CDMX, México. – El 15 de septiembre, Sheila Pérez, madre de tres niñas, escribió en su muro de Facebook que temía por su vida y pidió ayuda. Había hecho varias denuncias en la estación de la Policía Nacional Revolucionaria (PNR) del Cotorro, La Habana, pero su agresor pagaba la multa y salía sin más contratiempos. Quien la mantenía aterrada era Raidel Calvo Torres, su expareja y padre de sus dos hijas menores, un hombre que la sometió a todo tipo de violencias durante más de 10 años.
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Empecé con él a los 22 años. Ya era mamá de mi niña mayor que entonces tenía dos añitos. Al inicio era muy bueno conmigo. Me decía que me iba ayudar a criarla. La verdad es que era muy trabajador, pero luego todo cambió. Dejó el empleo, empezó a venderme la ropa, las cosas de la casa, me daba golpes, me amenazaba. Me aterré. Le cogí pánico y no sabía cómo salirme de eso.
En medio de todo quedé embarazada y no me dejaba ni ir al médico. La doctora tenía que ir a la casa a hacerme los análisis porque él no me permitía salir. Así, embarazada de una hija suya, me golpeaba. La niña mía del medio la parí después de una entrada de golpes. Fue hace 10 años, pero recuerdo cómo ese día el administrador de la bodega me tuvo que esconder para protegerme de él hasta que mi familia llegó a buscarme. Tenía casi nueve meses y la barriga grandísima. De ahí fui y lo denuncié en la Policía, casi con dolores, porque un rato después me ingresaron en el Materno.
Estando en preparto, un enfermero me dijo que mi esposo estaba allí. Pensé que era una confusión porque lo acababa de denunciar y lo hacía preso. Pero no, era él. Lo soltaron en el momento y fue como un loco para el hospital a pelearse conmigo y con mi familia.
Él no toma, no fuma. No puedo decir que tenga adicciones que cambien su comportamiento, pero no es una persona normal. Tiene muy mala forma, no se lleva con nadie, no quiere a nadie. Él no va a una fiesta familiar, ni a una comida. No concibe relacionarse con otros.
Después de mi parto estuvo un tiempo calmado. Aunque siempre con amenazas y maltrato psicológico. Me dejaba claro que no tenía elección más que aguantarlo.“Tú no me vas a dejar hasta que yo quiera”, me advertía.
Hasta que un día me volvió a dar golpes y mi familia me sacó con las niñas. Él se quedó en la casa, una casa que es mía y que todo lo que tiene adentro lo pagué yo. Mi papá vive en Estados Unidos y me ayuda económicamente, al igual que mi mamá que vive en Cuba. De hecho, yo lo mantenía a él, porque más nunca trabajó para estar vigilándome.
A mí no me importó dejarlo en mi casa y me fui para estar en paz. Solo que no sirvió de nada pues iba a buscarme a donde mi abuela y me amenazaba.
Vivo aquí, en esta casa del Cotorro, desde que tengo cuatro años. Los vecinos me conocen y sufren conmigo. Han visto todo lo que padezco. Lo que nadie se mete porque todos le tienen miedo y no los culpo. Yo misma le tengo pánico porque todo el tiempo me ha dicho que me va a matar. Honestamente sentía terror. Es una persona violenta que ha estado presa por agresiones. Frente a mí le dio un hachazo en el brazo a otro hombre y lo picó. Al final eso se le quedó en dos años de la casa al trabajo.
Pasó el tiempo y volví a salir embarazada. En esa barriga no me dio golpes pero siempre me maltrató mucho psicológicamente y de palabra, igual a las niñas. No dejaba ni que mi familia me visitara en una casa que es mía.
Voy a aclarar que no estaba con él porque no tuviese apoyo de otros, sino porque ese tipo de personas no te permiten dejarlas. Primero está el miedo que te paraliza. Yo sé que él me mata. No tengo dudas de que coge un machete y me mata.
Tengo tres niñas a las que criar y siempre pensando en ellas, en que no vieran una desgracia o dejarlas solas, soportaba todo.
Él me hacía y deshacía, y yo me quedaba callada para que mis hijas no vieran. Pasaron los años y me puse vieja, gorda. Me descuidé y me fui apagando. La vía que encontré fue aguantar las faltas de respeto, las ofensas, las humillaciones, los golpes. El dicho de él era: “Pórtate bien para que no te pase nada”. Cada día de mi vida me decía eso, y yo aguantaba porque era el precio de seguir viva.
Las niñas empezaron a crecer y a tener conciencia de lo que pasaba a su alrededor. La mayor me decía que lo sacara de nuestras vidas, que era malo. Así padecimos hasta que un día dije: “Se acabó”.
Algo pasó dentro de mí. Diría que el cerebro se te explota o se te apaga, no sé.
El 29 de abril de este año le caímos a golpes las niñas y yo, y logramos sacarlo de la casa por primera vez. Eso no lo detuvo y me siguió acosándome: dormía en la terraza de la casa, intentaba abrirme las puertas. El 13 de julio me fue arriba con un machete y le dije: “¿Tú me vas a matar? Pues mátame de una vez, que ya no aguanto más”.
Lo denuncié hace 10 años cuando parí a la [niña] del medio. Volví a la Policía ahora el 13 de julio y le pusieron una orden de alejamiento que viola continuamente. Volví a denunciarlo el 6 de agosto, y lo mismo. Lo dejan en la calle. Ahora llamé de nuevo a la instructora del caso porque ayer volví a tener problemas con él, y me dijo que tenía que ir a poner otra denuncia. Al final lo sueltan, como siempre hacen, y viene más furioso para donde estoy.
Existe una orden de alejamiento y pisa mi casa todos los días. Acosa a los vecinos para que le digan qué hago, los amenaza con que tienen que vigilarme para no buscarse un problema con él.
Lo último es que se metía en el platanal de al lado en la madrugada. Así de desequilibrado está.
Por eso puse la publicación en Facebook, porque de alguna manera alguien tiene que hacer algo y ponerle un freno, antes de que me mate.
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Unas horas después de que Sheila denunció en Facebook lo que estaba viviendo y el miedo que sentía por ella y sus hijas, un auto de la Seguridad del Estado se detuvo frente a su casa. Los oficiales le notificaron que su expareja había sido detenida. Casi dos semanas después, Raidel sigue preso y Sheila, por primera vez, respira segura.