LA HABANA, Cuba.- Muy poco queda del lujoso barrio levantado a orillas de playa Tarará, en la primera mitad del siglo pasado. De aquella urbanización en la actualidad apenas sobreviven menos de la mitad de sus espaciosas casas, como lunares que resaltan dentro de once kilómetros cuadrados de construcciones arruinadas.
Aunque existe un programa de recuperación, trabajadores del sitio explican a CubaNet que el mismo solo comprende algunas de las viviendas ubicadas en la primera y segunda línea de fachada frente al mar, que son a la vez las que mayor demanda y valor de renta tienen para el turismo internacional y una selecta parte de nacionales.
A través de los años se han financiado varios proyectos de este tipo, refieren los empleados consultados, pero a pie de obra las inversiones nada más cubren retoques a fachadas y otras afectaciones parciales en viviendas que aún se mantienen en explotación.
“En diez años se han recuperado menos de 30 casas y muchas están ocupadas por ‘pinchos’ –funcionarios– que nadie sabe quiénes son, y por extranjeros que trabajan en el país. El rumor es que se las vendieron por debajo del telón”, nos informa un trabajador que hace más de dos décadas labora en Tarará, solicitando anonimato por razones de seguridad.
En 1960 el régimen confiscó las propiedades a sus legítimos dueños. Después de ese proceso, prosiguió con la conclusión de varias viviendas que estaban en construcción y levantó otras nuevas, así como locales y albergues destinados a convertir el residencial Tarará en una ciudad escolar. En total, refiere Arturo Manuel Concepción Vaillant, en el sitio existen 598 inmuebles.
“La cifra exacta nada más la sabe el director, pero estoy seguro que están funcionando unas 200. O sea, más o menos un tercio de todas. Y lo más gracioso es que las más nuevas, las que hizo el gobierno, fueron las primeras en salir de circulación”, destacó Concepción, uno de los empleados de mantenimiento.
Un paraíso frente al mar
El lugar se sitúa a 27 kilómetros al oeste de la ciudad, entre la Vía Blanca y una franja de 850 metros de playa que conservan el nombre onomatopéyico del sonido de la trompeta –Tarará– usada como voz de mando durante el siglo XVI, en las explotaciones de una mina de cobre que existió en la zona.
La construcción del reparto se extendió de 1912 a 1943, cuando se alcanzó la cifra de 525 inmuebles unifamiliares. Tarará tuvo el mérito de ser la primera urbanización cerrada de América Latina.
En torno a 1950 se consideraba uno de los sitios de recreo más florecientes de la Isla, gracias a su playa azul turquesa, piscinas, club de yates, campo de softball, minimax, bomba de gasolina, bowling y autocine con capacidad para 500 vehículos, servicios que atraían a turistas norteamericanos y a la aristocracia y clase media cubana.
El fin de una época dorada
Alejandro Montoya Valdés recuerda que su abuelo falleció mencionando los bienes que le arrebató el gobierno de Fidel Castro, entre ellos varias farmacias, bodegas y una casa de descanso en Tarará que “era la joya de la familia”.
“Perder la casa de la playa fue lo que más le dolió, nunca lo superó. En medio de sus desvaríos siempre repetía que le habían robado la casa donde engendró a sus tres hijos”, cuenta con tristeza Montoya, quien de manera infructuosa intentó reclamar al Estado la devolución de la propiedad.
La vivienda, una construcción de dos niveles, cuatro habitaciones, tres baños, garaje y áreas verdes, fue uno de los 508 inmuebles que fueron expropiados. Apenas 17 familias consiguieron que se respetara su propiedad dentro del selecto poblado.
Magalis Vizcaíno Cardoso, una de las empleadas de servicio que se encargan de mantener la higiene en las casas de alquiler, cuenta que a finales de la década pasada los descendientes de uno de los antiguos dueños ganaron una extensa batalla legal donde un tribunal les devolvió la vivienda.
“También muchas de estas personas al triunfar la revolución abandonaron el país, y de cierta manera eso le hizo el trabajo más fácil al Estado. En esta última casa, después de tanto pelearla, la dueña se suicidó a principios de marzo. Era una doctora, y la única de esa familia en Cuba. Ahora está cerrada de nuevo”, comentó Vizcaíno.
Desde la intervención de las viviendas Tarará pasó a formar parte de programas del gobierno. Primero fue la Ciudad de los Estudiantes, que en 1975 cambia su nombre a Campamento de Pioneros con el objetivo de combinar las actividades docentes y recreativas, pero con el trasfondo de transmitir una ideología política a los estudiantes.
En marzo de 1990 el sitio deja de recibir pioneros para acoger al programa de atención a víctimas del desastre nuclear de Chernóbil, y a la vez funciona como centro de tratamiento de enfermedades oftalmológicas hasta que, en 2007, la firma de un convenio con China lo convierte en albergue de estudiantes del gigante asiático.
Sacándole provecho, hasta que se derribe la última casa
Hace algunos años Tarará retornó a la gestión del turismo, aunque ya sin la mayoría de los servicios que existían antes de 1959. A propósito de la baja del turismo internacional, la mayoría de los usuarios que rentan una casa son nacionales atraídos por los combos de alimentos que habitualmente la administración vende a los huéspedes.
En comparación con las propuestas de casas particulares, los precios en el residencial Tarará son mucho más módicos y las familias que no desean cocinar pueden adquirir el desayuno, el almuerzo y la comida en alguno de los tres restaurantes habilitados para esos servicios.
“Una casa en Boca Ciega o Guanabo promedia entre 8 mil y 12 mil pesos diarios. Nuestras ofertas van desde los mil hasta los 5 mil, a veces más caras, en dependencia de la calidad de las instalaciones y los equipos que tengan dentro”, explica Xiomara Martínez León, una de las comerciales que venden capacidades.
Como quiera, costear unas vacaciones en Tarará resulta complicado para la clase trabajadora de la Isla. Según refiere Leandro Cruz de la Torre, la estancia por tres días en una casa de tres habitaciones, con problemas en la recepción de agua, pocos equipos y utensilios de cocina, sin televisión, aire acondicionado o ventiladores, asciende a más de 5 mil pesos solo en alquiler.
Por otro lado, amplía Cruz que los precios de los alimentos que se venden a los clientes incluyen una comisión del diez por ciento sobre el valor de la compra.
“Lo único que hay es arroz blanco, pollo y refresco. Eso es en almuerzos y comidas, no varía. Para ocho personas, todas las comidas, incluyendo el desayuno, cuestan alrededor de 1 200 pesos y ese gasto sería tres veces al día. En un fin de semana se te va la vida”, dijo el hombre, recientemente de visita en Tarará.
“Vine porque te venden una caja de pollo, picadillo o lo que tengan en el almacén. El precio es diferenciado, pero cuando le sumas los demás gastos sale peor que en la calle. Para colmo las casas tienen mil problemas, es un dolor de cabeza. Quieren sacarle el quilo sin invertir en mejorar las condiciones”, resaltó Miguel Sosa Castañeda, otro huésped.