MIAMI, Estados Unidos.- Con la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca la expresión fake news ha cobrado notable relieve. El término, que se refiere a la manipulación de las noticias para buscar un objetivo determinado, engloba varias categorías que pueden coincidir en un mismo hecho. El uso engañoso de una reseña, la descontextualización del contenido, la suplantación de las fuentes verídicas por otras no tan verificables, así como la manipulación de imágenes y hechos buscando una verdad a medias que responda a un interés determinado, son las principales formas en las que se coteja la prensa amarillista. Ejemplos en la historia sobran. Ninguna época queda libre de sus efectos.
La presidencia de Trump, ganada a pulso en las urnas electorales a pesar de predicciones que la negaban, y de no pocos esfuerzos en círculos de su propio partido para frustrarla, ha sido blanco de continuas campañas noticiosas que ponen especial énfasis en presuntas relaciones entre la victoria del republicano y ataques cibernéticos dirigidos desde el Kremlin y contubernios rusos para favorecer su carrera frente a la candidatura demócrata de Hillary Clinton, a quien las encuestas daban como ganadora en la mayoría de los medios. Y si por un lado es cierta la hostilidad manifiesta de Donald Trump hacia la prensa, o sus dichos preocupantes que exponen un concepto restrictivo sobre la misma, también lo es que no siempre aquella resulta objetiva e imparcial.
No queda circunscrita la realidad manipuladora de la prensa en los predios electorales de Washington. Su alcance se hace global y por igual inquietante por la mala praxis de darle forma a la noticia siguiendo conveniencias, posicionamientos y tendencias, dejando a un lado el equilibrio que debe abanderar un canal informativo que se comprometa con la verdad. Cataluña, el empuje populista en Europa, raros envenenamientos en Gran Bretaña y Rusia, o la campaña para destacar el crecimiento de la impopularidad de Putin en su país, así como ciertos personajes que desaparecen de las noticias con la misma velocidad con la que brotan, son hechos ilustrativos de esa realidad.
A finales de agosto las noticias se hicieron eco de las manifestaciones xenófobas ocurridas en la ciudad alemana de Chemnitz (antigua Karl Marx Stadt). Las mismas reportaban sus orígenes en la muerte de un ciudadano alemán asesinado “presuntamente” por un sirio y un iraquí durante una “pelea verbal” en medio de unos festejos. El señalamiento de “discusión” y “fiesta local” daba idea de una bronca de borrachera típica de cualquier festividad popular, donde pasarse de tragos y tirar de las navajas ocurre de manera común dejando la agresión y sus consecuencias en un limbo de dudosa culpabilidad. Pero casi ninguna de estas síntesis noticiosas destacaba el hecho de que el asesinado era un alemán hijo de un emigrante cubano. Un detalle quizás poco relevante pero que pudiera indicar que las protestas no eran ciento por ciento anti inmigración, sino contra cierto tipo de emigrantes. Menos aún se indicaba que el hombre murió tratando de defender a una joven que estaba siendo abusada sexualmente por los asesinos. Algo parecido ocurrió con un turista cubanoamericano en Barcelona, involucrado en una pelea con manteros africanos en la que el visitante recibió varias heridas. Las fuentes solo daban la versión de los atacantes, que señalaba la culpa sobre el norteamericano borracho. Y es que el tema migratorio se ha vuelto un tema espinoso.
En el caso catalán, los bandazos del separatismo producen cada vez con mayor frecuencia hechos relativos a este fenómeno. La convocatoria a referendo del 2017 trajo las primeras escenificaciones para provocar por un lado, el rechazo hacia la postura del gobierno español y las fuerzas policiales que trataban de poner orden, y por otro, buscar con la victimización la simpatía de observadores ajenos al asunto. Se hizo viral entonces la foto de un joven con el rostro ensangrentado a causa de golpes atribuidos a la Guardia Civil española, pero que después se supo correspondía a una vieja manifestación ocurrida cinco años antes. Una situación que se repite tras la llegada del gobierno socialista de Pedro Sánchez con la escalada del enfrentamiento entre catalanes que están por la separación y los que se oponen. Poner y quitar banderines amarillos, cruces reivindicadores de presos políticos que no lo son, o simplemente, enarbolar las enseñas representativas de cada opción, se convierte en motivo de nuevos choques hasta ahora incruentos, pero cuyas imágenes son utilizadas en beneficio de las partes, sea por vía manipulada o inventada. De nuevo aparecen rostros lesionados que se corresponden a eventos ocurridos en otras naciones e incluso a operaciones de rinoplastia hechas a pacientes en Estados Unidos.
No pocas veces la falsedad de las imágenes busca dar peso a la nota sobre un hecho determinado cuya veracidad queda cuestionada por las explicaciones que buscan dar o quitar crédito a la noticia divulgada. La misma deja de ser objetiva cuando se imponen las inclinaciones o simpatías hacia el grupo en cuestión del que las cuenta. A esto se suman las omisiones sobre sucesos reales, tal vez con el erróneo propósito de no atizar el fuego, que al final se convierte en caldo de mayores polémicas. El ejemplo se aprecia en los noticieros de la televisión pública española donde apenas se emiten los cuadros que exponen las pugnas entre rivales pro y anti separatistas, o no se habla de partidos políticos surgidos al calor del conflicto, como ocurre con VOX, agrupación en ascenso con posibilidad de escaños en el Congreso de acuerdo a las encuestas.
El ocultamiento de noticias, o la publicación en una de sus vertientes, es apreciable en la publicidad dada en sus días a los hechos de la Plaza Maidan de Kiev. Destacó entonces la captura de Nadezhda Savchenko -una famosa francotiradora ucraniana- por tropas pro rusas del Donetz. Tras la liberación de la militar y su regreso a Ucrania, el silencio en torno a su persona se hizo extraño. Algo que se comprende a la luz del giro que tomaron los acontecimientos con la vuelta de la heroína, quien terminó acusando a miembros del Parlamento de su país de ser los verdaderos ejecutores de la víctimas que escandalizaron al mundo. Al punto de que la diputada fue arrestada bajo acusación de atacar a los miembros de la Rada. Su posterior salida en aparente refugio hacia la Unión Europea no fue seguido por los espacios noticiosos occidentales.
Bajo ese mismo espectro se nos presenta la proeza de grupos como Pussy Rot en su protesta contra el régimen de Putin, todo lo oligárquico que se quiera, pero que no justifica la manera de manifestarse de estas pretendidas artistas en actuaciones provocadoras en los predios de iglesias ortodoxas rusas. Acaso siguiendo las mismas pautas criticadas al estalinismo en su plan de destruir los sentimientos religiosos del pueblo ruso. Contradictoriamente, cuando shows similares han sido montados en monumentos e iglesias de Occidente, el silencio se ha hecho evidente. Ha ocurrido con las mismas integrantes del grupo punk ruso y con el pintor Piotr Pavleski, que clavó sus testículos en plena Plaza Roja, acto que fue ampliamente divulgado en los mismos medios que luego no hicieron lo mismo cuando al “artista” rebelde, entonces asilado político en Francia, se le ocurrió quemar la fachada del Banco Central de París. Un chiste que las autoridades francesas no respaldaron precisamente con aplausos.
La moda de los fake news tampoco pasa desapercibida en los dominios autoritarios. En su más puro anglicismo la expresión aparece en los titulares de su prensa en el esfuerzo por desmentir hechos que resultan irrefutables. El calificativo es utilizado para desvirtuar imágenes que muestran oleadas de migrantes venezolanos cruzando fronteras para escapar de la aguda crisis que atraviesa la nación bolivariana, o el contén represivo desplegado por el gobierno de Daniel Ortega contra las manifestaciones que piden su salida. No hay ni crisis migratoria ni represión. Así, mientras lo que no sale en las planas de los grandes diarios nunca ha ocurrido, aquello que se publica puede ser cuestionado bajo el prisma de las fake news en un mundo informativo plagado de posverdades y medias verdades.