y olvidar a “los gusanos, apátridas y escorias” que se iban del país, y a los que hoy chulea su dinero.
Si bien el régimen se ve afectado por las sanciones de Trump, más sufre la población, cuyas penurias, que ya eran muchas debido a la proverbial desidia e ineficiencia gubernamentales, ahora se ven incrementadas. Ante tanta hambre y privaciones, crece el descontento y aumenta la posibilidad de un estallido social. Pero también aumenta el temor de los mandamases, y por ende, la represión, que se ha hecho más desembozada, y ya no solo contra los opositores.
La hostilidad de Trump ha reforzado al sector más retrógrado e inmovilista del régimen, que halló la coartada conveniente para atrincherarse, volver al paranoico discurso de la plaza sitiada y reforzar el candado del portón que no se decidieron a abrir con Obama, desaprovechando la oportunidad que tuvieron en bandeja de plata.
Es muy difícil conseguir medidas efectivas para presionar a un régimen que es dueño absolutamente de todo en el país y que negado a mover ficha y siempre pintándose de víctima, toma como escudo a la población, para utilizarla de rehén.
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