LA HABANA, Cuba.- Aunque la joven Lisette es graduada de Informática, hace unos meses decidió renunciar a su trabajo estatal no para sacar partido a sus conocimientos y emprender un negocio privado sino para, simplemente, sentarse en su casa y, como ella misma dice, “vivir de lo que venga”.
Con una jornada laboral de ocho horas diarias, de lunes a sábado, y un salario mensual que solo raras veces superó los 20 dólares, Lisette ni siquiera esperó a cumplir el servicio social para poner fin a un empleo que le provocaba más angustias que satisfacciones.
“Ni me alcanzaba para el transporte. Vivía pidiendo prestado a mi mamá, a mi vecina y en cuanto cobraba se me iba en pagar deudas”, afirma quien forma parte de ese porcentaje creciente de cubanos que cada día decide optar por la vida azarosa antes que perder el tiempo en un calvario laboral donde el crecimiento personal del individuo es sacrificado en virtud de un futuro de prosperidad “colectiva” cada día más lejano, inalcanzable.
Las estadísticas oficiales hablan de unos 30 mil profesionales de nivel superior que tan solo en los últimos dos años han renunciado a sus empleos estatales, sin embargo, no se sabe cuántos de ellos han pasado en verdad al sector no estatal o, sencillamente, bajo un sinnúmero de estratagemas, han tomado la misma decisión que Lisette.
“Se dice que pasaron al sector no estatal pero no se sabe si, de hecho, se encuentran en activo”, explica un funcionario de la Oficina Nacional de Administración Tributaria (ONAT). Y agrega: “En el registro puedes encontrar las licencias otorgadas, ¿y eso qué te dice? No quiere decir que se correspondan con un empleo (…). Hay personas que reciben remesas (del exterior) y que vienen y sacan una licencia como costureras, repasadores, recicladores o vendedores de alimentos elaborados y aunque no lo son en realidad lo que hacen es asegurarse una jubilación. No están trabajando, o lo están haciendo por otras vías y solo buscan un amparo legal quizás para guardar dinero en el banco o en sus casas, un dinero que hacen por la izquierda y que tienen que justificar de algún modo”, asegura el especialista bajo condición de anonimato pues no les está permitido ofrecer entrevistas a la prensa independiente.
Mientras la cifra de profesionales en éxodo ha alarmado al gobierno por su tendencia a un crecimiento progresivo que, de mantenerse, pudiera triplicarse en los próximos cinco años, el número de jóvenes en edad laboral que no se insertan en el sector estatal, o que renuncian a él apenas superados los dos o tres años de servicio social a que los obliga la ley, se ha disparado hasta alcanzar promedios que rondan el 40 por ciento, según estudios realizados, como investigaciones para tesis de licenciatura, durante los años 2016 y 2017 por estudiantes de Sociología de la Universidad de La Habana.
Si bien buena parte de los jóvenes pasa a formar parte del flujo migratorio cubano hacia el exterior, también se registra que entre aquellos que permanecen en el país, sobre todo por la falta de recursos para emigrar temporal o definitivamente, existe una tendencia a no vincularse al mercado laboral estatal o mantener una relación muy inestable dentro de este, incluso en empleos relativamente bien remunerados.
“Son pocos los jóvenes entre los 20 y los 30 años que se quedan (que muestran estabilidad en los empleos estatales), lo normal es que estén solo uno o dos años después de graduados”, afirma un especialista en Recursos Humanos de una empresa estatal vinculada al Ministerio de la Agricultura. Su opinión coincide con la de funcionarios de otros organismos estatales como el Ministerio de Educación e incluso los ministerios de la Construcción o del Turismo, consultados para este reportaje.
“Me gradué de Inglés en 2006 y trabajé en turismo cuatro años. Recibía buena propina pero cuando reuní lo que quería me fui. Puse mi propio negocio, después me casé y hasta el sol de hoy”, dice Richard quien vive actualmente en Ecuador con su pareja y que recuerda con cierta amargura sus días de empleado en el Hotel Nacional, en La Habana.
“Había que declarar la propina, incluso te obligaban a donarla si no era a las MTT (Milicias) entonces te inventaban que si la salud o que si los damnificados (…), lo que hacía todo el mundo era esconderla pero si te cogía un chivato o alguien al que le caías mal, entonces venga sanción por esto o por aquello, que era que te mandaban para lugares donde no estabas directo con los clientes o te quitaban el estímulo del mes, que por cierto, salía de esa misma propina que tenías que entregar, era un descaro (…), y todos los días reunión para hablar de política y como a veces iban dirigentes al hotel, te verificaban en el CDR (Comité de Defensa de la Revolución), mira, yo hice mi dinero poco a poco y me fui”, cuenta Richard entre anécdotas que describen un ambiente laboral opresivo.
Se puede afirmar sin pecar de absolutos que en Cuba un empleo estatal solo aporta verdadera prosperidad a quienes han sabido, como dice el refrán, arrimar el sartén a su propio fuego, teniendo como meta alcanzar los beneficios del caos bajo las más inhumanas aunque elementales reglas de supervivencia en situaciones límites; sin embargo, tanto quienes se adaptan al contexto como quienes renuncian al juego sentándose en sus casas o escapando hacia otra realidad conocen bien eso que se dice en nuestras calles: aquí el que trabaja, no come; pero el que no trabaja, come y, además, bebe.