LA HABANA, Cuba. – Con 26 años, Alexander no sabe qué función cumple o cumplía el herrumbroso emblema de la Organización de Pioneros José Martí que aún puede verse abandonado en medio de un herbazal ni jamás ha escuchado hablar de la Plaza Martiana, levantada en 1975, donde antes existiera el Club Hípico de Tarará.
Sin embargo, Alexander trabaja como constructor en una brigada perteneciente al grupo empresarial estatal Cubasol S.A., del Ministerio del Turismo, y para el joven obrero Tarará no solo significa un lugar donde no podrá entrar de nuevo cuando termine su contrato como albañil porque, como él mismo reconoce, “con la cantidad de dinero que se ha echado aquí, esto no puede ser para cubanos”. Nos dice con resignación aunque temeroso de que algún jefe lo vea tomando un descanso a la sombra de un portal, demasiado a la vista de los pocos que pasean por el lugar.
“¿Tú ves lo que dicen en la televisión de que no hay cemento ni materiales?, pues aquí nunca falta nada (…), dentro de un año o dos solo van a poder venir los yumas (extranjeros) y los macetas (cubanos con dinero) porque aquí está corriendo dinero, y lo que falta todavía”, comenta Alexander, a quien le han prohibido acercarse a la playa o conversar con los turistas, a pesar de que muy poco sabe sobre los planes que hay con el lugar.
En la prensa casi nada se informa acerca de los proyectos que se ejecutan tanto en el área residencial como en lo que antes fuera, según el criterio del mismísimo Ernest Hemingway, el mejor embarcadero de Cuba, hoy reducido a un punto náutico donde apenas atracan un par de botes y embarcaciones pequeñas de muy poco calado pero que está prevista su recuperación como la segunda mejor marina de Cuba, solo por debajo de la de Varadero, para lo cual los inversionistas deberán desembolsar un mínimo de 12 millones de dólares para labores de dragado y construcción de diques.
“Habría que ampliar y dragar el canal de entrada, acondicionar la playa (aledaña), reparar los diques y crear nuevos con capacidad para poder asistir a las embarcaciones, diversificar los servicios que hoy ni siquiera se acercan a los estándares de una marina internacional clase B, que es lo que se piensa en un futuro próximo”, comenta uno de los trabajadores del punto náutico, en el que apenas se ve a un par de turistas tomando el sol y ninguna embarcación foránea.
Las cafeterías y restaurantes cercanos también permanecen vacíos y ninguna especialidad distingue sus cartas gastronómicas, muy parecidas a la de cualquier cuchitril estatal.
Tampoco es posible encontrar establecimientos pertenecientes a la iniciativa privada criolla, impedida de participar en todo proyecto que implique grandes inversiones y ganancias, una facultad exclusiva de las empresas y organismos estatales.
“Es que a largo plazo no se tiene pensado como un centro recreativo sino como un negocio inmobiliario que incluye la marina y algunas casas clubes para la recreación de quienes vivirán permanentemente en Tarará”, afirma un funcionario de Cubasol S.A. bajo la condición de que reservemos su identidad.
“Hoy la gente puede venir, alquilar una casa, pasar las vacaciones pero la idea es que los extranjeros arrenden por tiempo indefinido, que se establezcan los empresarios y funcionarios extranjeros con sus familias, que incluso puedan adquirir derechos de propiedad renovables cada cierto tiempo, hasta por cien años (…), de hecho ya hay empresarios de Canadá, Alemania y de otros países que han trasladado las sedes de sus empresas para aquí, viven aquí”, afirma el funcionario.
No obstante, junto a la perspectiva de crear un producto inmobiliario de élite, se maneja la posibilidad de erigir un gigantesco parque acuático en la parcela que antes ocupara el parque infantil de diversiones, cuyos aparatos hoy desaparecidos fueran donados a finales de los años 70 por el gobierno de Japón junto con los instalados en el Parque Lenin.
Reflejado en las Carteras de Oportunidades más recientes, el parque, que sería una parte de un sistema mayor de negocios inmobiliarios integrado por las principales playas del Este de La Habana desde Tarará hasta Brisas del Mar, se mantiene entre los proyectos pensados por el Ministerio del Turismo para atraer visitantes extranjeros, aunque la cercanía a los terrenos de las empresas perforadoras que buscan petróleo en la misma zona pudiera obligar a un descarte parcial de la idea, algo que restaría atractivos al lugar o extendería el período de recuperación de la inversión a más de ocho años.
“Sin dudas, la imagen de la desembocadura se arruina con las máquinas de perforación. Eso hoy es un obstáculo, también los ruidos que producen las labores (…), si por accidente ocurriera un derrame, eso acabaría con la inversión”, comenta el mismo funcionario quien acepta no tener bien claro cómo habrá de cuajar algo que hoy solo es pensamiento e improvisación, pero que, por el movimiento constructivo que se aprecia a simple vista, ya comienza a consumir recursos cuantiosos, como los empleados en el rediseño vial de la urbanización, una operación monumental que debió devolver el trazado original en línea recta y el concepto de calles no peatonales.
Estas labores, unidas a la reparación y acondicionamiento de más de un tercio de las 526 casas existentes, más la construcción de nuevas edificaciones, elevarán los costos de la inversión a unos cientos de millones de dólares que pudieran no ser recuperados jamás si el lugar no llega a despuntar como destino principal en Playas del Este.
De igual modo, quizás para lograr cubrir las exigencias de esa clientela extranjera de altos estándares por la cual han apostado los directivos del turismo cubano, los terrenos donde hoy se desmoronan los restos de la Plaza Martiana, así como las áreas aledañas pudieran ser transformadas ya no en el Club Hípico que fueran en los años 50 pero sí en uno de los tantos campos de golf con que sueñan los nuevos capitalistas del socialismo a la cubana. Todo dependerá de lo que Tarará signifique en los sueños del mejor postor.